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Pan de Muertos
P
asan los días sin poder distinguir si los disfruto y aprovecho, ¿será la pandemia que mengua mi sentimiento de pertenencia?, mi debilidad me inclina ahogar mis penas en alcohol, pero llega a mí esa delicada voz de mando de mi abuelita recitando dichos de antaño: “Las penas con pan son buenas”. La voz se desvanece, el casco de cerveza se zafa de mi mano, y en mitad de la nada llega el olor de pan recién horneado, busco por esa calle menos solitaria que es mi alma. Meto la llave en la puerta de mi cuarto, pongo tres panes en ese escritorio que a la vez hace de comedor, abro el refrigerador, y saboreo en silencio mi pan de mil hojas acompañado de una leche bien fría. Como siempre, mi abuelita tenía razón, las
penas… con pan son buenas. Parece que mis de-
monios toman asiento, dándome tregua mientras partimos el pan en partes iguales, mis demonios, mascan y beben a mi paso.
Por Lobo Mictlán
Bueno, pero ¿qué es el pan?, es rico, los gachupines lo trajeron, pero es aquí en mi país donde se diversifica, hay pan blanco, de caja, dulce, de repostería, incluso hay documentales de lo maravilloso de nuestra diversidad. Tal vez son mis locuras, mi necedad por no tener tranquilidad y tergiversar todo, pues recuerdo esa parte famosa de semana santa donde Jesús dice que su carne es pan y su sangre es vino, y aunque a mi personalmente eso me suena a Hannibal Lecter, espero sea algo normal de mi parte, no mi necedad a vivir mal