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Sonidos de libertad P
ara Sandro todas las mañanas eran una buena oportunidad para redefinir la historia de las
cosas y reconstruir los hechos que habían marcado el tránsito de la humanidad. Él insistía en que no todo lo que la mayoría creía era necesariamente verdadero, siempre anhelaba escudriñar un poco más de lo acostumbrado por las personas comunes. Como buen historiador, su hábito predilecto era demostrar por los hechos cada suceso que parecía medianamente encriptado, y así dar por sentado nuevas perspectivas de la historia. Además, sus estudios como periodista, enfatizaban esta filosofía de vida. Este tenaz investigador, y elocuente orador, tenía la gentileza de creer en todo, pero al mismo tiempo podía deshacerse de algo o de alguien que no fuera coherente en su discurso. Entre carpetas, libros, lápices, resaltadores pasaba los días en su húmeda oficina, lo cual casi no le daba tiempo para otras actividades; su estado civil le servía como soporte para dedicarse por completo a sus insistentes estudios. Sus vecinos pensaban que las letras lo estaban volviendo loco. Sandro casi no lo notaba, pero la vida le iba pasando lentamente como el segundero del reloj, pues para este hombre su único propósito era dar a conocer las evidencias de una verdad que retumbaba en su conciencia día y noche. Su rutina estaba marcada por la responsabilidad, porque pensaba que estando en una ciudad como la histórica Roma, tenía que estar a la altura de las exigencias de la cultura y la historia que se
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