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Puerto de Coloso Dos productores salitreros de Tarapacá, Matías Granja y Baltasar Domínguez, organizaron una empresa para explotar unas salitreras de su propiedad que poseían en el Cantón de Aguas Blancas. Ese Cantón tenía ricos yacimientos de caliche y se habían explotado el siglo XVIII. Desafortunadamente el costo aumentaba con la distancia que debían recorrer las carretas para llegar hasta el puerto de Antofagasta. Los socios concibieron dos proyectos: Construir un nuevo puerto en la Caleta Coloso y establecer un ferrocarril entre ella y el Cantón de Aguas Blancas. Cuando solicitaron autorización para ambas obras, hubo una fuerte oposición de Antofagasta. Pese a las dificultades lograron ser comprendidos en la intención y aceptar que el puerto de Antofagasta estaba colapsado con los numerosos embarques. Cumplido los requisitos comenzaron las obras afines del siglo XIX. En 1902 los dueños y las autoridades invitadas recorrieron en el viaje inaugural la distancia que había entre Coloso y Aguas Blancas, concretamente hasta de Oficina Pepita de propiedad de los empresarios. Coloso quedó transformado en un próspero puerto de embarque de salitre. El sector costero, ensanchado adecuadamente, estaba destinado a la estación, las bodegas para acumular salitre, el tendido de rieles para el movimiento portuario, el almacenaje de carbón y la torna mesa para cambiar la dirección de los trenes. En el sector alto hacia el sur, se levantaban las casas de los empleados directivos y las de los empleados de escritorio. Las viviendas de los trabajadores estaban en la falda norte del cerro. Un poco mas abajo se ubicaba un hotel de dos pisos, el Cuartel de Bomberos, una Plaza, la pulpería, el cine y una capilla. El puerto estaba dotado de teléfono, agua potable, una red de agua para incendio, y una cancha de tenis exclusiva para el personal inglés y una cancha de fútbol. En 1907, año de gran auge de exportación de salitre, anclaron en la bahía 300 naves que llevaron a diferentes países un total de 112.000 toneladas de salitre. La población pasaba de 2.450 habitantes. El puerto permaneció activo hasta 1930, cuando la crisis salitrera lo derrumbó. Escasearon los barcos, las oficinas del Cantón de Aguas Blancas apagaron sus fuegos. Entonces, se vendió como chatarra y madera de buena calidad. Tal situación provocó un impacto más allá de las fronteras nacionales. En Londres, el periódico “The Liverpool Post”, dio cuenta de tan inaudita situación en la edición del 12 de febrero de 1932: “El pueblo salitrero decía, será destruido. Mr. Robert Bell ha comprado un pueblo…se propone destruirlo”. Así sucumbió otro importante patrimonio regional.
Floreal Recabarren Rojas