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no cronológica, no importa cuántas veces la tierra giró alrededor del sol, sino cómo lo hizo, y aquí radica que la historia tiene ritmo, pero no parejo, está permanentemente cambiando de velocidad, conforme a la aceleración que el acontecimiento le señala. En tal sentido. la historia nacional es por definición integral e integrada, y eso es lo que logran estos historiadores posvirreinales, que después coronaría Sebastián Lorente al tratar Perú como una civilización, que para el caso equivale a todo el proceso de colonización del espacio que ocupa en los distintos tiempos, incluso hasta nuestros días.
CONCLUSIONES DEL CAPÍTULO I Perú pasa por un proceso creativo de su identidad, cuya construcción lingüística empieza recién con la llegada del lenguaje castellano al mundo andino, primero como una referencia fonética y luego con nombre propio, voz y sustantivo respectivamente, con lo que queda incorporado gramaticalmente, pero su connotación política aparece cuando su espacio es recogido como una unidad espacial, que como era en esos tiempos, tuvo una naturaleza jurídica de carácter patrimonial, que como tal pasa a formar parte del conjunto de unidades de esta misma naturaleza y estatus jurídico, que formaron el conglomerado de reinos de la Monarquía católica. Y finalmente esta entidad adquiere la condición de sujeto histórico al apropiarse su memoria del pasado espacial, incluyendo a los tiempos pretéritos a su aparición lingüística, con lo que surge la necesidad de generar una historia lineal que los incluye, de esta manera podemos hablar de un Perú Prehispánico, Perú Incaico, por ejemplo.
Esa historia debe tener ciertas características, no sólo el rigor científico, sino la capacidad de poder ser usada como aglutinador a todo el conjunto de la sociedad, con una narrativa que identifique al espacio y a las personas con el sujeto histórico, en este caso Perú. Por ello hay una unión indisoluble entre el sujeto y su historia.