ANTOLOGÍA DE INVITADOS AL XXIX FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA DE BOGOTÁ
John Jairo Junieles (Sincé, 1970) En el jardín de los mártires olvidados
Hasta el final
Alguien me debe una patria. Aquí las camisas de domingo también sirven de mortaja, no alcanzan las paredes para colgar los santos que nuestro miedo demanda.
El sueño de la patria
La vida es una mujer con sus dos manos para hacer lo que haga falta. Un marcado aire de familia me une con esta modista que llevatreinta años frente a una máquina de coser Singer, que escucha radionovelas, y que aún conserva en un armario los tres ombligos de sus hijos. ¿De qué madera está hecha esta canoa que lleva medio río sin quejas, y piensa que todo mal lleva al bien amarrado en la cola? ¿Cuántas muertes me faltan a mí para parecerme a ella?, para decir como dice ella: «Si vives como si tuvieras fe, la fe te será otorgada». Años antes de que yo naciera madre colgó una estampa que aún pervive: Dos niños recogen flores a la orilla de un despeñadero y un Ángel de la Guarda conjura el peligro con su presencia. Dime madre con tus ojos el secreto, dime cómo se llega alegre hasta el final, a pesar de los abismos, dímelo a mí, que soy la única pluma sucia de tus alas.
Somos esta historia nuestra, esta invisible frontera, esta distancia que viene, esa bala con nombre.
Aquí estuve y no fue un sueño
Aquí, en el jardín de los mártires olvidados, los perros muerden primero y luego ladran y si alguien te pide un beso es para morder tus labios. Alguien me debe una patria. Me robaron la risa innumerable, el fútbol bajo la lluvia, las calles donde bailaba, los besos profundos en la azotea, donde llegaban las balas perdidas. Alguien me debe una patria, maldita sea, y no es mi madre.
Los parques y los cafés, las esquinas también donde olvidamos ser Caín para celebrar mujeres y goles. Entre gritos soñamos el sueño de la patria, como las capas de la tierra que tardan en hallar su justo acomodo. Patria de duna y viento, de sílaba y condena, donde imaginamos que ya no somos: esta rabia, este hueco y temblor, esta alma de rodillas sangradas.
Cómo arden las cenizas de los amantes en el silencio que las sopla. Tu nombre que me cerca y me libera. Tus gestos imborrables, multiplicándose como los peces y los panes de aquel evangelio. Me encuentro en la multitud de tu mirada, me sostiene ese viento que trae caballos hasta tu pelo. En esta página, nos morimos los dos como algo que no acaba de nacer todavía.
Y soñar el sueño de la patria, con la fidelidad de quien acompaña con su mirada la vuelta a casa de un viejo amigo, como si su suerte fuera también la nuestra. ULRIKA 68 |
69