MI VIDA ENTRE CANTOS
Mis años de estudiante en Santa Úrsula fueron muy bonitos. Fue grato tiempo de estudios, travesuras y juegos; tiempo de pertenecer al Club Pirata18, que integrábamos Gladys Zender, Rosario del Campo, Charo Roses, Marcela Ramos y Martha Mifflin; lindos tiempos también de tocar guitarra en el recreo con mi querida amiga Carmen Flórez, quien ya desde esa época cantaba muy bien boleros y páginas mexicanas, y me hacía segunda voz y segunda guitarra en lo criollo. Mientras la mayor parte de mis amigas prefería las canciones en inglés y la música internacional, yo siempre aposté por lo peruano que fue mi más grande sueño. Mis compañeras de promoción del Santa Úrsula fueron y son amigas entrañables, son “mis amigas” pero su vida ha sido diferente a la mía, pues yo sin planificarlo adquirí un compromiso con el Perú, compromiso que me llevó desde muy niña por un camino difícil pero fascinante, un compromiso que es vocación, y la vocación exige, acapara.
POR PRIMERA VEZ EN LA SIERRA Aunque desde el segundo piso de mi casa en Ica se divisaban a lo lejos los enormes cerros que anunciaban la cordillera, y desde allí yo ya presentía la serranía, recién la conocí a raíz de una excursión escolar de vacaciones de medio año, organizada por las madres ursulinas, de manera premonitoria nada menos que a Huancayo. Entre el follaje de los eucaliptos y entre cantos llegamos en tren a Concepción. Nos alojamos en el hotel Huaychulo, desde donde nos desplazamos al criadero de truchas en Ingenio, al Observatorio de Chupaca, a la feria dominical, a la hacienda de las Escobar Angosto –queridas amigas de mi promoción–, pero lamentablemente no estuvimos cerca de las costumbres del lugar ni de sus originales música y bailes. No obstante, al poco tiempo de retornar a Lima escribí para Huancayo, el wayno “Perla andina”, que no solo respondía a mi primer encuentro con el espléndido Valle del Mantaro sino que fue también una evocación de esas empleadas serranas que habían trabajado en mi casa de Ica, y que se habían metido en mis sentimientos con su mundo fantástico: el mundo andino. Decía que empecé rompiendo arraigados convencionalismos sociales. Ninguna persona de la costa le cantaba a una serrana –esto es, a una “chola”– ni a una apañadora de algodón –otra “chola”–, ni al indio, y creo que esas composiciones mías marcan un compromiso con el Perú criollo y andino.
18 “Pirata”: Apodo del heladero que tenía un parche en el ojo que le faltaba, y con su carretilla se paraba en la esquina del colegio –Paz Soldán y Salamanca– y nos fiaba.
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