Las Esculturas de la Plaza México

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2 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra


Guadalajara, Jalisco, Méx., 10 de Noviembre de 2020 A través de los siglos, por su inagotable carga de sentimientos y emociones, la fiesta de los toros es un pródigo detonante de las Bellas Artes. Como parte fundamental de los pueblos hispanos, el toreo ha sido abundante con grandes artistas por quienes aflora lo mejor del espíritu del hombre. Dicha riqueza -precisamente- Fomento Cultural Tauromaquia Hispanoamericana (FCTH) se ha dado a la tarea de transmitirlo. FCTH es consciente que la inevitable “globalización” une a los países del mundo; pero que induce también a homogenizar a los pueblos. Mas es también sabedor que las expresiones culturales individuales serán el único elemento que mantendrá la identidad y sana diferencia entre las naciones. Por lo tanto, promover y difundir los valores culturales de la Tauromaquia Hispanoamericana es la honrosa Misión de nuestro Organismo. Este libro digital, “LAS ESCULTURAS DE LA PLAZA MÉXICO”, cuyo autor es la Socióloga Mary Carmen Chávez Rivadeneyra, viene a contribuir al enriquecimiento del acervo cultural taurino Permitiéndonos mantener la fiesta más viva que nunca.

Juan Pablo Corona Rivera Presidente Honorario

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Índice. 7.- Prólogo. 9.- Dedicatoria. 10.- Alfredo Just Gimeno. 12.- El Encierro. 14.- Rodolfo Gaona, “El Indio Grande”. 16.- Alberto Balderas, “El Torero de México”. 19.- Toro con sombrero. 21.- Toro acometiendo. 22.- Larga cordobesa. 24.- Luis Procuna, “El Berrendito de San Juan”. 26.- Manuel Granero. 28.- Manuel Jiménez Moreno, “Chicuelo”. 30.- Luis Briones Siller, “De Seda y Oro”. 32.- Antonio Fuentes y Zurita. 34.- Luis Castro, “El Soldado”. 37.- Laurentino Rodríguez, “Joselillo”. 38.- Eduardo Liceaga. 40.- Juan Belmonte, “El Pasmo de Triana”. 42.- Carlos Arruza, “El Ciclón Mexicano”. 44.- Juan Silveti, “Juan Sin Miedo”. 46.- Rafael Gómez, “El Gallo”. 48.- Silverio Pérez Gutiérrez, “El Faraón de Texcoco”. 50.- Lorenzo Garza, “El Ave de las Tempestades”. 53.- Banderillas. 54.- Orejas y rabo. 56.- Rafael Perea, “El Boni”. 58.- Manuel Rodríguez, “Manolete”. 60.- Pedro Romero de Ronda. 62.- Bibliografía y referencias, créditos. Las esculturas de la Plaza México 5


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Prólogo. El arte de torear y los toros en el arte

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ueron los hombres –hechiceros/magos– del Paleolítico Superior, los grandes creadores de toros prodigiosos, en las cuevas de Lascaux, Francia. Figuras de toros, que por medio de la eficacia de la magia y de la fina observación, casi científica, del comportamiento animal –movimientos, expresión, volumen, color, velocidad– adquirían poder sobre el objeto real, en la lucha por el sustento. Toros que en el Antiguo Egipto se convirtieron en Tótem, en el animal dador de vida, del que los hombres de alguna región creían descender. Imponiéndose en las Antiguas Babilonia y Mari, como fuerza masculina y alada, por tanto, celeste, capaz de remontar el firmamento; dejando sus astas como signo indeleble, en tierras cretenses; astas que al ser portadas por un humano, conferían la capacidad de hacerlo alcanzar el paroxismo, el frenesí. El color del toro realzaba su belleza, como aquel toro blanco que Poseidón obsequió al Rey Minos, capaz convertirse en el objeto de amor de una mujer, pero capaz también de inspirar a mujeres y hombres al juego, a la acrobacia, a las piruetas, como parte de la práctica de la taurocatapsia, como rasgo expresivo de las pinturas cretenses y que hoy se constituye como tradición portuguesa y catalana. Sin soslayar el valor sacrificial del toro, cuya condición –carne y espíritu– era ofrendada por medio del fuego durante los famosos holocaustos de la Grecia Antigua, mismos que en los mundos romano y helenístico, adquirió sobrada importancia por medio del dios Mitras –el Sol– quien en su viaje cosmológico –de la vida a la muerte– daba la estocada a un toro. Rito sacrificial que fue parangón de la crucifixión durante la persecución de los cristianos de la época. Durante la Edad Media, la tradición ganadera será parte intrínseca de las composiciones artísticas de las catedrales y aquel toro mítico del mundo antiguo formará parte del Tetramorfos medieval, en el que San Lucas, uno de los cuatro evangelistas, será representado por el toro. Las esculturas de la Plaza México 7


