Número 11
Hechizo de luna Marta
Navarro Imaginad mi asombro... CERRAD UN INSTANTE LOS OJOS, no más que un instante, y dejad que os cuente un secreto. Algo que a nadie jamás revelé, algo que siempre protegí con cuidado, temeroso de la incomprensión, de la soberbia y la ostentosa ignorancia que con tanta frecuencia tristemente exhibe el mundo. Creo ahora, sin embargo, cuando tan lejano queda todo, llegado el momento de referir mi historia. Así pues, prestad atención. A vosotros confío el relato fiel y certero del más extraño e inquietante suceso que alguna vez en mi vida aconteció. Era yo muy joven todavía y por la época en que los hechos que hoy me dispongo a revelar sucedieron, residía en un pueblecito costero del norte. Una de esas pequeñas y pintorescas villas marineras al borde de los acantilados, de inviernos grises y veranos breves, de casitas bajas y tejas rojas, de vientos con sabor a sal... Un paraíso de playas bravas y melancólicas laderas desde el principio de los tiempos —las gentes del lugar cuentan— con candor enamoradas de las olas y la arena. Allí, en aquel paraje de ensueño, fue donde tuvo lugar el encuentro que para siempre habría mi vida de cambiar. El día, un día gélido de invierno en apariencia idéntico a todos los demás, un día que amaneció como otro cualquiera y nada diferente presagiaba, había sido lluvioso y muy gris. Apagado por completo mañana y tarde estuvo el cielo, cubierto por unas amenazadoras nubes del color del plomo que melancolías y sombras en su estela arrastraban y que muy pronto en una tempestad, densa, ruidosa y feroz sobre la tierra su pesada carga vertieron. Pero al fin, barrida por el viento la tormenta, en esa hora miste175