Capitulo 6
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Luis Valcárcel
¿Cómo desde la capital va a comprenderse el conflicto secular de las dos razas y las dos culturas que no ha perdido su virulencia desde el día que el invasor puso sus plantas en los riscos andinos? ¿Será capaz el espíritu europeizado, sin raigambre en la tierra maternal, de enorgullecerse de una cultura que no le alcanza?
en el derecho de gobernar y en el de la propiedad de las tierras “del Inka”. La Iglesia se apoderó de las tierras “del sol”. De muchas tierras públicas y privadas salió el repartimiento. Al curaca reemplazó el encomendero, el terrateniente, el gamonal. El Hombre Blanco sustituyó, pues, a los inkas, es decir, a la nobleza del imperio.
¿Podría vivir en el mestizaje de otras razas exóticas el gran amor que sólo nutre y mantiene la sangre da los hijos del sol?
El pueblo siguió siendo netamente americano.
Sólo al Cuzco está reservado redimir al indio. ●●●
El Perú, pueblo de indios Un periodista yanqui ha afirmado, ante el escándalo de muchos, que el Perú es un pueblo de indios y que esa consideración ha influido en el ánimo del presidente Coolidge para negarle justicia en su controversia con Chile. Y ha dicho bien el periodista yanqui. El Perú es un pueblo de indios. El Perú es el Inkario, cuatrocientos años después de la conquista española. Dos tercios de su población pertenecen a las razas regnícolas; siguen hablando los idiomas vernaculares. Para esos cuatro millones de peruanos sigue siendo el Hombre Blanco un usurpador, un opresor, un ente extraño y extravagante. El Hombre Blanco, en buena cuenta, no ha sustituido al indígena sino a una clase social inkaica. A los que mandaban, a los que dominaban. El Monarca Español heredó al Monarca Indio, le sucedió
El Hombre Blanco construyó la Ciudad a la española, unas veces sobre las ruinas de la urbe inkaica, como el Cuzco, otras veces no: la ciudad salió de la nada, aunque la “mano de obra” fuera siempre india. Lima, Arequipa, Trujillo, Piura fueron surgiendo por mandato del español dominador, pero por esfuerzo del regnícola. Mas, el Perú esencial, el Perú invariable no fue ni pudo ser nunca sino indio. De un cabo a otro del territorio, erizado está el mapa de toponimias keswas, aymaras, mochikas, pukinas. Ciudades, aldeas, ventorros, haciendas, heredades, simples parcelas, montañas, ríos, valles, lagunas, todo está bautizado por la Raza. En vano el esfuerzo de llamar Grau a Cotabambas o Espinar a los distritos altos de Kanas o Melgar a Ayaviri. En vano suavizar la ruda fonética de los ásperos apellidos, o absurdo descastamiento traducirlos algunas veces al español. Los Kispes y los Waman, los Kondori y los Changanaki, los Ch’ekas y los Chok’ewanka están denunciando la verdad inmarcesible: el Perú es indio y lo será mientras haya cuatro millones de hombres que así lo sientan, y mientras haya una brizna de ambiente andino, saturado de las leyendas de cien siglos. ¡El Perú es indio!
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CARETAS 2002