La segunda mitad del S. XVIII fue el escenario del nacimiento de la Tauromaquia. Fue Francisco de Goya y Lucientes, quien en su obra artística plasmó el “drama” –el toro mágico, el toro mítico, el toro divino, el toro génesis, el toro que juguetea, el toro sacrificial, el toro conducido al redil– la escena teatral en la que el hombre y el toro se hacen uno. Tal como lo vemos en Guernica de Picasso, o en El Encierro de Alfredfo Just Gimeno, que como lo describe Mary Carmen Chávez Rivadeneyra, destaca en las alturas de la puerta principal de la Plaza México, representando el “drama”, el “jaleo”, por medio del poder observador del artista, que al igual que el hechicero/mago del Paleolítico, da a la figura el volumen y el poder sobre el toro real, para que ahí, en el ruedo y a través del matador, del buen matador, sea alcanzada la “magia simpática”, expresada –como bien dice Mary Carmen Chávez Rivadeneyra–, por el toro que acomete, o por la larga cordobesa, entre muchas otras “suertes”, que los artistas del toreo; entre ellos, Manuel Granero y Valls, Luis Briones Siller, Juan Belmonte García y Silverio Pérez Gutiérrez, crearon de forma exquisita, brutal, sublime; tal como Alfredo Just Gimeno las retrato de manera magistral en cada uno de los conjuntos escultóricos que circunscriben a la Plaza México. Vaya en estas líneas, mi más sincera felicitación a Mary Carmen Chávez Rivadeneyra, por su sentido y su pasión tauromáquicos; por su exhaustivo trabajo, fruto de muchos años de estudio y de observación; pues como hechicera/maga del Paleolítico, imaginariamente se cubre con el traje de luces, pero también con la piel del toro. Vaya aquí también mi más sincero agradecimiento por dar la relevancia merecida a la obra escultórica del artista valenciano Alfredo Just Gimeno –quien era mi abuelo– y al coso que la enmarca y la hace lucir. Sirva tu trabajo Mary Carmen para la protección, conservación y restauración, en un futuro cercano, de este importante patrimonio cultural y artístico, al que todos debemos acercarnos. Denise Córdova Just Cd. De México, a 4 de diciembre de 2021

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Dedicatorias.

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ste libro lleva un brindis a todos los toreros que han inspirado las bellas artes que giran en torno a la tauromaquia, en especial homenaje a los matadores que a través de las esculturas siguen presentes en los peldaños de la Monumental Plaza México y en las arenas doradas de los cielos. Va también por el maestro Alfredo Just Gimeno y todo su equipo de trabajo quienes dejaron este gran legado escultórico que sigue dando luz a través de su cincel y maestría. A Denise Córdova Just, quien en su apellido lleva el linaje y el arte, gracias por su entrañable amistad y por prologar este libro. Mi agradecimiento especial a Fomento Cultural Tauromaquia Hispanoamericana, a su presidente honorario el ganadero Juan Pablo Corona y a su director Oskar Ruizesparza por el apoyo incondicional a la cultura taurina y a este proyecto que trabajamos en conjunto. Con amor jondo a mi cuadrilla. A ustedes distinguidos lectores que se aventuran a abrir este libro digital, deseo que disfruten cada página. ¡Muchas gracias! Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

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Alfredo Just Gimeno, un espíritu valencia

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lo largo de la historia, los acontecimientos políticos y bélicos determinan y marcan la movilidad social de las personas, obligados a huir de sus ciudades y buscar nuevos horizontes que sirven para conservar, proteger y continuar una nueva esperanza de vida. Hablo en este caso de la Guerra Civil Española que forzó a miles de personas al exilio para establecerse en otras geografías. Hombres, mujeres, niños cada uno con su propia circunstancia y espíritu de lucha; un ejemplo de ello fue Alfredo Just Gimeno, artista valenciano que llegó a tierra azteca, en el último barco que partió de España aquel 14 de agosto de 1939 de nombre, “El Mexique”, que tenía como destino el nuevo continente. Dejar una vida atrás y construir otra lleva largo tiempo, más por circunstancias de dictadura militar; son lágrimas y dolor acuestas, pero los grandes espíritus viajan sin pasaporte, reposan en los mares, habitan en las flores, y hacen hasta de las piedras, verdaderas obras de arte que trascienden para dar una nueva forma a lo vivido. Recordemos que Alfredo Just nació en Valencia en 1898, y murió en Nogales, Arizona en 1968, nunca regresó a su tierra natal; sin embargo, como lo demarcan los hechos, México logró ser su otra patria, la que amó profundamente, y que gracias al gobierno del General Lázaro Cárdenas, se abrieron las puertas a cientos de españoles más; en donde arribaron otros intelectuales de alta reputación; toda una expectativa que fortaleció los nexos entre México y España llevando marcados en su memoria una suma de episodios en su relación social e histórica. 10 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

Just, fue un hombre ecléctico, estudió en la facultad de medicina de Valencia, así mismo, tuvo la inquietud de ser torero, pero ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes en su natal ciudad, fue estudiante de la escuela de San Carlos, donde orientó finalmente su talento y futuro artístico. Al ser un admirador de Miguel Ángel y Donatello, utilizó varios elementos de la corriente artística del renacimiento para llevarlo a su propia obra, tomó en cuenta la proporción anatómica, expresividad y emoción que impregnó en su amplia gama de efigies, de esta manera influyó Augusto Rodin, el escultor francés impresionista, del que retomó la escuela neoclásica y la concepción de monumento. El toreo inspira, por algo se dice que hay diestros que logran marcar un lance estatuario, mismo que un pintor traza, un fotógrafo capta y un escultor lo vuelve pétreo y eterno. Just, fue un hombre de cinceles, grabó todo su sentimiento, sus fuertes ideas republicanas, esas que llevan coraje, valor, expresividad, y las depositó en varias obras magnas y hermosas, como, por ejemplo, “El encierro”, que da vida a lo que es el trashumar de los toros de lidia que van del campo bravo a la plaza, junto con toda una galería de toreros que residen con altiva belleza, en las alturas de la Plaza de Toros México, la más grande del mundo. El maestro Just creó grandes esculturas llenas de majestuosidad y volumen, igualmente en el extranjero, pero México fue sin duda su recinto más representativo, conjugó el renacer a otra vida en donde pudo seguir creciendo como artista mediante su propuesta hecha cincelada de centelleante promesa a ritmo de falla, en ese latir de un corazón como brasa de hoguera, es decir, lo que simbolizan la evolución de las fiestas de Valencia provenientes de un


