Número 11
Ellas bailan
Raúl Ariel
Victoriano Solo algunos las pueden ver... TILO HA RECIBIDO el amor de su madre hasta que empezó a ir al colegio primario; luego, ella se ha ido de la casa. A partir de ese momento, él sufre la condena de la soledad. Para llenar ese vacío enorme que lo ahueca por dentro, busca alguna forma de cariño en las mujeres y el camino que a su corta edad usa, a fin de lograrlo, es soñar. Ahora va detrás de una de esas ilusiones. Este chico de doce años ya ha vendido todos sus ramitos de violetas a las parejas que van a los bares del bajo, entre San Telmo y Retiro. Entonces baja por las callecitas, desde Plaza de Mayo, va a paso lento hacia el río y se acoda en la balaustrada de la Costanera, más allá del Puerto. Ha tardado en llegar hasta aquí. Viene a ver bailar a las jóvenes sobre las aguas en esta noche de verano, como lo hace siempre que sabe que va a suceder,
y está seguro de que va a ser así porque Gabriel lo ha estado diciendo por los bodegones, y el muchacho sabe que, si hay alguien que conoce las cosas mágicas de esta ciudad, es él. Las damas de Buenos Aires, que ahora están durmiendo en sus alcobas en esta medianoche estival, por un embrujo todavía inexplicable, sueltan sus almas, las dejan libres. Es un acto fantástico que se da en ciertas ocasiones; y estos espíritus se desprenden de sus cuerpos, se elevan por las ventanas y vienen a reunirse acá, bajo este cielo sin luna, a danzar en el medio del río. Se las puede divisar desde la orilla: generalmente llegan vestidas de blanco a rescatar el tenue brillo de las estrellas para que se refleje en sus polleras y logren este esplendor candoroso de vapor mortecino. Solo algunos las pueden ver: los tras61