CAPITULO–4
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Ricardo Palma
(REMINISCENCIAS)
“El Baile de La Victoria”. En Tradiciones Peruanas. Extractos seleccionados, págs. 60-68.
El Baile de La Victoria Ricardo Palma
(Lima 1833-Miraflores 1919)
Cuán pocos quedamos ya de esa juventud que, venida a la existencia en el primer decenio que siguió al triunfo definitivo de la libertad en Sud América, esto es, en los albores de la República, alcanzara a disfrutar también de lo que fue la sociabilidad limeña durante los tiempos de vasallaje al rey! No con el último disparo de fusil en el campo de Ayacucho desapareció la vida colonial. En punto a costumbres, se siguió, en toda casa de buen gobierno, almorzando de nueve a diez de la mañana, comiendo de tres a cuatro de la tarde, cenando a las diez de la noche, rezando el rosario en familia antes de meterse entre palomas (vulgo sábanas), y lo que vale por mil tesoros, se siguió ignorando que la dispepsia y los cólicos hepáticos con sus arenillas están reñidos con la antigua cocina española, en que la manteca entraba por poco y por mucho el aceite de olivo. Desafío al más guapo a que consuma hoy el par de huevos, fritos en aceite de Moquegua, que embaulaba yo dentro del cuerpo antes de ir a la escuela. El mobiliario en las casas, la indumentaria personal, las fiestas y procesiones religiosas, los capítulos para la elección de prior o de abadesa, capítulos en que todo el vecindario se inmiscuía con un calor nada parecido al de los ciudadanos en las recientes elecciones de parroquia, las corridas de toros, el reñidero de gallos y las funciones teatrales, los saraos de buen tono, los jolgorios populacheros, todo, todo subsistía sin ápice de discrepancia, como en los días de la colonia. Nada había cambiado. Sólo faltaba el virrey, y créanme ustedes que la mayoría del vecindario limeño lo echaba de menos. Aunque la ley había abolido los títulos de Castilla, ellos seguían en boca de todo el mundo. –¡Salud, señor marqués! ¡Adiós, señor conde!– eran frasecitas de cajón o de cortesía que ni el más exaltado patriota escrupulizaba pronunciar, tal vez por el gustazo de oír esta contestación: –¡Vaya usted con Dios, mi coronel!– o bien: –¡Felicidades, mi general!
El gran escritor del siglo XIX en el Perú e irónico observador de las costumbres de Lima. Autor de las célebres Tradiciones Peruanas.
Ciertamente que la aristocracia de los pergaminos, con las leves excepciones de toda regla, no descollaba por el talento o la ilustración; pero sí deslumbraba todavía por su riqueza y boato, como que había entre ella acaudalados tan estúpidos que almacenaban debajo de la cama talegos henchidos de pesos. Yo he visto en mi niñez, en el traspatio de una casa, lo que se llamaba varear la plata, operación
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CARETAS 2002