los asistentes de menor importancia. A las tres de la tarde se dirigió el Libertador al lugar del agasajo entre músicas, repiques y vítores, acompañado de las corporaciones, de prominentes personajes y de un grupo de señoras, pisando flores y recibiendo perfumes. Los homenajes oratorias que el cura de San Lázaro y otros clérigos le tributaron entonces superaron a los que habían recibido los virreyes. En la noche hubo un baile en la Municipalidad. Se retiró el Libertador secretamente de esta fiesta y se dirigió al Callao para embarcarse en el bergantín Congreso, que se dio a la vela al amanecer del 4 de setiembre. En su proclama al partir, escribió: “Concebí osadía de dejaras obligados, mas yo cargo con el honroso peso de vuestra munificencia. Desaparecen mis débiles servicios delante de los monumentos que la generosidad del Perú me ha consagrado; y hasta sus recuerdos irán a perderse en la inmensidad de vuestra gratitud. Me habéis vencido” (3 de setiembre). Dejó en Lima al Consejo de Gobierno integrado, según ya se ha dicho, por Santa Cruz como presidente, Larrea y Loredo y Pando, a los que se agregó Heres. Encontró en su patria la discordia y la intriga. Desde Popayán, ya el 26 de octubre, escribió a Santa Cruz, abierto a la idea de que los peruanos se gobernaban por sí mismos. Resume esta carta un espíritu nacionalista, a la vez que generoso: “Yo tengo demasiadas atenciones en mi suelo nativo, que he descuidado largo tiempo por otros países de la América; ahora veo que los males han llegado a su exceso y que Venezuela es la víctima de mis propios sucesos; no quiero merecer el vituperio de ingrato a mi primitiva patria. Tengo también, en consideración, la idea de conciliar la dicha de mis amigos en el Perú con mi gloria particular. Ustedes serán sacrificados si se empeñan en sostenerme contra el conato nacional ... Yo, pues, relevo a ustedes y a mis amigos los ministros, del compromiso de continuar en las miras que habían informado. Yo aconsejo a ustedes que se abandonen al torrente de los acontecimientos patrios, y que, en lugar de dejarse sacrificar por la oposición, se pongan ustedes a la cabeza y en lugar de planes americanos adopten ustedes designios puramente peruanos...”. No obstante esta carta, los preparativos para implantar la Constitución vitalicia prosiguieron. Pronto llegaría la hora en que exclamara: “No hay fe en América ni entre los hombres ni entre las naciones. Los tratados son papeles, las Constituciones libros, la libertad anarquía, las elecciones combates, y la vida un tormento. No pudiendo nuestro país soportar ni la libertad ni la esclavitud, mil revoluciones harán necesarias mil usurpaciones”. Y algo más: “América es ingobernable. Los que sirvieron a la revolución araron en el mar. Lo único que hay que hacer en América es emigrar”.
EL CABILDO DE LImA
El viajero francés Leonce Angrand visitó el Perú en el siglo XIX y dejó una serie de dibujos y acuarelas como testimonio. En este detalle de uno de sus dibujos se observan los balcones del Cabildo de Lima y frente a su fachada unos tenduchos. En 1826 el gobierno de Bolívar envió al Cabildo de Lima las actas de los colegios electorales que daban como resultado la aceptación para la promulgación de la Constitución vitalicia.
[ II ] APROBACIÓN DE LA CONSTITUCIÓN VITALICIA POR LOS COLEGIOS ELECTORALES.Reorganizado el Consejo de Gobierno el 28 de junio de 1826, como se ha repetido, bajo la presidencia de Santa Cruz y con Unanue, Pando y Larrea, encargó este organismo con fecha 10 de julio de 1826, en una larga exposición suscrita por Pando, que los prefectos reuniesen a los colegios electorales para que ellos decidieran si aprobaban la Constitución boliviana. Para introducir la Carta vitalicia en el Perú no se apeló, pues, al voto general del país. Sometida a los colegios electorales, cincuenta y ocho de ellos aprobaron con la previa condición de que Bolívar fuese el primer presidente vitalicio. Cuzco y Ayacucho pusieron como única adición que la religión oficial fuese la católica con excepción de cualquier otra. El colegio de Arequipa indicó que debía resultar efectivo el sistema federal con los demás Estados. Pero algunos electores pertenecientes a Catacaos, en Piura, no temieron contradecir abiertamente a sus colegas. Y el colegio de Tarapacá instado, entre otros, por Santiago Zavala, declaró que no estaba bastante ilustrado para resolver la cuestión tan delicada que se le había sometido; que, por consiguiente, ni aprobada ni rechazaba el proyecto; que se sometía a la opinión de Arequipa y “que no
[ CAPÍTULO 7 ] PERÍODO 1
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