ALICIA MAGUIÑA
a quien empecé a seguir. Fue así como por ella conocí las estupendas canciones de Pinglo6, el imprescindible bardo inmortal. Quiero dejar en claro aquí que Jesús Vásquez no fue simplemente la mejor cantante de “El plebeyo”, como se dijo con tanta ligereza a su muerte. Ella –dicción, musicalidad, personalidad, dulzura, naturalidad– se expresaba con gran sentimiento, jugando con el tiempo de los diferentes géneros sin atropellarse, sin salirse del compás, sin golpear la voz en los agudos, sin quitarle el sabor, y si repetía una frase la adornaba de manera diferente. Ella, que fue la mejor cancionista criolla que ha habido, no tenía una voz tradicional como también se dijo. Su voz y su estilo se convirtieron en tradición.
LA DESLUMBRANTE RUTA DEL ARTE Simpatiquísimo como todo guayaquileño, el profesor Farfán llegaba a mi casa dos veces por semana para darle clases de guitarra a mi mamá que era aficionada a Carlos Gardel, Mercedes Simone, Angelillo, el Niño de Utrera, Imperio Argentina, María Antinea –a la que me llevó a ver en el Teatro Piccone–, Asunción Granados y al baile genial de Carmen Amaya. Flamenco, cante jondo, tangos, boleros, canciones de la compositora mexicana María Grever –como aquella de: “si yo encontrara un alma como la mía” que lleva por título “Alma mía”–, o “La casita” de Felipe Llera y letra del poeta también mexicano Manuel José Othón que dice: “que de dónde amigo vengo, de una casita que tengo más abajo en el trigal”, o “Una pena y un cariño”, canción chilena de Lily Pérez Freire que empieza diciendo: “Me río porque me río / y esa risa de mi boca / es como el agua del río / que corre entre peñas locas”; como también esa bella página española de Joaquín de la Oliva y los compositores Francisco Merenciano Bosch y Juan Mostazo Morales que lleva por título “Antonio Vargas Heredia” y cuya letra dice: “con un clavel grana sangrando en la boca / con una varita de mimbre en la mano / por una vereda que llega hasta el río / iba Antonio Vargas Heredia el gitano (…) de puente Geni a Lucena / de Loja a Benamejí / las mocitas de Sierra Morena / se mueren de pena / llorando por ti / Antonio Vargas Heredia / se mueren de pena / llorando por ti”. Todo ese bagaje de canciones estaba cerca de mí en la bella voz de mi madre, quien en el cuaderno de apuntes de sus lecciones había registrado, para acompañar su canto, las posiciones de la mano izquierda en el diapasón de su guitarra de doce cuerdas de metal, que a insistencia mía un día que estuve enferma y el doctor Alejandro Aguirre ordenó que guardara cama se vio obligada a prestarme. Tenía solo seis años y en esa tarde ya me acompañaba el vals de César Miró “Todos vuelven”. A partir de ese momento continué con otros acordes y otras canciones, como las peteneras “A un santo Cristo de acero”, el vals arequipeño “Bajaré silencioso a la tumba” –que con su voz ronquita cantaba la guapísima tía Bertha, hermana de mi mamá– y en solos de guitarra una farruca y malagueñas que me enseñaron mis primos hermanos Carmen y Manuel Ayarza Málaga.
6 Mis referentes musicales en lo criollo fueron: Felipe Pinglo, María de Jesús Vásquez y Óscar Avilés.
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