VÍCTOR RODRÍGUEZ NÚÑEZ
Entrevista a Raúl Gómez Jattin:
la
incomodidad hace al poeta
n VÍCTOR RODRÍGUEZ NÚÑEZ Cuenta Vladimir Marinovich que, meses antes de la muerte de Raúl Gómez Jattin, los vecinos de Cartagena de Indias le veían «sentado en las bancas del parque o acostado en el piso pelado del pórtico de la escuela, vestido de camisas y pantalones de colores chillones, siempre sin zapatos». Allí, de día y de noche, bailaba, cantaba, enamoraba, ponía apodos, lanzaba obsenidades, se burlaba de todos, «para luego pasar a la agresividad», y arrebatar «lo que uno estuviera comiendo, bebiendo o fumando». La víspera de su muerte, Gómez Jattin le regaló a su psiquiatra Adolfo Bermúdez un caballito de mar alegando que «son hermafroditas», fue llevado a la cárcel por unas horas, donde armó una pelea con los tanques de basura, y bebió toda la noche. A las 7:40 de la mañana fue atropellado por un autobús, sin que se supiera si se trataba de un suicidio, un asesinato o un accidente. Era el 23 de mayo de 1997; al poeta le faltaban una semana y un día para cumplir 52 años; había nacido en la misma ciudad el 31 de mayo de 1945. Este cronista vio a Gómez Jattin comportarse de la misma manera en las calles del centro de Medellín, pocos años antes. Pero ese ser terrible, que a menudo es el sujeto mismo de su poesía, no fue el que
entrevisté en una habitación de hotel de la capital antioqueña, en compañía de José Emilio Pacheco, hacia 1994. Este otro hombre era extremadamente dulce, reposado, saludable y, sobre todo, lúcido. Gómez Jattin pasó su infancia en Cereté, pequeño poblado del Caribe colombiano, el espacio esencial de su poesía. Hizo estudios de derecho en la Universidad Externado de Colombia, en Bogotá, donde se dedicó intensamente al teatro. Escribió entonces para las tablas adaptaciones de obras de Aristófanes, Swift, Kafka, García Márquez y Cepeda Samudio. Desilusionado con esta experiencia –por razones que se explican más adelante–, regresó a la Costa, donde se entregó a la bohemia y a la poesía. La obra de Gómez Jattin –que hace tambalear el andamiaje crítico con que se ha intentado explicar su generación y, en general, la poesía colombiana de finales del siglo xx– comprende: Poemas (1980); Tríptico cereteano: Retratos, Amanecer en el valle del Sinú y Del amor (1988); Hijos del tiempo (1989) y Esplendor de la mariposa (1993). Hay tres retrospectivas de su quehacer: Antología poética (1991), Poesía: 1980-1989 (1995), y Amanecer en el Valle del Sinú (2004). Este último volumen incluye los poemas que creó en ULRIKA 65 |
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