Simon Wachsmuth
Qing, 2016
En la obra Qing, Simon Wachsmuth parte de su colección familiar, dos túnicas de seda de la dinastía Qing y un juego de té japonés heredados por su abuela, la bailarina Gertrud Tenger, para acercarnos a una historia que atraviesa no sólo el tiempo entre generaciones, sino también territorios alejados. La historia se remonta a los años 20, década en la que se desarrolla en Viena un rico movimiento de renovación de la danza conocido como Ausdruckstanz (danza de expresión) o Freier Tanz (danza libre), al que pertenecieron sus tías abuelas Dita Tenger y Ellinor Tordis, así como sus abuelos Gertrud Tenger y Werner Wachsmuth. La Viena de entreguerras se caracterizaba por una floreciente escena cultural que atraía a artistas y coreógrafos de Europa Central y del Este. Frente a las rígidas normas del ballet clásico, las nuevas formas de danza tenían como eje la liberación del cuerpo y su capacidad para la expresión personal. Las piezas también se caracterizan por la interpretación de poses reflejadas en la cultura visual de la Antigüedad grecolatina, las inspiraciones orientalistas, que continuaban el estilo de la Viena de fin de siglo, y las referencias a los movimientos de las marionetas. En este momento destaca un numeroso grupo de bailarinas, frecuentemente de origen judío, que interpretan piezas para 50
In Qing, Simon Wachsmuth uses family heirlooms—two silk robes from the Qing dynasty and a Japanese tea set that belonged to his grandmother, the dancer Gertrud Tenger—to tell us a story that spans the distance between generations and far-flung lands. The tale begins in the 1920s, when Vienna was the epicentre of a vibrant modern dance movement known as Ausdruckstanz (expressionistic dance) or Freier Tanz (free dance) that was embraced and practised by his great-aunts Dita Tenger and Ellinor Tordis as well as his grandparents, Gertrud Tenger and Werner Wachsmuth. Vienna between the wars was noted for its thriving cultural scene, which drew artists and choreographers from across Central and Eastern Europe. In contrast to the rigid rules of classical ballet, the new dance forms were predicated on the liberation of the body and its potential for personal expression. Many pieces also incorporated poses seen in the artwork of ancient Greece and Rome, orientalizing aesthetics inspired by fin-de-siècle Viennese tastes, and movements borrowed from puppet theatre. A large number of female dancers, many of whom were Jewish, made a name for themselves in those years with solo performances that introduced new forms of bodily expression to the public
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