ALICIA MAGUIÑA
¡Vuelvo a ser yo! regresó mi alma ahora soy fuego y alegría mi devoción por ti tiene mi edad tiene mi vida. Aquí me tienes con lo mejor de mí todas mis flores y mi ternura aquí me tienes otra vez frente a ti yo que nunca agonicé en otros labios muero en ti, muero por ti y resucito en tus brazos.
Bis
TRUJILLO DE MIS AMORES Enrique Maguiña Gálvez, notario, primo hermano de mi padre e hincha mío, estaba de prefecto en Trujillo, y aprovechando las vacaciones de verano me invitó a esa bella tierra –“del frito, la sopa teóloga, el pepián de pava y el shámbar de los lunes”–, en donde viví tres meses realmente maravillosos con él y su encantadora esposa Sofía Cox Larco, nieta del filántropo Víctor Larco Herrera. Los trujillanos, gente hospitalaria, querendona, que vive muy bien, abrieron las puertas de sus estupendas casonas para agasajarme y encantarme. Una de esas distinguidas personas que celebraban mi arte fue el señor a carta cabal, criador de caballos de paso y gran criollo Jorge Juan Pinillos Cox, quien tenía rancho en Huanchaco muy cerca del muelle, desde donde –con él y sus acogedores esposa e hijos– gocé contemplando la belleza de los antiquísimos caballitos de totora al atardecer. Que lo diga tía Pepa a todo aquel que no lo sepa que se lo diga Luchito Jorge Juan y don Panchito. (Parte de mi vals “Que lo diga tía Pepa”).
Moche, y en ese tiempo su natural sencillez, así como el embrujo de las noches guitarreras de Las Delicias, tanto en la pérgola como en las casas de Ivonne, Carlitos y Alexis Puente, y en las de Esperanza Salaverry, Carmela Meléndez, las “Victoritas” Pinillos Monteverde y su prima Emmita me cautivaron.
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