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Flora Tristán
ismo serán remplazados por prédicas instructivas, porque después de que la imprenta haya despertado la razón de las masas, será a esta nueva facultad a que habrá que dirigirse, si se quiere ser escuchado. Instruid, pues, al pueblo; es por allí por donde debéis empezar para entrar en la vía de la prosperidad. Estableced escuelas hasta en las aldeas más humildes; esto es lo urgente en la actualidad. Emplead en ello todos vuestros recursos. Consagrad a esto los bienes de los conventos, pues no podríais darles destino más religioso. Tomad medidas para facilitar el aprendizaje. El hombre que tiene un oficio no es ya un proletario. A menos que le hieran calamidades públicas, no tiene ya necesidad de recurrir a la caridad de sus conciudadanos. Conserva así esa independencia de carácter tan necesaria de que se desarrolle en un pueblo libre. El porvenir es de América. Los prejuicios no pueden adherirse en ella como en nuestra vieja Europa. Las poblaciones no son lo bastante homogéneas como para que este obstáculo retarde el progreso. Desde que el trabajo case de ser considerado como patrimonio del esclavo y de las clases ínfimas de la población, todos harán mérito de él algún día, y la ociosidad lejos de ser un título a la consideración, no será ya mirada sino como un delito de la escoria de la sociedad. En toda América, el Perú era el país de civilización más avanzada a raíz de su descubrimiento por los españoles. Esta circunstancia hace presumir favorablemente acerca de las disposiciones ingénitas de sus habitantes y de los recursos que ofrece. ¡Que un gobierno progresista llame en su ayuda a las artes de Asia y de Europa y pueda hacer que los peruanos ocupen aquel rango entre las naciones del Nuevo Mundo! Este es el deseo muy sincero que me anima. Vuestra compatriota y amiga. Flora Tristán París, agosto de 1836 ——- ———No hay ningún lugar sobre la tierra en donde las mujeres sean más libres y ejerzan mayor imperio que en Lima. Reinan allí exclusivamente. Es de ellas de quien procede cualquier impulso. Parece
que las limeñas absorben, ellas solas, la débil porción de energía que esta temperatura cálida y embriagadora deja a los felices habitantes. En Lima las mujeres son por lo general más altas y de constitución más vigorosa que los hombres. A los once o doce años están ya plenamente formadas. Casi todas se casan a esa edad y son muy fecundas, a menudo tienen seis o siete hijos. Tienen embarazos felices, dan a luz con facilidad y se restablecen pronto. Casi todas amamantan a sus hijos, pero siempre con ayuda de una nodriza, quien suple a la madre y alimenta también al niño. Esta es una costumbre proveniente de España, en donde las familias acomodadas tienen para sus hijos dos nodrizas. Las limeñas no son hermosas por lo regular, pero su graciosa fisonomía tienen un ascendiente irresistible. No hay hombre a quien la vista de una limeña no haga latir el corazón de placer. No tienen la piel curtida como se cree en Europa. La mayoría son, al contrario muy blancas. Las otras, según su diverso origen, son trigueñas, pero de una piel lisa y aterciopelada y de una tez cálida y llena de vida. Las limeñas tienen todas buen color, los labios de un rojo vivo, hermosos cabellos ondulantes naturalmente, ojos negros de forma admirable, con un brillo y una expresión indefinible de espíritu, de orgullo y de languidez. Es en esta expresión en donde reside todo el encanto de su persona. Hablan con mucha facilidad y sus gestos no son menos expresivos que las palabras con que los acompañan. Su vestido es único. Lima es la única ciudad del mundo en donde ha aparecido. En vano se ha buscado hasta en las crónicas más antiguas, de donde podía traer su origen. No se ha podido descubrirlo. No se parece en nada a los diferentes vestidos españoles y lo que hay de cierto es no fue traído de España. Se encontró en aquellos lugares a raíz del descubrimiento del Perú, aunque es notorio al mismo tiempo que nunca existió en otra ciudad de América. Ese vestido, llamado, saya, se compone de una falda y de una especie de saco que envuelve los hombros, los brazos y la cabeza y se llama manto.... Sólo en Lima se puede confeccionar un vestido de esta especie. Las limeñas pretenden que haber nacido en Lima para poder hacer una saya y que un chileno, un arequipeño o un cusqueño jamás podrían llegar a plisar la saya. Esta afirmación, cuya exactitud no me he inquietado en verificar, prueba cuán fuera de las costumbres conocidas se halla este vestido. Trataré de dar
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CARETAS 2002