ano que esculpe arte taurino en México. arcaico ritual que anuncia la entrada a una nueva primavera. El escultor conocía y sentía profundamente la fiesta brava de otra manera no hubiese logrado precisar en cada torero su fisonomía o la morfología de un toro de lidia; ni qué decir del manejo del percal o la muleta que logra en cada uno esa plasticidad que emociona y comunica; Just contaba con la participación y ayuda del maestro Humberto Peraza Ojeda, además de Antonio Jiménez, Julio Abril, y Rodrigo Arenas Betancourt, que junto a él, trabajaron en este proyecto de gran suntuosidad apoyado por Neguib Simón y el ingeniero Modesto Rolland quienes echaron a andar la edificación de la faustosa plaza en lo que antes fuera una ladrillera. Como un sirio en la capilla cada corazón palpita vestido de luces alrededor del Coso de Insurgentes, además de “El Encierro”, se puede contemplar un abanico de toreros como Rodolfo Gaona, y su valiente “gaonera”, también a Alberto Balderas que lo esculpe soberbiamente. Después sobresale un “Toro” en solitario acometiendo, otro más de gran trapío, tocado por un sombrero. Le sigue la eterna “Larga Cordobesa” en donde recae la gracia del lance con un arte señorial. Adelante se encuentra Luis Procuna, “El Berrendito de San Juan”. Así como Manuel Granero, torero de trágicos andares. Manuel Jiménez “Chicuelo” y su brillante “chicuelina”, que alterna con la escultura de Luis Briones, “Luis de seda y oro”, y Antonio Fuentes y Zurita, quien se ve derramando clase. Se puede apreciar a Luis Castro “El Soldado”, un ídolo del pueblo mexicano, El escultor da lugar a Laurentino José López Rodríguez, “Joselillo”, víctima del astado “Ovaciones” de la ganadería de Santín.

Se suma Eduardo Liceaga, un joven torero de grandes cualidades. No podría faltar el distinguido Juan Belmonte, “El Pasmo de Triana”, sobresale Carlos Arruza, “El Ciclón Mexicano”. Otro ícono es Juan Silveti, fundador de una larga dinastía, y justo en esta esquina, aparece la figura de Rafael Gómez Ortega, “El Gallo”. Siguiendo el paseo escultórico en el lado donde el sol sonríe, despunta la silueta del gran Silverio Pérez, todo un “Príncipe Milagro”. Ni que decir de Lorenzo Garza, “El Ave de las Tempestades”. La plaza ofrece en sus alturas un torero con un “par de banderillas”, otro con “las orejas y el rabo”. Y siguiendo el orden del redondel, aparece Rafael Perea, “El Boni”, más adelante se sitúa Manuel Rodríguez, “Manolete”, “El Monstruo de Córdoba”. Junto a la puerta principal se encuentra el torero rondeño Pedro Romero, un pilar de la tauromaquia con atuendo de época goyesca. Alfredo Just, tenía su taller de trabajo dentro del coso, algunos toreros posaban para él vestidos de luces; además había un toro en los corrales de la plaza llamado “Solovino”, de la ganadería “La Trasquila”, que era una modelo vivo. El espíritu del maestro sigue habitando los espacios de la plaza, en los túneles silentes, y en las firmes miradas que recreó de cada torero inmortalizado. La México, por su tamaño y arquitectura es admirada por muchas personas que la circundan, es como un museo al aire libre. Aquí, los toreros de México y España alternan entre sí, han hecho no sólo una gran historia en diferentes contextos, también en leyendas taurómacas esculpidas con arte que parecieran tener vida y perpetuo movimiento. Las esculturas de la Plaza México 11


El Enc

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unca es atemporal hablar de las bellas artes que envuelven a la tauromaquia un ejemplo, son las esculturas que engalanan el entorno de la plaza más grande del mundo. Para esto, es preciso destacar el legado de Alfredo Just Gimeno y cada una de sus efigies que representan a diferentes toreros y sus lances que, en un chispazo, pareciera revivirnos el momento de su ejecución en la arena. Es importante citar al maestro Humberto Peraza, gran escultor mexicano originario de Mérida Yucatán, quien trabajó con Just como asistente y juntos, contribuyeron a representar la tauromaquia y su fiesta, en donde también al interior de la plaza se encuentran hermosas obras de dicho artista. Sobre la calle Augusto Rodin en la ciudad de México, se localiza la entrada principal de la plaza de toros, al 12 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

levantar la vista destaca en las alturas, “El Encierro”, obra llena de lucimiento que reposa en un largo peldaño de catorce metros de longitud, que por mucho tiempo se ha mitificado que todo el conjunto había sido bañado en bronce, al igual que los toreros cincelados que habitan alrededor del recinto, pero el presupuesto que se planeó para la construcción de la plaza y sus elegantes esculturas rebasó los costos y no pudo recubrirse con este material que bien hubiese hecho lucir aún más esplendoroso el trabajo del artista de Valencia. A pesar del tiempo que va sumando estragos hasta en el arte, “El Encierro”, es magno, da una cálida bienvenida a toda su afición y al turismo que la visita. Esa simbólica puerta digamos que es la “puerta grande de la México” porque también la quieren traspasar los toreros y salir a hombros al lo-


cierro.

grar una consagración al precio de sus grandes faenas. La obra representa la trashumancia, que es el traslado de los toros que van del campo a la plaza, dirigido por un mayoral que a caballo conduce firmemente, con una larga garrocha en la mano derecha que reposa sobre su hombro, vestido de traje corto y sombrero cordobés. Voltea de lado atestiguando que los toros sigan su paso orgulloso de su oficio. Imagen más hermosa que muestra el trabajo campero, al vigilar el correr del rebaño bajo el mismo destino; la largueza de esta escena resalta en diferentes formas y posiciones de los astados, desde el caballo del jinete y los once toros que en conjunto dan como resultado una belleza extraordinaria que se siente viva, cada astado muestra sus particularidades; en la

manada, hay un cabestro que realizó el maestro Peraza, lo perpetró con todas sus características, hasta parece sonar el cencerro que lo distingue. Los demás toros de lidia conforman el encaste que muestra catadura, trapío, cornamenta y hasta su intensa mirada perfectamente lograda que parece seguirnos; su conjunto hace imaginar que se escucha el correr de todos estos astados con su natural bramido, que al pasar retumba dentro de uno mismo, y van levantando el polvo con el ímpetu de su bravura. Pareciera que la palabra “encierro” asfixia, pero en el mundo de los toros es otro su significado, es una puerta a otra posibilidad que desemboca la llegada a la luz de la plaza en esa circunferencia que semeja un infinito de vida tras la misma muerte. Las esculturas de la Plaza México 13


