los puntos de vista. Ello ha suscitado críticas y hasta la versión calumniosa esparcida en las alcantarillas de ciertos cenáculos, de que, al aparecer la Historia en 1939 tuvo un feroz ataque al viaje del general Mariano Ignacio Prado a Europa en 1879, que luego fue eliminado. La verdad, fácilmente comprobable por cualquiera, es que la edición de 1939, al igual que las de 1946 y 1949, da la misma somera noticia de dicho viaje, a la vez que incluye el comentario de José María Químper; en cambio, solo a la edición de 1962 corresponde un análisis detallado y objetivo del episodio con las razones que allí quedan expuestas. Todo intento de querer sembrar la duda sobre la pulcritud moral del autor estará siempre contradicho por la verdad de que no está ni ha estado al servicio de ningún personaje, partido, secta, camarilla o clase, habiendo podido acceder fácil e impunemente a la tentación de estarlo. No pertenezco tampoco a ninguno de los “grupos de presión” que a veces pretenden poner a la historia a su servicio. No se ha producido una sola contradicción, omisión o renuncio en los juicios o testimonios de la primera edición de la Historia de la República del Perú y los de las otras ediciones. Ha habido, sí, ampliaciones o desarrollos de ellos y la constante inclusión de nuevos aportes, así como también la limpieza de algunos errores en cuanto a los datos anotados. Lo que sí es un hecho que implica una insolencia, es pretender escribir severamente y para todo lector culto (no solo para los iniciados) sobre asuntos que, muchas veces, repercuten, de un modo u otro, sobre la actualidad y al mismo tiempo, querer presentar una obra sistemática y concluida aunque en perenne afán de perfeccionamiento. El consenso nacional parece poner su cariño en los esfuerzos que no logran llegar a su término, en las promesas truncas; y no son pocos los que prefieren hundirse, cómodamente, en la erudición recóndita. Por otra parte, allí están los acólitos, los alabarderos, los hijos o los nietos de los personajes famosos o semifamosos, resueltos a que estos reciban los elogios máximos. Frente a la gran cantidad de gente que se deja guiar por intereses precarios, a veces muy terribles y gesticulantes, cuán vulnerable resulta el ánimo del que, a solas, busca decir con decencia la verdad y corre incansable y de buena fe en su búsqueda, no obstante saber que ella es esquiva y compleja y, a veces, inasible. Y cuando se presenta un trabajo muy vasto (y, por ello, necesariamente, de síntesis, pues cada uno de sus párrafos puede convertirse luego en un libro) qué cómodo es a los que ven el árbol y no el bosque ejercer, implacables, la crítica demoledora frente a una omisión o un error que, a la larga, no empañan, sin embargo, la visión panorámica. Por otra parte, ¡qué fácil es, cuando hay un libro de diez o de dieciséis tomos sobre un tema, escribir otro en uno o dos volúmenes tomando muchos datos de él aunque sin citarlo! Lo que para alguien costó un trabajo de largos años con constantes ahondamientos y búsqueda incejable de fuentes directas, para otros puede ser tarea de muy corto tiempo. Y todo ello ocurre ante la tolerancia, la indiferencia o la inconciencia generales, como para ratificar la frase de Piérola sobre que en el Perú nada da ni quita honra. Algunos eruditos han censurado verbalmente porque no lleva notas el texto de la Historia de la República. No ignoro esa técnica y he hecho uso de ella en otros de mis libros, menos extensos en su perspectiva. Repito que he realizado un esfuerzo especial por presentar una bibliografía detallada; ella consta de un apéndice de 335 páginas adicionales a los seis primeros tomos en la segunda impresión y de 144 páginas que figuran en el tomo X de la edición anterior, es decir, llega a 479 páginas que serán considerablemente ampliadas en la presente edición y que nadie ha consagrado antes a la bibliografía de la época republicana. Hago además, en el texto, referencias a ediciones de diarios y otros periódicos, sesiones en las Cámaras de Diputados o de Senadores, folletos, libros u otras fuentes. En una obra de síntesis que no incide sobre un sector especializado sino sobre ámbitos muy diversos, las notas habrían tenido que ser muy numerosas y habrían hecho crecer el número de volúmenes. No he contado, por otra parte, con un equipo de auxiliares que me ayudara a prepararlas o a confrontarlas. Carecieron de notas la historia económica de César Antonio Ugarte, la historia económica de Emilio Romero, la historia diplomática de Arturo García Salazar, la historia militar de Carlos Dellepiane, la historia naval de Manuel Vegas García, la Historia del Perú Independiente de Nemesio Vargas y ningún crítico las demandó. Además, son muchos los libros análogos al mío (sin entrar a hacer inadmisibles comparaciones de méritos) que han logrado circulación internacional, carentes de ese aparato. Solo citaré unos pocos ejemplos. El más ilustre es acaso el de la Historia Romana de Theodor Mommsen, modelo de la historia que cabe llamar periodística en el más noble sentido de esta palabra. En su reciente y admirable obra Les bourgeois conquérants, XIX siécle (París, Colección “Destins du Monde’; Armand Colin, 1957) que ha revolucionado el estudio de esa centuria, Charles Morazé 18
TOMO 1 [ NOTAS PRELIMINARES ]