Un poco más de cien años Alojada en diferentes zonas de cuerpos y territorios, mi obra transita de las comunidades artesanales a los dominios del diseño y a veces encuentra un sitio en los espacios del arte; es un trabajo marcado por los lugares de la memoria y las regiones donde habitan múltiples identidades; busca establecer diálogos entre personas, materiales, formas, emociones, conceptos y contextos, donde tránsito y migración borren sus fronteras. En 1914, mis bisabuelos decidieron migrar. Desde el corazón de Zacatecas, atravesaron la Sierra
Ofelia Murrieta
Madre en busca del mar y otros futuros, llevaban a la esperanza como señal para encontrar un camino más allá de la apatía y la resignación. A lo largo del trayecto, se fueron uniendo otras familias que llevaban el mismo objetivo. Mi abuela, Eulalia Cabrales Carbajal, salió con sus padres, Guadalupe y Daniela, del Real de Minas de Sombrerete. Por su parte, la familia de mi abuelo, Domingo Saldívar Alcalá, tomó el camino para la costa, desde una ranchería conocida como Juana González, que se encuentra por el rumbo de Jerez. Gran parte de ese trayecto lo hicieron a pie, llegando hasta Acaponeta, Nayarit, donde mis abuelos se casaron en 1920. Transcurrido un año nació mi madre, Marcelina Saldívar Cabrales, en Tecuala, Nayarit. Ella fue la primera de una gran familia que caminó hasta Nogales, Arizona, para regresar unos años después, a las riberas del río sagrado de la tribu que vivía en ese valle: el Río Yaqui. Lo que la abuela contaba está muy lejos de ser una descripción de gestas revolucionarias; más bien, eran relatos de actos cotidianos para sobrevivir y de pequeñas alegrías, en un entorno marcado por la violencia y el abandono. Cuando finalmente se asentaron en el Valle del Yaqui, Sonora, conocieron y trabajaron con personas de distintos orígenes: alemanes, italianos, americanos, franceses, ingleses y chinos, que en diferentes momentos, pero con iguales objetivos, habían llegado al norte del país. Años más tarde, con el reparto agrario del General Lázaro Cárdenas en 1937, mi abuelo formó parte del “ejido” y, con ello, el beneficio de recibir las tierras correspondientes; mismas que llenó de sauces, nopales tuneros y muchos árboles frutales, como en su lejana Zacatecas.
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