Rodolfo Gaona Jimén

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l escultor Just, se inspiró en diversos matadores de época para la realización de las obras que embellecen cada una de las columnas de la plaza, personajes que trascendieron en el arte de Cúchares al aportar su innovación en las suertes de la lidia, además de ser piezas fundamentales en la historia de la fiesta de los toros, tanto de mexicanos como españoles. En este sentido, la escultura de Rodolfo Gaona Jiménez, que se encuentra a mano derecha de la puerta principal, sobre la calle Augusto Rodin muestra la ejecución de la “Gaonera”, que luce en todo su es14 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

plendor al ver al torero, el toro y la suerte misma en un lance apoteósico. El gran Gaona llena la historia de la fiesta de los toros con solo su apellido, además de tener varios sobrenombres, “El Califa de León”, “El Indio Grande”, “El Petronio del Toreo”. Quien nació en León de Los Aldama, Guanajuato el 22 de enero de 1888. Hijo de Rodolfo Gaona y Regina Jiménez. Como se sabe, siempre fue un hombre de recia personalidad, una gran figura del toreo tanto en América como en España debutó en México el 1° de octubre de 1905 y tomó la alternativa el 31 de mayo de 1908 en la plaza de Tetuán


ez, “El Indio Grande”.

de las Victorias, en Madrid, en manos de Manuel Lara “Jerezano”, que fue su padrino, lidió el primero de la tarde de nombre “Rabanero” de Basilio Peñalver. Alternó con “Machaquito” y “Bombita” en 1908. También con Joselito y Belmonte; al estar tanto tiempo en España y entre estas figuras bien pudo aplicar la frase en caló que entre toreros de garra se dicen al enfrentarse, “entre calé y calé, no existe remanguillé”. También captó la atención de muchas personas importantes, entre ellas, la de José Guadalupe Posada, gran caricaturista y grabador mexicano, que,

en su trabajo artístico, no desistió pasar por alto la tauromaquia y dejó testimonio de Gaona en sus obras, resaltando la emblemática corrida de la plaza “El toreo”, el 20 de febrero de 1910, misma a la que asistió el General Porfirio Díaz. Gaona tuvo la fortuna de ser discípulo de Saturnino Frutos “Ojitos” Banderillero de Frascuelo. Entre 1920 y 1924 fue crisol junto con Sánchez Mejía, Marcial Lalanda y Chicuelo. Fue un mandón del toreo. Se retiró el 12 de abril de 1925 de los ruedos y murió el 20 de mayo de 1975 a la edad de 87 años en la ciudad de México. ¡Eterno

sea

Rodolfo

Gaona!

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Alberto Balderas Reyes, “El Torero de México”.

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os toreros representan todo un fenómeno social y psicológico porque la afición hace de ellos un mito, son un eje temático cuando se habla de su personalidad y su toreo, hay diestros que han llenado temporadas trascendentes; es el caso de Alberto Balderas, quien desde novillero llegó a ser muy querido entre la afición mexicana, tan es así, que le llamaban “El torero de México”. La misma calle que circunda la plaza de toros lleva el nombre del diestro, su escultura es tan expresiva que no pasaría jamás inadvertida para todo aquel que camine por este asfalto citadino; el rostro del matador es inconfundible al igual que su delgada silueta, mientras la muleta que lleva en la mano izquierda pareciera un clavel de ensueño, el toro de lidia junto a él es un despilfarro de belleza, tan real, que hasta la lengua lleva por fuera. Balderas nació dentro de una familia artística y culta, su padre fue músico y quería que su hijo hiciera una carrera universitaria; pero la luna que iluminó su nacimiento un 8 de octubre de 1910 tuvo más guiño para llevarlo por los caminos del toro y su fiesta. El torero capitalino se vistió de luces por primera vez para torear el 10 de enero de 1926 en la pequeña plaza de Mixcoac. En 1927 ya es un formal novillero, dos años después se fue a España presentándose en Carabanchel bajo los contornos de Madrid y en la plaza de Vista Alegre. Llega a Madrid el 15 de agosto de ese año y alterna con Joselito y el torero estadunidense Sidney Franklin, con novillos de “Coquilla”. En 1930 es ya un torero destacado, compartió cartel con Jesús Solórzano, matando novillos de “Guadalest” brindó la muerte de su primero a Juan Belmonte. El 19 de septiembre de 1930 tomó la alternativa en Morón de la Frontera, provincia de 16 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

