Número 11
El silencio de Salomé Silvia Amezcua
No le resultó difícil... CONTARÍA con apenas diez años, once quizás, cuando decidió dejar de hablar sin que los que la rodeábamos halláramos justificación alguna. Aunque a algunos pueda sorprender, nunca le faltaron el amor y los afables cuidados de su familia, ni vivió una experiencia traumática que le arrebatara el habla de un zarpazo. La de Salomé no era una familia rica, pero sus padres siempre habían trabajado duro para que ingresara en uno de los mejores internados del país. Era buena estudiante, aunque en varias ocasiones, previas a aquel silencio deliberado, me había confesado que en sueños se convertía en una de aquellas heroínas rebeldes que faltan a clase y encuentran
la manera de escabullirse de los castigos sin que las descubran. La familia residía en la misma localidad en la que se ubicaba nuestro internado, por lo que sus padres acordaron con la dirección del centro que Salomé volvería a casa todos los días después de clase. A ella lo contrario le habría resultado un suplicio, así que cada día hacía el camino de vuelta a casa sola mientras las demás compañeras y yo permanecíamos en el internado aprendiendo a tomar las riendas de nuestras vidas en una flamante jaula construida a principios del siglo XX que, ya de por sí estremecedora, devenía decadente con la luz del atardecer. Hacía dos semanas que habían empe165