Número 11
La extraña pareja Enrique
Angulo Por causa del florilegio filológico se nos margina... SON LAS DOCE de la mañana de un día festivo, estamos en una céntrica calle de una cosmopolita ciudad un día de verano. Por una de sus aceras camina Hilario, un individuo que rezuma tontería y engreimiento por todos los poros de su piel. Todo su afán en la vida es darse pote y hacer creer a los demás que es una persona cultísima y de una inteligencia privilegiada; para ello, acostumbra a emplear palabras extrañas y rimbombantes que encuentra en los diccionarios y en las enciclopedias, y que luego se aprende de memoria para utilizarlas construyendo frases que la mayoría de las veces no sabe ni lo que significan, y que sin venir a cuento de nada se las suelta a la primera persona
con la que se encuentra, o con la que tiene que relacionarse, ya sea algún familiar, algún vecino, alguna cajera del supermercado donde hace las compras, alguno de los barrenderos de su barrio, o, incluso, el fontanero que va un día a su casa para repararle un grifo; por no hablar de sus compañeros de trabajo que son quienes más tiempo tienen que convivir con él por obligación. Por eso, en todos los ámbitos de su vida, la gente le rehuye casi como si fuese un loco o, al menos, un plasta insoportable del que es necesario librarse cuanto antes. También hay quienes se dedican a escarnecerlo con hirientes pullas y sonoras carcajadas cada vez que ven que se engolfa en alguna de sus absurdas retahílas 181