Sevilla en manos de Manuel Mejías “Bienvenida”, que le cedió el toro “Hocicudo” de este antiguo hierro de “Guadalest”, el testigo fue Andrés Molina; el matador regresó a México y no volvió a España hasta 1934. Balderas era versátil, cubría los tres tercios de la lidia con gran arte, y lo transmitía a todo el tendido, además de gozar de una clase exquisita. Siempre subrayó que admiraba profundamente a Rodolfo Gaona. De “El Chato Balderas” como también le decían, se escuchaba su nombre en todos lados, con más razón en el emblemático café, “El Tupinamba” en esos años de crisol taurino en la ciudad de México en que no se dejaba de comentar su estilo y su gracia. Y como los toreros son supersticiosos, por desgracia la muerte de Balderas lleva cargado un enigma, dejó claro algo que pareciera no tener tanto peso, me refiero a las tonalidades de la seda en los ternos, pero lamentablemente sí lo tuvo; Alberto Balderas vestía un terno amarillo y plata aquel 29 de diciembre de 1940, Había dado la alternativa a Andrés Blando, en el cartel también alternaba José González, “Carnicerito de México”. La corrida cambió de rumbo al resultar empitonado por el toro “Cobijero” de la ganadería de Piedras Negras, como sabemos, fue de tal gravedad, que la cornada le destrozó el hígado y en pocos minutos el torero de México falleció en la enfermería de la plaza, tenía treinta y tres años. Se vivió un fuerte duelo que vistió de pasamanería tanto a México como a la afición de España, de tal manera que se lloraba su pérdida. Alberto Balderas, se suma a las obras del maestro Just Gimeno en las alturas de los peldaños de la plaza de toros México jamás podría faltar, pero tampoco olvidarse a este diestro que sigue siendo tan nuestro.


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Toro con sombrero.

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os encontramos con un toro a imagen y semejanza de un ejemplar proveniente de alguna destacada ganadería que el escultor deja a la imaginación de cuál será el herraje. Se trata de un ejemplar que luce el esplendor de su trapío y temperamento, mismo que se muestra inquieto en una plaza, siempre atento al movimiento y ante un mundo nuevo que se aventura a conocer. El toro fue captado en el momento que es “tocado por un sombrero”, en ese instante de sorpresa que le causa el objeto. Se puede decir que esta escultura, representa la imagen de júbilo de parte de un aficionado, cuando una gran faena se corona con arrojar diferentes cosas a la arena, es una aprobación ante lo que el público vive, mientras el toro va hacia él, lo huele, y mueve con el hocico, lo percibe, aquí se observa el sombrero cordobés debajo de su pata izquierda y la cabeza levantada luciendo su lámina. Es una imagen que asocia al toro y el hombre, siempre rendido a la belleza de su estampa y la bravura que arrebata. Recordemos una estrofa del pasodoble llamado “Gitanillo” de nuestro fino compositor mexicano Agustín Lara, que dice así: “Junto a una mancha de sangre, que el sol se quiere beber, hay un ramo de claveles y un sombrero cordobés”.

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Toro Acometiendo.

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lfredo Just dejó la escultura en solitario de un toro, sí, un toro de lidia en posición de acometer, en esa característica innata que siempre demuestran en el ruedo. Se cuenta que en los corrales de la plaza había un toro de nombre “Solovino”, que de alguna manera servía como modelo para el escultor. La obra es de tal belleza, que resalta su forma muscular en todo su esplendor, la catadura del astado, su impecable cornamenta y hasta la movilidad del rabo; además de su arrogante trapío y la viveza en sus ojos que comunican fuerza a quien lo observa detenidamente. El acometer se refiere al arranque al momento de embestir, es arrojarse con ímpetu a la hora de citarlo, en esta escultura se observa la cabeza del astado doblándola levemente hacia la izquierda, como si la muleta la sintiera el toro y para nosotros fuera invisible. El Diccionario Ilustrado de términos taurinos describe: Acometer. - Embestir el toro con ímpetu y ardimiento. El Cossío recoge unos versos de Nicolás Fernández de Moratín. (Fiesta antigua de toros en Madrid.) “Brama la fiera burlada, segunda vez acomete de espuma y sudor bañada…” Mientras Manuel Machado dice en la fiesta nacional: “Elegante y valiente y con una serenidad conveniente va burlando la feroz acometida y jugando con la vida ágilmente”. Las esculturas de la Plaza México 21


Larga Cordobesa. “El día se va despacio, la tarde colgada a un hombro, cuando una larga torera sobre el mar y los arroyos”. Federico García Lorca ¿Cómo podría dejar pasar por alto Alfredo Just el elegante lance llamado larga cordobesa? Imposible, el maestro del cincel dejó plasmado este artístico momento para decorar las alturas de la plaza México. Se encuentra junto a una firme columna cobijada bajo la sombra de los árboles. Lance que dio vida por primera vez su inventor Rafael Molina Sánchez, “Lagartijo” quien debe su propio apodo por su alta estatura y carácter vivaz. Nació en Córdoba el 27 de noviembre de 1841. Quien tenía antecedentes taurinos de su padre, un gran banderillero de nombre Manuel Molina, “Niño de Dios”. Su presencia es básica en el coso, tan bien realizada que el capote comunica, su anatomía se distingue, y hasta resalta la coleta y el añadido de este gran califa del toreo. Desde los nueve años toreaba becerros, era hábil con el capote y las banderillas; existen fotografías de él banderilleando en una silla, en aquellas antiguas suertes de torear. La alternativa se la dio Antonio Carmona, “Gordito”, en la plaza de Ubeda el 29 de septiembre de 1865, confirmando en Madrid el 15 de octubre del mismo año. Tanto perfeccionó su lidia que en 1875 su toreo con el capote y la muleta se fue tornando de más de detalle. 22 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

Se sabe dentro de su trayectoria en los ruedos, que se enfrentó a un toro de Miura llamado “Murciélago”, mismo que regresó a su dehesa como semental debido a su bravura, nobleza y la consumación de la faena que le bordó este gran torero, a tal grado que, como dato curioso, la compañía de automóviles “Lamborghini” utiliza un toro como símbolo de su marca dándole el nombre a uno de sus autos del indultado ejemplar. ¡Hasta donde impacta y llega el toreo! Rafael Molina, al crear la larga cordobesa, dejó claro que el toreo comunica, este lance tiene el efecto de cadencia, largueza, longitud, un juego de capote que también da la sensación de viajar y sentir que en este transporte se llega a la gloria, al cielo. Varios toreros han interpretado de manera sublime este lance o remate después de acompañar otras suertes de la lidia, ya que también se ejecuta para dejar al toro en suerte y llevar a cabo el tercio de varas. Para tal belleza, es preciso resaltar algunos diestros que lo han interpretado de manera sublime como Rodolfo Gaona, Alfonso Ramírez “El Calesero”, Morante de la Puebla, Rodolfo Rodríguez “El Pana”, Julián López “El Juli”, entre otros más, quienes han dado un profundo sentimiento a este arrullo de percal, que reposa su gracia sobre el hombro de cada Matador. El lance invita a romper el tiempo y pasaportarse al infinito en una larga cordobesa.


