Pasión y Glorias Estepa 2018
Más de medio siglo de vestidor En primer lugar quisiera manifestar mi profundo agradecimiento al Consejo Local de HH. Y CC, por su invitación a participar en esta publicación cuaresmal, aunque lo mío no es la pluma, pero una vez más y ya van muchas, no me puedo negar ante la solicitud de cualquier persona a desvelar lo que para muchos cofrades sigue siendo un arte y en muchas circunstancias un privilegio como la que vengo realizando desde mi más tierna infancia, Vestidor de varias imágenes de la Santísima Virgen. Pero a modo de introducción he de manifestar, que de la multitud de imágenes procesionales que desfilan hoy por nuestros pueblos, pocas son las que hay documentadas, sobre todo las anteriores al siglo XIX. El siglo XIX comienza con una gran producción y restauración de imágenes, que se desarrolla a partir de la marcha de los franceses, ya que como se sabe estos originaron la desaparición temporal o definitiva de muchas entidades religiosas, que ya venían acusando decadencia desde el último tercio del siglo anterior. La estilística de estas imágenes ha variado poco a lo largo de estos siglos, aunque algunas diferencias son apreciables. El modelo lo dan las imágenes del siglo XVII, aquellas que corresponden al Siglo de Oro, presentando rostros suaves, de dolor contenido, de correctísimas facciones, de aspecto refinado y ciudadano y con carnación trigueña, como corresponde al modelo escultórico de Montañés y Mesa. A finales del siglo comienza a añadírsele postizos a las tallas, consistente en lágrimas y ojos de cristal, también pestañas y pelo natural, para dar un mayor realismo a la imagen, lo cual se corresponde con el momento auténticamente barroco del momento. La primera mitad del siglo XVIII continúa en estas líneas estilísticas, especialmente en lo que a aditamento se refiere, generalizándose los ojos de cristal que en la segunda mitad del siglo se hacen ya insustituibles. A mediados del siglo XVIII el estilo rococó se extiende por la península procedente de la corte borbónica, y las imágenes marianas, aun estando dentro del espíritu barroco, muestran unos rasgos más finos y un cierto adelgazamiento del rostro. Estas mismas características pero más acentuadas se advierten durante el siglo XIX, a las que hay que añadir una mayor palidez del rostro, con una carnación de tipo porcelana. En el siglo XX, la realización de las tallas de Vírgenes aumentaron de una forma considerable, ya que la formación de cofradías nuevas o la renovación de las antiguas casi superan al número de las primitivas. Estas imágenes del siglo XX han seguido en líneas generales el modelo iconográfico del siglo XVII, aunque naturalmente, la mano personal del escultor y los modelos de belleza
contemporáneos han introducido pequeños cambios, como por ejemplo el mayor tamaño de los ojos, el alargamiento de las pestañas, y el color algo más aceitunado de las mejillas, en algunos casos. Pero en general, puede decirse que salvo pequeñas alteraciones, el modelo iconográfico barroco se conserva. Imágenes todas de una gran belleza, de perfección en los rasgos y de expresión de dolor contenido, sin el aspecto desgarrado y cruento que caracteriza a la imaginería barroca de otras regiones españolas. El vestido contribuye de una manera definitiva a conseguir la apariencia suntuosa de la imagen. El vestido de la Virgen es ampuloso, bordado, con falda acampanada, corpiño ajustado, amplio manto, tocas plegadas y mantilla de encaje, en la mayoría de los casos. El vestido actual de las imágenes procesionales, es convencional, y se halla más cercano a la indumentaria de corte del siglo XIX que a ninguna otra, aunque conserva elementos más antiguos, mezclándose en él prendas profanas y religiosas. Las tocas son quizás el elemento más antiguo, ya que es una prenda de origen medieval, que a partir del siglo XVI solo usaban las congregaciones religiosas y las mujeres de cierta edad, así como algunos estratos populares. El resto del ropaje es puramente profano, siendo la mantilla de encaje una vestidura popular de fines del XVIII, pero adaptada en los siglos XIX y XX. El vestido propiamente dicho, formado por saya, corpiño y manto, constituye el traje de corte propio de la segunda mitad del siglo XIX. Saya y manto de seda, terciopelo o tisú, suele ir
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ricamente bordado con técnicas de gran realce y temas que van desde el estilo neorrenacimiento, al neobarroco o neorrococó, sin olvidar la estética imperio. Las joyas y la corona, son el complemento del vestido, pero a su vez constituyen piezas independientes, especialmente a lo que a su estilo y fecha se refiere. La corona es la parte más importante del tocado y su tipología data de la misma época que la de la imagen, pues como tal corona imperial se generalizó a fines del XVI. Es un símbolo religioso y a la vez de realeza, que acompaña a la Virgen desde muy antiguo, pues ya en el arte bizantino, del siglo V al VI, María aparece coronada. Las coronas que usan las Dolorosas procesionales son las llamadas de tipo imperial, que se componen de un aro o diadema ajustado a la cabeza, y un gorro o parte superior, también llamado canasto, que desde el siglo XVII quedó convertido en unas bandas cruzadas y una ráfaga o aureola. Las joyas son abundantísimas en la mayoría de las imágenes, aunque si es verdad que en la actualidad, cada vez menos, y suelen colocarse sobre el pecho, alcanzando a veces a la cintura. Otras Vírgenes suelen usar como contraste únicamente un puñal de plata, tradicional en las Dolorosas. Las joyas utilizadas en la actualidad son la mayoría modernas, si bien hay imágenes que poseen una magnífica colección de joyas antiguas. La tipología es de lo más variado y pueden verse entre ellas toda clase de adornos, desde alfileres, hasta broches, collares y anillos. De todas las joyas que adornan a la imagen, únicamente el puñal, el rosario y la cruz pectoral tienen carácter sacro. Siendo todo lo demás completamente profanos. Muy resumidamente estas son las características y las procedencias de los bellísimo conjuntos que con mucha fe y mucho amor conseguimos de nuestras imágenes que con gran devoción y orgullo paseamos por nuestras calles. Después de estos datos históricos, quisiera hacer referencia a un debate que siempre escuché sobre si el vestir imágenes es un arte o no. Unos dicen que somos artistas, yo particularmente no me creo artista, aunque si pienso muchas veces, que cada vez que vestimos a una imagen, es una nueva creación y en muchas ocasiones dependen de tu estado de ánimo e inspiración. En algunas ocasiones escuché decir que la belleza de una imagen depende en el 50% del escultor y el 50% del vestidor. El escultor se inspira una vez y consigue su obra para siempre. El vestidor, cada vez que se pone delante de la imagen para vestirla, se tiene que sentir