ALICIA MAGUIÑA: PENSAR Y SENTIR AL PERÚ Cuando empezaba el verano de este año, 2018, y el sol tibio de enero disipaba nuestra segunda piel, la neblina, cumplí con un ritual anual de placer y bienestar: me senté a una mesa en la terraza de El Suizo de La Herradura, mirando el mar y nuestras islas, cuando de pronto sonó una firme voz masculina cantando un vals que, la verdad, no está entre mis favoritos: “Propiedad privada”. Era “Pimienta”, cantor de bares y restaurantes. Para ese entonces yo ya tenía el encargo –el orgullo– de haber sido convocado por Alicia Maguiña para que redactara unas líneas como prólogo a una publicación que sentí como mía desde la primera página: Mi vida entre cantos. El libro de Alicia, una suerte de autobiografía pero pensada más como un recipiente de confidencias o hechos, está tejido con recuerdos y reflexiones que se alternan con letras de composiciones y recopilaciones, copias de partituras, de artículos periodísticos y excelentes fotografías testimoniales que dan cuenta de las varias décadas que viene trabajando con un empeño y una calidad que no han cedido un milímetro desde que, siendo una niña, mereciera el reconocimiento por un talento cuyo origen es muy difícil focalizar. Solo ella conoce el lugar donde nace ese magma, pero aun en esta publicación personal se lo guarda para sí. Pues bien, escuchando a “Pimienta”, reparé en algo en lo que nunca antes había pensado. El género criollo a mediados de los años cuarenta pasa por una transformación importante. La radio lo masifica, con lo cual salta al gran público desde los reductos bohemios de conventillo, y ello trae cambios. La misma Alicia reseña cómo en 1945 Lorenzo Humberto Sotomayor, con sus valses “Corazón” y “Burla”, inicia el empleo de melodías y armonías modernas para sus composiciones y las de otros autores. Siguieron dicha tendencia Alberto Haro, Erasmo Díaz, Lucho Garland, Lucho Neves, Carlos Hayre, Manuel Acosta Ojeda, Mario Cavagnaro, Víctor Merino, José Escajadillo y Francisco Quiroz, entre otros. Era el momento para la música criolla, especialmente para el vals, pues la bonanza económica de esos años hizo que en Lima y en otras ciudades peruanas surgiera una mesocracia cómoda, con sus propios valores, distantes tanto de los oligárquicos de terrateniente como de los del proletariado urbano. Y ni qué decir del campesinado.
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