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Luis Procuna Montes, “El Berrendito de San Juan”.

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l escultor valenciano Alfredo Just Gimeno fue atraído por la trayectoria y personalidad de Luis Procuna Montes, quién nació el 23 de julio en un verano de 1923 en la calle de Luis Moya de la capital mexicana. Este célebre diestro posó para el escultor en el taller del artista, que estaba dentro de la Plaza México, lo que lo llevó a plasmar tanta realidad en su propia escultura, misma que refleja su rostro inconfundible ejecutando el lance que él mismo inmortalizó, “la sanjuanera”. Inició como novillero al estar en contacto en el ambiente a través de su hermano Ángel Procuna que ya toreaba, pero que no trascendió como él hubiese querido en los ruedos. Luis vistió de luces por primera vez en 1938 en la antigua plaza de toros de Puebla, continuando en la lucha por obtener más oportunidades para torear, fue miembro de la cuadrilla llamada “de espontáneos”. Tras mucha entrega, en el año 1939 en la plaza, “El Toreo” gana la oreja de plata, subiendo poco a poco al escalafón de los toreros destacados. Llegó a alternar con Luis Briones Siller y Luis Castro, “El soldado”, eran conocidos como “los tres Luises”. Entre las faenas destacadas que se recuerdan es al toro “Barbián” de la ganadería de La Laguna. El último toro que lidió como novillero fue en la plaza de toros de “El Toreo”, ese día bordó la faena al toro “Vidriero” de San Mateo. Se hizo matador en la plaza de Ciudad Juárez, en Manos de Carlos Arruza. 24 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

Confirmó la alternativa en el Toreo de la Condesa el 26 de diciembre de 1943, siendo su padrino Luis Castro “El Soldado”, con el toro “Pinturero” de San Mateo, al que le cortó las dos orejas. Luis Procuna fue apodado por su particular “pinta” como “El Berrendito de San Juan”. Quien tuvo después la dicha de estar en el cartel inaugural de la Plaza México aquel cinco de febrero de 1946, junto a Manuel Rodríguez “Manolete” y Luis Castro “El Soldado”, con toros de San Mateo, en aquella época de oro del toreo, en la que, en México, se hablaba todo el tiempo de toros y de la fuerte ruptura del convenio hispano-taurino que se dio en aquel entonces. Procuna viajó a España en 1951 confirmó en manos de Francisco Muñoz y de testigo Manolo Dos Santos, “El Lobo Portugués”. Pero no logró abrir “puertas grandes” la suerte se le dio más en México. Siempre fue un torero de contrastes y claroscuros, al que le invadía el miedo y la paranoia, se aventaba de cabeza al callejón sin que el toro fuera por él, ¡Menudo espanto el que vivía! sin embargo, también logró torear en paz, como un espíritu celestial, tenía clase y carisma, lo que lo llevó incluso a hacer cine taurino, entre sus películas destaca “El Niño de las Monjas” “Sol y Sombra” y “Torero”, dirigida por Carlos Velo, en donde se ve claramente en la cinta un reflejo de su propia vida. Película muy apreciada incluso en Europa,


galardonada en Venecia y resguardada en la filmoteca francesa, en París. Procuna lidió a su ultimo astado de nombre “Caporal”, del hierro de Mariano Ramírez, tuvo una de las despedidas de los ruedos más sensibles e inolvidables, aquel 10 de marzo de 1974 en la Plaza México, entre las serpentinas y el confeti de bienvenida y la nostalgia del adiós, con las notas musicales de “las golondrinas”, suspendidas en el aire, entre toda la afición que conmovida, le guardaba gran cariño. Llevó a cabo el ritual de cortarse la co-

leta en los medios de la plaza, cerrando el ciclo de su trayectoria profesional en los ruedos. México hizo suyo a este diestro, tan en sí mismo, “tan en Procuna”, que fue un ejemplo de naturalidad y de humanidad desbordada, que lograba demostrar su luz una vez que dominada la ansiedad, el miedo, ese inseparable sentimiento que lleva toda persona, con mayor razón habita en todos los toreros, es como un toro interior, tan serio y astifino que tiene nombre en la pizarra del propio inconsciente. Las esculturas de la Plaza México 25


Manuel Granero y Valls.

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tro de los toreros que el escultor Alfredo Just Gimeno destacó fue al matador Manuel Granero y Valls, quien nació en la ciudad de Valencia al igual que el mismo artista del cincel, un día 4 de abril de 1902. Entre sus virtudes sabía tocar el violín con gran talento, pero torear era lo suyo, tenía mucha clase y estilo, tomó prácticamente un lugar especial entre los diestros, tras la reciente muerte de Joselito. Recibió la alternativa el 28 de septiembre de 1920 en la Maestranza de Sevilla, siendo su padrino Rafael Gómez, “El Gallo” y como testigo Manuel Jiménez, “Chicuelo”. Este cartel conformado por Juan Luis de la Rosa, Manuel Granero, y Marcial Lalanda, dejó marcada una historia lóbrega, puesto que en el toreo, la tragedia siempre es una constante y para desgracia de este diestro, la tarde del 7 de mayo de 1922 en Madrid, se lidió el hierro de Duque de Veragua, le tocó el toro, “Poca pena” cuyo nombre era ya bastante intenso, mismo que puso punto final a su vida, era una época en que aún no se introducía el peto a los caballos y las tardes ya llevaban un dramatismo acuestas dibujado en los tercios. Su infortunio siempre estuvo coronado por un cúmulo de malos augurios. Su banderillero Enrique Berenguer Blanquet, fue peón de Joselito, a quien vio morir en Talavera de la Reina, dicen que el subalterno percibía la atmósfera de mala suerte al aspirar el fuerte aroma a cera de los cirios y que 26 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

