PARTE I
alta, «ya que las dos otras partes eran de notas graves» (Mundaca, 1983, p. 9). Quiso la suerte que en la reunión estuviera presente el entrañable cantor «Chapita» Weston, conocido por su alto registro, quien, en el momento justo en que se encontraba entonando un vals de nota muy aguda (Serrano Castrillón, 1994, p. 129), mientras todos hablaban y Chabuca intentaba contarles de la canción en la que venía trabajando, se levantó, se dirigió hacia el balcón, miró hacia la escultura de la diosa Victoria que enaltece el triunfo peruano en la Independencia, en el centro de la plaza Dos de Mayo, y, en medio de la fiesta, exclamó en voz alta: «Déjame que te cuente, limeño» (Mundaca, 1983, p. 9). Terminó así de brotar La flor de la canela29.
DEL PUENTE A LA ALAMEDA... Tras escribir La flor de la canela, la vida de Chabuca Granda se orientaría de una manera que no pudo haber previsto. En 1952, se separó definitivamente de Enrique Fuller, lo cual implicó, en un primer momento, que sus tres hijos quedasen temporalmente al cuidado de su abuela paterna, para dolor de nuestra artista. Cuando pudo recuperarlos, los llevó consigo a la casa de sus padres en Santa Beatriz, donde pudieron ser felices al fin (Ardiles, 1981, p. 324). Se encaminó así su vida, y ese mismo año sería convocada para componer la música original de la película peruana Sabotaje en la selva, escrita por Patricia Pardo de Zela, dirigida por George Stone y filmada en Cerro de Pasco, Tingo María, el río Huallaga, Huarón y Lima (IMDb, 2019a). Tan solo un año después, en 1953, fue registrada por primera vez La flor de la canela; Los Morochucos —cuyo repertorio también incluía Lima de veras y Callecita encendida (Miranda, 1989, p. 112)— tuvieron a su cargo la interpretación, y el disco fue publicado por el sello nacional Sono Radio. Pese a la buena acogida que tuvo la grabación, que con el tiempo obligó a la disquera a imprimir un segundo lote de discos (Mejía, 2016), no fue sino hasta el año siguiente, en el verano de 1954, cuando Sono Radio decidió grabar nuevamente el vals, que comenzó así su camino a la 29. No era la primera vez que se utilizaba la expresión «la flor de la canela» en nuestra música popular. En la primera estrofa de La marinera, canción recopilada por Rosa Mercedes Ayarza, cuya letra caracteriza a nuestro baile nacional como una mujer de Lima, y registrada por Delia Vallejos en 1944, puede escucharse: «soy peruana, soy limeña, / caramba, soy la flor de la canela». Pero, incluso antes, aparece como huaino registrado en Lima en 1913 por el dúo de quenas Escobedo-Núñez, como canción anónima en un libro sobre el folclore de Carahue, Chile, de 1916, y en la programación de una presentación del Orfeón de Graus en el Palau de la Música Catalana por Pepita Sazatornil (Curioso, 2014). Aún más, gracias a la investigación del melómano y coleccionista Gino Curioso, sabemos que el uso de la expresión «la flor de la canela» se remonta, al menos en la historia de la literatura española, a 1611, cuando se la menciona dentro del Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias, y más adelante, en el siglo XIX, la encontramos, ya en forma de canción, primero «dedicada a una morena sandunguera» como parte de la Colección de canciones españolas de don José María Mares, publicada en 1847, y, segundo, como letra que circulaba por Madrid desde 1850 y musicalizada a finales de siglo por Sebastián Iradier (Curioso, 2014).
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