En este informe, el experto sostenía:
TÉCNICAS CONSTRUCTIVAS EN LA LIMA VIRREINAL Y REPUBLICANA¹ Adriana Scaletti Adriana Scaletti Cárdenas Arquitecta ArquitectaUniversidad Católica del Perú Pontificia Pontificia Universidad Católica del Perú Aunque sus fundadores nunca lo supieron en estos términos, Lima se encuentra en la franja costera del continente que se apoya en la placa tectónica de Nazca, cuya subducción ante la plaza Sudamericana marca a la zona como altamente sísmica y parte del llamado cinturón de fuego del Pacífico. Así, la ciudad tiene una historia recurrente de terremotos más o menos destructivos, que han actuado consistentemente como agentes catalizadores de experimentación y cambio en modos y tecnologías constructivas. En este sentido fueron especialmente notables el sismo de 1687; y sobre todo la terrible combinación de terremoto y tsunami del 28 de octubre de 1746 en el que, además de sufrir Lima terribles daños, desapareció completamente el puerto del Callao, con inimaginables y catastróficas pérdidas. El terremoto de 1687 había traído como consecuencia un nuevo énfasis en la utilización de la quincha, un conjunto relativamente flexible y ligero conformado por barro emparedando pies derechos de madera o caña, con rellenos un poco más pesados –como ladrillo o adobe- en el tercio inferior y entramados de cañas más delgadas o madera partida amarradas con huasca –cuero húmedo que al secarse se contrae- en los dos superiores². Pero a pesar de los bandos del virrey don Melchor de Portocarrero, conde de la Monclova, que instaba a que se demoliesen todos los pisos altos de la ciudad –construidos entonces en los mismos materiales rígidos del primer nivel- para disminuir los peligros ante posibles caídas, la mayor parte de lo dañado se reconstruyó tal cual y la quincha permaneció como la provincia de edificios de importancia secundaria. La experiencia de 1746 –más dramática en una serie de aspectos, incluyendo la intensidad del movimiento que se calcula en 8.6 grados Richter, con una duración estimada de tres minutos- obligó a las autoridades a contemplar medidas más fuertes en el control de las construcciones: la caída de algunos de los altos de las viviendas³ había provocado la muerte de familias completas de la aristocracia, la catedral y el palacio del virrey habían quedado en ruinas y el desastre se percibió como un castigo divino de proporciones nunca antes alcanzadas (Pérez-Mallaína 2001)⁴. Dos semanas después de la catástrofe, el virrey José Antonio Manso de Velasco recibió un informe preparado por el catedrático de matemáticas de la Universidad de San Marcos, miembro de la Academia de Ciencias de París y Cosmógrafo Mayor del virreinato del Perú, Luis Godin, a quien se le había encargado dar indicaciones para una reconstrucción que previniese futuras desgracias.
1. Secciones de este texto se encuentran publicadas en las actas del Primer Congreso Internacional Hispanoamericano de Historia de la Construcción, bajo el título «...haviendo reconocido su fábrica de adovería y telares... »: la casa Riva-Agüero (Lima, Perú - siglo XVIII)/ 2. Pérez Mallaína (2001) indica que el Cabildo Municipal de Lima consideró la quincha como una invención consecuencia del terremoto de 1687/ 3. Cuando sobrevino el terremoto, Lima contaba con unas 3000 casas, de las cuales por lo menos 300 con altos (Crespo Rodríguez 2006, 147), la mayoría ubicadas alrededor de la plaza mayor/ 4. Testimonios como el del Marqués de Ovando (Don Francisco José de Ovando y Solís) relatan una serie de detalles que buscan proveer de sentido a la tragedia. Dice el Marqués que el fenómeno empezó cuando habíase sentado a cenar: salió luego de casa –muy cerca al Cercado de Lima, zona indígena en los llamados Barrios Altos- y en la documentación relata cuanto vio en camino hacia la plaza mayor y el palacio del virrey. Sostiene que «no hay hipérbola que pueda expresar tanta tragedia en tan corto tiempo». El citado y otros testimonios de importancia, entre ellos los que denotan las disposiciones posteriores de la Iglesia y del virrey, se conservan en el Archivo General de Indias (en adelante AGI), legajo Lima, 511/ 5. El texto de este primer informe se reproduce completo en Bernales Ballesteros (1972, 305-308).
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“Es evidente que el País no permite edificio elevado ni construcción pesadas y las paredes sean de piedras, o de ladrillos, o de adobes, cuando todas ellas piden que en su naturaleza un cierto grueso se deben escusar sino se les da una considerable disminución de abajo a arriba de suerte que vaya este grueso de mayor a menor... El levantar torres en los templos es otra vez empezar a abrir sepulturas para los venideros [...]; no es posible esperar se construyan con la solidez necesaria y sobre todo es preciso advertir que la cal de esta tierra no tiene la virtud competente de unirse con las materias de piedra o ladrillo... De ninguna de las maneras se permitirán Altos, ni aun de quincha, ni de bastidores, ni otra cosa más elevada, que el techo de la vivienda baxa el qual ha de ser de tixera... Asertado sería aislar todas las Casas, y construirlas todas de quincha en forma de un quadrado avierto, o cerrado dexando en el medio un Patio de bastante amplitud pero no tapado por la misma Casa aunque se callese, y alrededor otro Patio, que apartasse la Casa de la Pared de la Calle, y de la Cassa vecina, lo bastante para safarse de las ruinas de una y otra. Pero pidiendo esta disposición en demaciado terreno no parece practicable... Don Luis Godín”⁵. El virrey necesitó de un segundo informe de idéntico, drástico tenor para convencerse de la necesidad de promulgar un bando a propósito. Lo hizo en enero de 1747, indicando que ninguna casa, ni sus cercas ni dependencias, debía superar las cinco varas de altura -un poco menos de cuatro metros y medio, es decir, el promedio interior de un primer nivel en las casas tradicionales limeñas- al tiempo que ordenaba la demolición inmediata de todos los pisos altos que se encontraran aún en pie e indicaba los materiales que era lícito utilizar. Sus indicaciones dieron origen a una serie de pleitos con las familias más notables de la ciudad -dirigidas por los marqueses de Torre Tagle, los condes de Torre Blanca y los marqueses de Maenza- quienes veían en la ordenanza una disminución de sus privilegios de representación y estatus visible. No solo eso: se trataba también de un daño económico, pues desaparecidos los altos, tener que ocupar los bajos significaría una pérdida de alquileres importante. Finalmente, “perder altura significaba no sólo perder una parte de la vivienda, sino también el decoro que una familia principal necesitaba” (Crespo Rodríguez 2006, 55). Abrumado, el virrey hubo de dar vuelta atrás –aunque no sin quejarse privada y amargamente del egoísmo de los ricos limeños, que dieron al traste con su “…convenientísima resolución... estimando en menos la seguridad de sus vidas y de sus compatriotas, que la vana ostentación de sus suntuosas fábricas o el despreciable interés que falsamente se prometen de sus arrendamientos...”; debiéndose disimular –término empleado por el propio virrey- la ordenanza para que todos los involucrados mantuvieran su dignidad y sus prebendas (Archivo General de Indias, Lima 415). Lima, por tanto, continuó con edificios de más de una planta –aunque más flexibles, con altos en quincha- y es ese el tejido urbano preponderante en la ciudad histórica que ha llegado hasta nosotros.