ambos toreros tenían una cierta estela de muerte. Por otro lado, la actriz Maximilá Thous ensayaba en el teatro de Valencia dos obras anunciadas en el mismo programa: “Granero” y “Poca Pena”, dos palabras que meses después antes de la muerte del torero estuvieron juntas en un cartel. El toro de su desdicha lo mató de varias cornadas en los muslos y le reventó la cabeza contra el estribo de las tablas al meterle el pitón en el ojo derecho. Una tragedia dantesca, le colgaba la masa encefálica y el ojo desprendido. España se volcó en duelo tras su muerte que vistió de pasamanería a toda la afición que se conglomeró de manera masiva en todo el recorrido de su inerte cuerpo de regreso a Valencia, lo cubrieron de flores en el paseíllo que lo condujo a la eternidad… Después de treinta y ocho años de muerto exhumaron sus restos y para sorpresa de todos, su cuerpo se dice estaba intacto, a lo que su hermana Consuelo Granero relató que el diestro fue embalsamado, y que desmitificó aquella idea de santificarlo. Y como la tauromaquia abraza a la literatura, siempre se encuentra un hilo del toreo en ello, el libro del antropólogo y filósofo francés George Bataille, “Historia del Ojo”, edición prologada por Mario Vargas Llosa, premio nobel de literatura en 2010, hace alusión a esta historia; la temática gira en torno al surrealismo, el erotismo y la


muerte del mismo Manuel Granero, en una asociación de imágenes que hacen alusión al describir que la corrida es un acto profundamente erótico y que dentro del goce y de la plenitud existe un sabor a muerte. ¡No cabe la menor duda! “Poca pena” a la inversa, cubrió de “mucha pena” las enigmáticas tardes que lleva siempre una corrida. También de este torero valenciano se encuentra esta sempiterna estatua en la calle de Balderas en la ciudad de México, muchos no imaginan el

trasfondo de dolor por el que pasó el gran Manuel Granero. El toro luce mirando al torero de espaldas, él con la mirada al cielo y la muleta en la mano derecha, en la izquierda lleva un sombrero; reposa sobre un peldaño en el que un árbol alcanza la altura de la plaza, es una escena en la que se dieron cita algún día el toro y el hombre en una plaza de toros, en la que Alfredo Just retomó el arte que tenía el diestro y la corpulencia del astado, haciendo del luto una imagen de tarde de toros entre Eros y Tánatos. Las esculturas de la Plaza México 27


Manuel Jiménez Moreno, “Chicuelo”.

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acer en la bella Sevilla es un hecho de amor y más en primavera, suerte la que tuvo Manuel Jiménez Moreno, “Chicuelo”, quien vio la luz por vez primera un 15 de abril de 1902. El maestro Alfredo Just Gimeno, lo eligió para recrearlo y colocar su estatua en el entorno de la Monumental de Insurgentes, forma parte de los íconos de nuestra fiesta. La vida siempre da y quita, a la edad de tan solo cinco años, fue víctima de la orfandad de ambos progenitores, su padre era Matador de toros Manuel Jiménez Vera, “Chicuelo I”, quien murió en el año de 1907 dejando el seudónimo generacional. Como su familia estaba formada de toreros, su tío Eduardo Borrego Vega, “Zocato”, se hizo cargo del pequeño. También le inculcaron el amor a los toros, al vivir en un ambiente de taurinismo cotidiano; la esposa de “Zocato” era hermana de su padre lo criaron con todo cariño y entrega; su vena taurina ya era natural tomaba los capotes jugando, y poco a poco ya quería aprender a torear, se agudizó su sueño, al grado que lo nombraron “El Niño Chicuelo”, siempre iba acompañado por su tío cuando comenzaba a torear en cortijos y tentaderos, un ejemplo claro de la importancia de que los niños y las niñas siempre deben estar en contacto con el arte de la tauromaquia, en un futuro lleva mucha recompensa, son semillas de afición que florecen en sus diversas disciplinas, visto este ejemplo desde antaño. A los diez años mató su primer 28 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

becerro. Perteneció a la escuela taurina de Sevilla, por ello y por sus capacidades innatas sorprendía al público, quien también lo adoptó de manera afectiva y para siempre. Su simple apodo “Chicuelo”, tenía una carga de alegría hecha castañuela, poco a poco se fueron formando carteles con su nombre desde muy jovencito; alternó con Juan Luis de la Rosa, Manuel Granero y Eladio Amorós. Nos dice el Cossío, que la primera vez que vistió un traje de luces fue el 24 de junio de 1917, de ahí en adelante su fama se propagó de manera inmediata por toda la España taurina. Llegó a tomar su alternativa nada más y nada menos que en manos de Juan Belmonte, “El Pasmo de Triana” y de testigo Manuel Belmonte, hermano de Juan, el 28 de septiembre de 1919, enfrentando al toro “Vidriero”, del Conde de Santa Coloma. Confirmó en Madrid el 18 de junio de 1920, en manos de Rafael “El Gallo”, Juan Belmonte y Fortuna, con Duque de Veragua, el astado de dicho ritual fue “Volandero”, nombre muy curioso ya que él, salió en “volandas”. Varias faenas hicieron época, además ligaba los pases, la historia lleva al recuerdo en el fino bordado que le dio al toro “Corchaíto” de Pérez Tabernero. El torero al paso del tiempo maduró, y su toreo también, para colocarse en los primeros escalafones de la torería. Vino a torear a América, firmando en México varias corridas, allá por los años de 1925, logró perfeccio-


