Número 11
El interceptor
Joaquín
Valls
Procuraba que los demás no lo advirtieran... EN SU TRAYECTO cotidiano, avanzaba por la acera sin ninguna prisa. Al doblar la última esquina, se detuvo y miró con disimulo a derecha e izquierda. No vio a nadie, así que siguió adelante a paso más vivo. En unos minutos serían las cuatro de la tarde y hacía un calor asfixiante. Se dijo que en breve mucha gente saldría ya de vacaciones; al contrario que él, que año tras año prefería pasarlas en la ciudad. Abrió el portal, no sin antes haber comprobado a través de la doble hoja de vidrio que adentro no había nadie. Acto seguido se dirigió hacia la zona donde se encontraban los veintiocho buzones de la finca, en un rincón del vestíbulo y en semipenumbra. Echó un rápido vistazo a través de las rendijas de cada uno de ellos y a continuación sacó de su cartera de mano unas pinzas metálicas de las que se emplean para asar carne. Des-
cartados aquellos que, según le pareció, contenían recibos o publicidad, fijó su atención en dos sobres que habían sido franqueados con sellos, uno de los cuales procedente del extranjero. Con ayuda de las pinzas extrajo el sobre del cajetín del 6º 2ª, y se dispuso a hacer lo propio con el del 4º 3ª. Este último se le escapó justo cuando asomaba por la rendija, aunque en un segundo intento logró hacerse con él sin mayores problemas. Finalmente metió los sobres y las pinzas en la cartera, tomó el ascensor en el preciso instante en que oyó que alguien accedía al portal, subió hasta el ático y abrió una de las dos puertas del rellano. Ya dentro de la vivienda cerró con llave y, quitándose el traje y la corbata, se quedó en ropa interior. Había resuelto que aquella tarde ya no volvería a salir. Fue a la cocina, cogió del refrigera115