Número 11
San Iridalgo Salvador
Esteve
La noticia me dejó un poco frustrado... AL LLEGAR ME ADENTRÉ por sus callejuelas y sus repechos de piedra, percibí las sinuosas imperfecciones de sus casas, enseguida aquel pequeño pueblo encaló mi corazón. La humedad del ambiente de Peñascarcha se incrustó en mis huesos, pero el calor de su gente pronto reconfortó mi ánimo. Doña Aurelia, con un fardo de leña al lomo, me hizo un pequeño ademán con el rostro. Don Fausto, viejo y encorvado, con pliegues en sus manos de mil arados, levantó su bastón a modo de saludo, mientras dos niños sorbían sus mocos embelesados con mi presencia. El vuelo de la cigüeña al posarse en el campana-
rio de la iglesia me recordó que mi llegada a aquel lugar era por trabajo. El obispado me había enviado para ocupar el puesto del difunto y querido don Anselmo. Al principio la noticia me dejó un poco frustrado, esperaba tal vez una comunidad mayor donde empezar con fuerza mi escalada en la jerarquía eclesiástica. Los acontecimientos venideros harían replantearme estos objetivos más bien mundanos. Era un pueblo de unos seiscientos habitantes, y la devoción que sentían sus gentes, sobre todo las mujeres, por San Iridalgo me sobrecogió. Toda pasión por un santo se podría conjeturar como 157