SILENCIO PARA SER CANTADO
Está empezando el silencio y el recuerdo; melancólicamente se «entremira» la nostalgia, que ha de entrar por todas las ventanas de mi casa lejana, abiertas al vacío y al camino... —Chabuca Granda, 1972.
A la par del conmocionado proceso de transformación que vivía el Perú por aquellos años, la obra de Chabuca adquirió complejas profundidades que respondían a las más modernas influencias que su aguda sensibilidad captaba. Dos queridos personajes, César Calvo y Lucho González, tuvieron un singular efecto en el devenir artístico que demarcó esta etapa, y cada uno de ellos significó un punto de inflexión a partir del cual se redefinieron los márgenes de su creación literaria y musical. Con César Calvo la unía una entrañable amistad que comenzó luego de que se conocieran en una reunión, en la cual el poeta se presentó a sí mismo con la artista como un «mitómano de profesión» que andaba diciendo a todo el mundo que era él a quien se refería la cantante en su vals El puente de los suspiros —en la parte que dice «es mi puente un poeta que me espera...»— y le pidió que por favor no lo delatara (Tamariz, 1997, p. 56). Luego de tan extraordinario encuentro, surgió una hermosa relación amical que significó, además, una fuerte influencia en Chabuca, a quien Calvo expondría a lo más elevado de la poesía de su generación. A Luis «Lucho» González Cárpena, por entonces estudiante de Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú, lo conoció en 1967, cuando el joven músico fue un día a su departamento buscando a su hija, Teresa, a quien había ofrecido clases de matemática e invitado a una salida al cine. Al llegar, en la sala había una guitarra a la cual no se pudo resistir, y comenzó
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