Aduánate, 1(2021)
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Conservación de la biodiversidad y enfermedades emergentes Ricardo Reques
Todas las especies tienden a explotar los recursos disponibles que necesitan para su continuo crecimiento. Cada especie, con sus limitaciones fisiológicas, intenta aprovechar lo que encuentra en su entorno para poder alimentarse, crecer y reproducirse. Esa es una ley ecológica básica que vale tanto para una bacteria como para un elefante y el hombre no es una excepción a esa regla. En la naturaleza hay mecanismos de regulación del tamaño de las poblaciones interaccionando unas especies con otras en un equilibrio fluctuante. El ser humano, en un momento de su trayectoria evolutiva, consiguió alcanzar una situación ecológica privilegiada al convertirse en el principal depredador y en el principal consumidor de todos los hábitats disponibles en el planeta de modo que la limitación de su crecimiento
venía impuesto por grandes hambrunas, guerras y grandes pandemias. En el siglo XXI, aunque las tres amenazas siguen presentes, su impacto sobre nuestra especie se ha reducido a porcentajes inéditos en nuestra historia, pero eso no evita que necesariamente sigamos sometidos a los mecanismos de regulación de la biosfera. Hay dos factores clave en ecología de los que depende nuestra especie y que podemos regular. Además, desde no hace muchos años estamos empezando a comprender la estrecha relación que hay entre ambos factores. El primer factor es el agotamiento de recursos en el planeta; el segundo la respuesta de la biosfera a nuestras actividades. El primero es muy obvio: si la población humana sigue creciendo del mismo modo que lo ha hecho en los últimos 150 años, en pocas décadas habremos acabado con recursos
Ciencia
La pandemia de la Covid 19 nos ha servido de ejemplo de lo que sucede cuando se ignora a la ciencia al advertirnos sobre la necesidad de preservar la biodiversidad del planeta. Desde hace más de diez años conocemos el papel protector de los ecosistemas naturales bien conservados ante virus que pueden ser mucho más letales que el coronavirus. De hecho, un gran número de enfermedades infecci osas que se han desarrollado en las últimas décadas como el Ébola, el SARS, el Virus del Nilo occidental (West Nile Virus), el Nipah, el Hendra, la enfermedad de Lyme o incluso el SIDA, entre otras, tienen su origen en alteraciones que el hombre provoca sobre los ecosistemas (Robbins, 2012) y se estima que irán en aumento debido principalmente a la destrucción de hábitats naturales y al efecto del calentamiento global del planeta.