capítulo_7
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Fernando Belaunde Terry
crea un hábitat ecuatorial por encima de los cinco mil metros. Se trata, pues, de un territorio excepcional, distinto, con comunicaciones difíciles y enormes áreas inexplotadas. Y esta tierra sui generis ha producido también un hombre sui generis. El territorio, factor fundamental, no está aquí como en otras civilizaciones a favor, sino en contra del hombre. No es, como Egipto, un valle fértil y acogedor el que lo define, sino una cordillera áspera y empinada. Y, sin embargo, los Andes implacables fueron cuna, como el Nilo fecundo, de una civilización inmortal. La tierra es la misma y el hombre ha cambiado poco, siendo el factor aborigen elemento dominante en el mestizaje que trajo la Colonia. Debemos adentrarnos en los misterios de esta tierra y de sus habitantes que, a través de las distintas épocas, lograron imponérsela, para continuar su obra inconclusa. La primera lección que recogemos del pasado es, pues, la necesidad de estudiar y conocer a fondo el territorio. Los cronistas nos hablan de los minuciosos modelos que se hacía antes de la Conquista, de las distintas regiones, lo que presupone la existencia de la cartografía. Cieza de León, al referirse a la red vial, nos dice que los pueblos la construían con estricta fidelidad a lo que estaba “pintado”, es decir que la planificación de caminos había sido cuidadosamente pensada. Toda la prosperidad, el adelanto y la justicia social del Perú antiguo se originaron en una premisa básica: el que a cada consumidor correspondiera una unidad de superficie agrícola para su sustento. Y esa unidad, el tupu, tenía un área entre los 3,600 y los 4,825 metros cuadrados. Fuera de esto teníamos las tierras del Sol y las del Inca, que constituían las fuentes de recursos de la religión y del gobierno, de las que se tomaba lo necesario para las campañas militares y en los casos de sequías, catástrofes o plagas. La superficie cultivada era, pues, considerablemente superior a los 1,700 metros cuadrados por habitante de que hoy disponemos. El crecimiento vegetativo obligaba por lo tanto a la incorporación de nuevas tierras, por medio de la irrigación, o la creación de nuevas áreas laborables, a base de las andenerías que alguien ha comparado, en su monumentalidad, a las pirámides del antiguo Egipto. El problema vital de la subsistencia estaba entonces resuelto, pudiendo decirse
que, en el antiguo Perú, cada nuevo latido de vida humana se sincronizaba en la tierra con un nuevo brote de vida vegetal. Aunque hoy disfrutamos de las facilidades del comercio internacional, que antes no se utilizaban, la preocupación por lograr la autosuficiencia alimenticia debe seguir teniendo vigencia ya que dicho comercio también implica la exportación de parte apreciable del producto de la tierra. Un país subdesarrollado y lejano no debe depender de otros, para su abastecimiento en productos básicos del sustento de su población, sobre todo cuando las dificultades de su territorio y su posición geográfica recargan con cuantiosos fletes el valor de los alimentos. La relación entre las áreas cultivables y los consumidores, sigue siendo una premisa fundamental en el planeamiento regional moderno. Las grandes naciones industriales, superpobladas, que no encuentran en el territorio metropolitano la posibilidad de practicarla, buscan otros caminos por medio del protectorado o de la colonización de regiones lejanas, y proclaman teorías como las del espacio vital que, según lo ha anotado J. M. Pastor, no fueron monopolio del nazismo sino que la practicaron grandes demócratas, como Roosevelt, en el famoso proyecto de desarrollo del Valle del Tennesee, que no es otra cosa que la incorporación, en gran escala, de tierras de cultivo y el aprovechamiento de la fuerza hidráulica. La relación hombre-tierra es la clave de la prosperidad americana y lo es, también, de la desnutrición de nuestro propio pueblo. Practicar este principio tan saludable obligó a los antiguos peruanos a adoptar una organización orgánico-celular, que tuvo su remoto origen en el ayllu y que, empezando con una chunca, que es la reunión de diez familias, lograba un desarrollo piramidal en la pachaca que lo es de cien y en la waranca, el núcleo básico de mil familias, que correspondería hoy a lo que en planificación moderna se llama escalón parroquial o unidad vecinal. La base de la pirámide seguía anchándose en forma decimal hasta alcanzar al más anónimo de los ciudadanos, en la más remota de las regiones. Tal estructuración facilitó la estadística censal, permitiendo el paralelismo en la dinámica de la tierra frente a la dinámica demográfica.
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La diferencia sustancial entre la comunidad 145
CARETAS 2002