Revista Ulrika 66

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ARGENTINA

Raúl Bigote Acosta (Rosario, Argentina, 1944) Poeta y periodista. En poesía ha publicado: 100 poesías de Rosario (1979), Poemas para leer después de los cuarenta (1995), Anónimo conocido (1996), La imagen de mi amor y su esperanza (1999), Que de un viento errante somos ventarrón (2001), Algo nuevo, algo prestado, algo blue (2005), Muchas palabras parecidas (2005) y Versos en la frente (2008).

Miradas En esta ciudad igual que si hubiese pasado una guerra los mendigos abundan no piden paz pan trabajo piden miradas. Negarse es necesario, negarse a mirar los mendigos es esquivar la tristeza y el infinito. El infinito no es alegre. La razón incluye conocer la finitud de las libélulas. Somos torpes mariposas. Poco mas. Tengo abuelos que vinieron de una zona lejana donde hablaban español pero eran franceses pisaron estas tierras no había ciudades ni molinos ellos hicieron una rueda sobre el agua que llevaba fuerza a una bobina gigante y daba luz mientras aplastaba el grano cuando el río quería su mirada era triste no había ciudades y la tristeza ya estaba en sus atardeceres mirando el agua. Vivo en una ciudad donde todas las calles van al río el río llega al mar y cruza el horizonte y así de triste es la mirada. La tristeza se viste de lejanía de vez en cuando. De vez en cuando es tristeza la lejanía No quiero mirar mendigos hay decretos ordenanzas que aseguran la libertad de enceguecerse o no. Otro abuelo vino a caballo desde el puerto como viniendo del mar y donde cayó ese tordillo casi blanco, casi vivo, ya muriéndose, clavó una lanza de ensartar infieles y dijo esta es la tierra me quedo es mía. Los abuelos sabían que no se debe mirar mendigos. Las mujeres aquellas cuidaban la casa mandaban a los hijos a sentarse frente a la mesa y estudiar aún no había mendigos en las casas la pobreza es otra cosa. No había ciudades.

Crecieron todos mis padres quitándole el sol a la pradera volviéndolo semillas y pasturas y hablando de la guerra en otras partes aquí no aquí llegaban los locos de la guerra a curarse hasta que un día no se pudo mas y la guerra estaba en todas partes y los mendigos la hicieron suya. Llegaron las ciudades. Mis abuelos murieron creyendo que la guerra estaba lejos que todo era cuestión de paz pan y trabajo que el ciclo es del sol y se vive largo con los dolores del cuerpo que una vez dice basta y allí se queda. Las mujeres de la casa acomodaron hijos la mesa del abecedario y entendieron que paz pan y trabajo es una enseñanza, una propuesta, un rezo, un infinito, una nostalgia advirtieron: no hay que mirar a los mendigos porque en ellos está la mas clara memoria del mañana la sabiduría que avisa que el infinito es redondo como el mar y aquí estamos con los ojos abiertos y la esperanza cerrada. Esperando que se achate el mar y la tierra la sostengan cuatro elefantes. Cuatro. No más.

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