Imagen: Tom Chrostek | Unsplash
Partenaire A
loysius no sabía que había salido mal la noche anterior. Siempre había sido bueno en
controlar sus impulsos, en escoger bien sus alimentos, en tomar solo lo que necesitaba y seguir con su camino. Pero anoche, anoche había sido diferente. La chica había dicho que sí de inmediato. No muchas personas se negaban, pero ella fue demasiado fácil. Solo necesitó utilizar esa sonrisa que Gus describía como ―espeluznantemente encantadora‖, pero funcionaba con todos y hablar unos minutos con esa voz aterciopelada que usaba solo para las noches de cacería. Ni siquiera tuvo oportunidad de quitarse la chaqueta cuando ya estaba saliendo con su acompañante a un callejón no muy lejos del bar. Eso debió darle una pista, pero el hambre era más fuerte. Aún podía sentir la dulce sangre de la chica entre sus dedos, su lengua, sus dientes. El primer sorbo había sido como beber directamente del sol. Calentando sus venas, su piel y cada fibra de su helado corazón. Sus manos, anteriormente frías y pálidas, tomaban un color casi rosado alrededor de la cintura de su víctima, manteniéndola cautiva e inmóvil contra él. No faltaba mucho para terminar. Solo unas gotas más y podría dejar a la chica de la misma forma en que la encontró: sana, solo un poco atontada, viva. —¿Te gusta mi sangre, Aloysius? —preguntó la chica en su oído. Aloysius la soltó desconcertado.
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