CULTURA
Siglos de oro, plata y almizcle
Arnulfo Herrera arnulfoh@unam.mx
La “libertad” es sólo una ilusión
C
La dama de Shalott, John William Waterhouse, 1888.
uando pensamos en la vida cotidiana que llevaban los habitantes de la Nueva España, solemos imaginar las calles desiertas, oscuras, tristes, llenas de festividades religiosas que emanaban letanías e incienso, con mujeres cubiertas hasta la cabeza por paños negros, rosarios en las manos y escapularios en el cuello, frente a la mirada de una Inquisición vigilante que amenazaba con calabozos, terribles castigos corporales, la vergüenza pública y la hoguera. Imaginamos a la gente temerosa, rezandera, reprimida, en una frase: carente de libertad. Ésta es una imagen falsa que crearon las leyendas decimonónicas y las películas. En realidad la vida en los reinos americanos colonizados por los españoles fue muy diferente. En su ameno libro (La época barroca en el México colonial, México, FCE, 1974), Irving Leonard describe una colorida y vital ciudad de México que no se 68
parece en nada a la imagen del México virreinal que tenemos en la mente. En las calles animadas por la vida cotidiana abundaban los lujosos coches de uno y dos troncos (los de tres troncos eran sólo para el virrey) y los aderezados caballos costosísimos que pondera Bernardo de Balbuena en la Grandeza mexicana (1604), en la Plaza Mayor se podían apreciar las joyas y las ropas a la moda europea que lucían las mujeres de las clases pudientes, las vistosas libreas de los criados que escoltaban a los grandes señores (los comerciantes ricos, los acaudalados mineros, los hacendados, las altas jerarquías de funcionarios civiles y eclesiásticos), circulaban a pie los hábitos blancos de los mercedarios en contraste con las sotanas negras de los jesuitas y los demás colores de las otras órdenes religiosas. Y hablando de colores, debió ser un manjar para los ojos contemplar el fuerte colorido que vestían las mujeres negras y las mulatas