HÉCTOR BERENGUER, PREMIO DE HONOR DE LA FUNDACIÓN ARGENTINA DE POESÍA
de un desgarrado yo lírico. Tampoco hallaremos narración o progresión; no hay casi «historias», aunque nos cuidaríamos de decir que se trata de una poesía impersonal… Es, antes que nada, una poesía ontológica, centrada en el ser, una suerte de material común que nos identifica en tanto humanos y que aparece como sobreelevada, como flotando sobre nuestras historias personales. Flota sobre el Paraná y sobre Rosario, sobre el Yangtsé y sobre el Danubio, está allí constituida, igual de legible en nuestras Américas o en cualquier parte del mundo. Decía que no se trata de una escritura del todo desligada de la experiencia (no hay ninguna torre de marfil a las vueltas en esta poe-
sía), sino que, al contrario, es profundamente humana, pero a partir de un procedimiento de sublimación que despeja la anécdota y se transforma en esencialista: «El hombre tiene todas las edades y es un niño / la ternura y la brutalidad le vienen de la cuna», dice en «Inventario de viaje». «Del perfume retrocedes a la sabia / y de allí a la semilla / pequeña flor altiva, / efímera construcción del instante» postula (nos postula) en «Sólo un instante». En su obstinado, reconcentrado, viaje a la esencia, Héctor Berenguer hace obra honesta, y será obra perdurable. Queda coyunturalmente dicho, entonces, antes de que suceda.
PALABRAS SOBRE LOS POEMAS DE HÉCTOR BERENGUER POR LEOPOLDO TEUCO CASTILLA
L
a obra de Héctor Berenguer, poeta argentino cuya trascendencia excede nuestras fronteras, ha sido labrada con la conciencia de quien ve latir en lo real todo el universo y en cada acto todos los tiempos. De esa completitud se nutren estos poemas que hablan del Remanso Valerio un paraje del Río Paraná que atraviesa su ciudad natal, Rosario, en la provincia de Santa Fe. El poeta frente a sus aguas mira en su tránsito la existencia y la muerte, como quien mira, unidos, en el mismo relámpago, la imagen y el azogue de un espejo donde lo real y lo irreal se cumplen en una sola combustión. Y en un solo acto. Como el río que se va volviendo.
Y en ese devenir el hombre –que no tiene orillas– alimenta el caudal de la historia que lo ahoga. Berenguer es testigo de ese hundimiento, donde sólo la luz donde alguna vez ha aparecido permanece intacta. Y es en este resplandor donde el ojo del poeta halla la verdadera naturaleza del mundo. Estos breves poemas son como tactos de una sinfonía transida de intensa humanidad y lúcida metafísica que, sostenida a lo largo de sus numerosos libros, han hecho que su voz sea insoslayable en la poesía de nuestra época.
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