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SILENCIADAS. REPRESIÓN DE LA HOMOSEXUALIDAD EN EL FRANQUISMO. La habitación de Virginia Woolf nos asfixia
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ecía Michel Foucault que “hay que ser un héroe para enfrentarse a la moralidad de la época”. El colectivo LGTBIQ+ ha dejado regueros de sangre en las calles de nuestros pueblos y ciudades por ello, por llevar la vida que deseaban pese a que esta no encajara en los cánones. La memoria de gran parte de ese colectivo está siendo reparada y dignificada mediante, entre otros, la recuperación de su historia, sin embargo, sigue en blanco el capítulo de las lesbianas. ¿Acaso no sufrieron represión?, ¿no fueron (y son) víctimas de miradas estigmatizantes?, ¿acaso no nos despejaron el camino hacia una mayor libertad? Silenciadas. Represión de la homosexualidad en el franquismo busca precisamente recuperar la historia de todas esas mujeres no heterosexuales que sufrieron la violencia de la dictadura. En la primera parte de la obra desentrañamos cómo la dictadura de Franco sistematizó la represión hacia todo elemento que rompía tanto con las normas de género como de orientación sexual. Pensará la lectora que fue una represión arbitraria, casual, sin previa organización. Error. El Régimen llegó a estar tan obsesionado con los “desviados”, “libreras” o “sarasas” que diseñó todo un engranaje represor. Uno de los principales pilares era el científico, concretamente la rama psiquiátrica. Personajes como Vallejo Nágera o López Ibor se encargaron de estudiar (humillando, lobotomizando, torturando…) al homosexual. En el primer franquismo, algunos “científicos” llegaron a la conclusión de que el desviado era un delincuente. Es en este momento en el que hace su aparición estelar otro de los pilares represivos: la legislación. Esta, basándose en dichos postulados psiquiátricos, incluyó al homosexual en la Ley de Vagos y Maleantes de 1954. A mediados de los sesenta, y de la mano de López Ibor, tras previas terapias de experimentación, cambiaron los postulados hacia el invertido concluyendo que no era ya un delincuente, sino un enfermo contagioso, de modo que la legislación establecerá de qué manera castigar y reprimir a la diversidad sexual mediante la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970. Delincuente o enfermo, no importa, de ninguna manera tendrá cabida en la Una, Grande y Libre de Franco. La psiquiatría y la legislación necesitaron un tercer pilar indispensable: la Iglesia católica, cómplice y beneficiaria de los muertos que dejó el franquismo. La Iglesia sería el personaje activo que embriagaría el imaginario colectivo con un mensaje de fobia y rechazo hacia lo diferente, un mensaje de odio e intolerancia. El grueso social, la masa
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