MI VIDA ENTRE CANTOS
MI PRIMER ESCENARIO En las ciudades provincianas se cultiva mucho el arte e Ica no era la excepción, así que en cuanta oportunidad había me escogían para recitar. Odiaba tener que declamar pues si algo detesto es hacer el ridículo y, por más que me aplaudían, sentía que lo hacía. El doctor Pedro de la Riva Bazán –vocal de la Corte Superior de Ica– y su esposa Josefina Herrera eran quienes me proveían de material poético. Ellos, que fueron el destino de “Piquito”, me engreían tanto, pero tanto, que cuando mi mamá me reprendía yo pensaba que mi verdadera madre era Josefina. En una oportunidad, las señoras iqueñas organizaron una función artística en la que participamos niñas que hacíamos el papel de muñecas. El escenario del Cine Dux fue convertido en la gran juguetería a la que ingresaban un señor y su pequeña hija, que eran atendidos cortésmente por el vendedor quien nos daba cuerda poniéndonos en acción. Era entonces cuando, entre cantos, cada una de las muñecas salíamos a hacer nuestra gracia que en mi caso –menos mal que no fue declamar– fue, vestida de española, cantar “La calesera”. Yo soy la muñeca española y la preferida del bazar porque los muñecos al verme tan guapa con zalamería me suelen cantar: calesera, pinturera yo quisiera calesera ser tu amor yo quisiera calesera que sincero también fuera tu querer.
Como cuando recitaba o desfilaba en Fiestas Patrias me desenvolví de forma natural, por lo que me llamó la atención que Monina Cillóniz, amiga de la infancia, me comentara hace poco lo bien que estuve en mi papel de “Calesera”. También en ese entonces me sorprendía que la gente me felicitara el 28 de julio diciéndome: “¡Qué garbo tienes para marchar! ¡Qué distinción!”. Cabe recordar que en esa época era un atributo tener porte, a diferencia de la actualidad en que la mayoría lo considera arrogancia. Por ese tiempo también me decían: “¡Qué ojos tan grandes tienes!”, y yo –que desde chica me vengo encontrando defectos– corría al espejo y al vérmelos normales, aunque en el fondo sabía que su respuesta no iba a ser imparcial, por si acaso le preguntaba a mi madre su parecer. Ella, como era de suponer, me dejaba más confundida aún, pues como vivía enamorada de mi padre que tenía enormes y lindos ojos verdes me contestaba: “¿Ojos grandes tú? ¡No! ¡Ojos grandes los de tu padre! ¡Ojos de caballo color uva Italia!”.
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