Número 11
El baile
Carmen
Hinojal
Será mañana... FERNANDA todavía no duerme. Sueña despierta, como tantas otras veces. Sobre la mesilla reposa su vaso, con la dentadura, las pastillas para la tensión y la marca del cuerpo dormido encima de su cama. «Será mañana —se dice—. Mañana por la tarde, en el Centro de la Tercera Edad». La noche es cálida. Sonoro verano de grillos que se aman bajo el manto de la noche. El reloj de la torre de la plaza está iluminado. La cadencia de las campanadas es un vibrar que apenas dura lo que el viento al cruzar la calle y se pierde entre los vericuetos de los jardines y las alamedas. Mira a través del visillo de la ventana. Los pájaros duermen; ella debería estar dormida. Pero no puede. Le duele hasta el alma. Se ve frente al espejo como algo
nebuloso, traslúcido. Como si ya fuera un fantasma. Pero ¿acaso no es ya la sombra de lo que un día fue? Sobre la cama, el bulto sin forma permanece. Como cada noche ha venido a dormir con ella. Nunca se fue del todo. Como su perfume a lavanda y tabaco, que todavía conservan las camisas que guarda en el armario. «Será mañana» —repite, acunada por su propio deseo de felicidad. Manuel se cepilla los zapatos. Se ha liado un cigarrillo, la petaca está medio vacía. Tendría que ser más fuerte y dejar de una vez por todas de fumar. Su corazón es un ir y venir, que salpica su cara de rubor. Es mucho más viejo de lo que aparenta su pelo teñido. Pero sus articulaciones emiten el mismo quejido matutino, como si fueran un viejo bar95