INTERLUDIO (II) Sobre LAS JOYAS DE ZARATUSTRA Los necios surgen de la tierra infértil y áspera que apenas nutre al rebaño, míseros animales que se afanan en proporcionarnos alimento para nuestros huesos raquíticos. Ellos son los primeros que dan el bocado, pero no cruzan al macho y la hembra para asegurar descendencia, estrechando el redil y sus estómagos. Con ellos respirando apenas quedarán las piedras para lamer los granos que se desprendan cuando hiervan en las ollas. Mirará hacia otro lado el ignorante y, alzando su cabeza al cielo, esgrimirá con el puño osados desafíos contra sus dioses. ¡Qué pedir más que piedad para sus resecas mentes! Cuánta compasión le queda al ser consciente para valorarse frente a semejante afrenta a su especie, consolándose al menos con haber sido suficientemente inteligente como para calentar piedras en el barro. Demasiado por aguantar de los irreflexivos, acechando lamer como carroñeros la cal de las paredes. No han de temer los que en sus mentes aún poseen visiones de un nuevo humanismo, aquel que subvierta la necedad que crece conforme más avanza la sequía en los vergeles del verdadero valor que hace al ser. Deberán enfrentar un enemigo sin par, de números solo sustituibles por las estrellas del firmamento, y serán los únicos rivales a los que habrán de batir para tenerse con el derecho de considerarse superiores a ellos. Antes de que el liderazgo pueda inundar al verdadero ser, aquel que porta el peso del conocimiento habrá de saber que en su carrera podrá despeñar su cuerpo hasta la magulladura que llega al hueso, pero jamás habrá de desprenderse de sus alhajas, y velará con su propio oxígeno para que estas no reciban ni el arañazo del aire. Su asunción es un peso puro como las joyas de Zaratustra, cuyo traslado conlleva amenaza y huida. Solo en nuestra enseñanza perdura la razón de cómo, si sucumbimos, al menos moriremos con raciocinio de entes. Esta terrible carga, amigo mío, será el estandarte de tu pensamiento, y de su elevada copa caerán los frutos del conocimiento para alimento de las masas. Cabe esperar el amargor de aquellos no acostumbrados al gusto de la evolución, juzgando 49