MienTras los espaÑoles ManTenÍan baJo su poder gran parTe del paÍs y era incierTo el desTino de la guerra de la independencia, el perÚ apareciÓ asÍ dividido enTre dos presidenTes.
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PERÍODO 1
[ CAPÍTULO 2 ]
entre aclamaciones, arcos y luces. En casa de Justo Figuerola (que sucedió a Pedemonte en la presidencia del Congreso), en el Cabildo y en el palacio de Tagle recibieron público homenaje como si se tratase de los vencedores de una batalla decisiva para la independencia del país. En la sesión parlamentaria del 14, discursos de untuosa retórica narraron los sufrimientos que habían padecido. Los festejos terminaron con un banquete y una misa de gracias en la Catedral, a la que concurrieron el Gobierno, los antiguos y los nuevos diputados, los magistrados de los tribunales y las demás corporaciones dentro de una rígida fidelidad al decoratismo colonial en medio del ambiente de republicano atolondramiento. El diputado Justo Figuerola hizo una exposición sobre los sucesos de Trujillo y el Congreso invitó al presidente Tagle a oírla. Tagle acudió, con este motivo, al salón de sesiones. El mandatario flamante y la asamblea resurrecta de la capital entraron en violenta guerra verbal con el Presidente que se aferraba a su cargo en Trujillo. Las citas de Grecia, Roma, Locke, Montesquieu y San Martín alternaron con los insultos. Riva-Agüero llamó a los diputados facción usurpadora. “Me avergüenzo (expresó a Tagle) de que Ud. haya reunido a esos criminales y mendigado de ellos el mando efímero que hoy usurpa”. Tagle calificó a este oficio como “papel despreciable en todos sentidos por los fundamentos miserables en que estriba”. El Congreso lo había proclamado “Padre de la Patria como el más virtuoso hijo del Perú y su única esperanza”. En cambio, después de haber declarado a Riva-Agüero reo de alta traición como ya se ha visto, ordenó que todos los ciudadanos lo persiguieran y otorgó el título de “benemérito a la Patria” a quien lo aprehendiese vivo o muerto porque había “tratado de dar el golpe de muerte al Soberano Congreso, baluarte sagrado de la libertad” (19 de agosto). Además, se dirigió en un manifiesto a los pueblos del Perú, a la América entera ya todo el género humano para comunicarles solemnemente las discordias que corroían a la patria cuando todavía no había logrado asegurar su independencia. Casi al mismo tiempo, eligió presidente de la República a Tagle “restaurador de los sagrados derechos de los pueblos”. Se hallaba vacante ese cargo desde la destitución de Riva-Agüero efectuada el 23 de junio (16 de agosto). Anteriormente había figurado Tagle como Jefe Supremo de acuerdo con la delegación del mando que había hecho en su favor Sucre y que ratificó el Congreso. Los ministros de Tagle fueron entonces: Juan de Berindoaga (Guerra), Dionisio Vizcarra (Hacienda) y Francisco Valdivieso (Relaciones Exteriores). Mientras los españoles seguían teniendo bajo su poder gran parte del país y era incierto el destino de la guerra de la independencia, el Perú apareció así dividido entre dos presidentes. Uno de ellos, en Trujillo, se había aferrado al poder después de haber perdido su título legal por haberlo depuesto la misma Asamblea que lo nombrara y a la cual él luego disolvió. El otro gobernaba en Lima después de instalar de nuevo al Congreso que ya había sido humillado por un motín y se había luego prestado a dar la máxima autoridad a los colombianos, para escindirse y dispersarse y luego resucitar con unos cuantos de sus antiguos miembros y otros que entonces a él se incorporaron. La guerra civil parecía inevitable; pero, con ella o sin ella, el dilema verdadero estaba entre el mantenimiento del antiguo régimen virreinal, en su forma más reaccionaria, y la dictadura de Bolívar, con todos los sacrificios que tenía que traer, pero llevando consigo la única esperanza de triunfo para la causa de la independencia nacional. El gobierno erigido en la capital contaba apenas con los dos batallones que formaban entonces la guarnición de ella y del Callao. Pero, a pesar de esta debilidad bélica y del encono que predominaba en los ánimos, el Congreso se fue prestigiando y continuó apareciendo, a pesar de sus taras, como el único representante de la soberanía y la sola fuente de legitimidad. Formaban parte de él,junto con los diputados ya citados, entre otros, Toribio Rodríguez de Mendoza, Salazar y Baquíjano, La Mar y también Unanue y Figuerola, que fugazmente habían pertenecido al Senado de Trujillo. La firma de Unanue había figurado, por lo menos, en uno de los documentos de esta entidad. Entre setiembre de 1823 y febrero de 1824 presidieron al Congreso, Justo Figuerola, Manuel de Arias, Manuel Salazar y Baquíjano, José de La