nar su técnica e imprimió todas sus cualidades en cada faena que trazaba, además de aportar arte y creatividad al toreo de capote, siendo inventor de uno de los lances más realizados en el toreo, la famosa “Chicuelina”, pase que envuelve y gira al diestro al pasar el toro, y que al contemplarla es toda una representación de exquisita algarabía. Como el flamenco y la tauromaquia son un alma hermana, la variedad del lance también se ejecuta en un tablao de maderas, lleva esa alegría en flores que decora una mantilla de Manila. El torero también amaba el flamenco, los caballos y el campo, trilogías llenas de vida, siempre fue carismático y muy querido entre sus compañeros de los ruedos, solidario y amigo incondicional. Por todo ello, fue elegido entre el abanico taurino del escultor valenciano, para inmortalizar no solo su fina anatomía con el arte de su cincel, también al

toro que siempre fue su compañero inseparable desde niño y su capote más torero y melodioso que tanta vida dio y heredó, ya que no existe lance más representativo de los toreros en todos los tiempos. Hoy, en la calle de Alberto Balderas, podemos seguir deleitándonos al caminar o ir a comer al entorno de la Plaza México en esta gran ciudad que tanto ofrece y distinguir en las alturas a Manuel Jiménez Moreno “Chicuelo”, para ver el pase de su invención en esa cadenciosa “Chicuelina” que hasta por el nombre, lleva un aire de frescura y un pellizco de inocencia de aquel “Niño - Chicuelo”. El otoño se encargó de su ultimo adiós, arrullado entre las hojas color ocre de los árboles para llevarlo a torear en el cielo, partió de este mundo el 31 de octubre 1967 a la edad de 65 años. ¡Muchas gracias Chicuelo! Las esculturas de la Plaza México 29


Luis Briones Siller, “De Seda y Oro”.

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n el entono de la Monumental Plaza México, frente al Estadio Azul de fútbol se encuentra otra de las esculturas de Alfredo Just, se trata de la representación del gran torero mexicano Luis Briones Siller, quien nació en la ciudad de Monterrey Nuevo León, el 7 de octubre de 1920. Desde muy joven le decían de sobrenombre “El chinito de Monterrey” y también “Luis de seda y oro”, vivió su infancia y parte de la adolescencia en Texas, Estados Unidos, para después regresar a radicar en Durango, pudo presenciar a los 17 años su primera tarde de toros. Tanto él como sus dos hermanos eran toreros, Félix y Raimundo Briones Siller. Era el año de 1940 en su tierra natal cuando hace su primer debut como luminoso novillero, con ganado de Ibarra, alternó con Edmundo Zepeda y Leopoldo Ramos, “El ahijado del matadero”, tarde muy difícil puesto que recibió su bautizo de sangre con una fuerte cornada en el vientre, que superó tanto física como psicológicamente para reaparecer después en los ruedos. Posteriormente se presentó en el “El Toreo de la Condesa” en 1942, sumando triunfos y corridas memorables. No se olvida la tarde del 15 de agosto de 1943, la faena realizada al toro “Valenciano” de San Mateo. En varias temporadas, Luis Procuna era su rival de ruedos, de ahí que se escuchaba en los lugares de tertulia el nombre de “Los dos Luises”, que al final eran tres 30 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

y de época, sumando a Luis Castro, “El Soldado”. Se alternativó en Monterrey, su padrino fue el gran Fermín Espinosa “Armillita”, con el toro, “Llanero” mismo doctorado que confirmó en México el 19 de diciembre de 1943, volviendo a ser Fermín su padrino, y de testigo Carlos Arruza, lidiando la bravura de “Abejorro” de Rancho Seco. Fue un torero digno de ser inmortalizado en la galería escultórica de Just, ya que sus triunfos no solo fueron en plazas de América Latina, como en Bogotá Colombia, también toreó en Barcelona con el mismo “Armillita”, Domingo Ortega y Pepe Luis Vázquez. Confirmó su doctorado en Las Ventas de Madrid el 2 de junio de 1946, cediéndole los trastos Rafael García, “El Albaicín” al lado de Jaime Marco, “El Choni”, despachando al astado “Madroñito” de Marques de Villagodio. También toreó en tierras galas, en Las arenas de Dax Francia, entre los años 1947 y 1948. En la Monumental de Insurgentes cuatro tardes seguidas logró mostrar su arte con soberbios triunfos. No olvidemos que aportó un lance al repertorio taurino, “La Brionesa”, que sirve de lucido remate, es de uso frecuente y siguen dándole vida los diestros actuales. Briones fue parte de la historia del cine mexicano, ya que filmó la película “El torero y la dama” en que actuó con la actriz, Katy Jurado. Su carisma y elegancia lo llevó a estar en la cum-


bre de los toreros de su época. La plaza de toros se engalana con su presencia en esta escultura que define la anatomía del diestro, y el gran detalle con el que esculpió el traje de luces, se aprecia afinadamente e incluso a distancia la perfección de la montera, los machos de la taleguilla, y el bordado de la chaquetilla, además de rescatar la clase que dejaba plasmada Luis Briones en cada uno de sus lances de percal, de gran calado.

El toro resplandece embistiendo con arrojo y va al capote de manera tan real, que muestra la cabeza con sus pitones astifinos y el pelaje crespo del testuz, su larga corpulencia mientras el rabo, se mira suspendido en el aire; todo un detalle de cincel al viento del escultor valenciano digno de contemplar. ¡Luis siempre será un nombre de rey y Briones un apellido de torería! Las esculturas de la Plaza México 31


Antonio Fuentes y Zurita.

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n los altos exteriores de la Monumental de Insurgentes, en lo que corresponde a la barda del tendido de sol, se encuentra el modelado a cincel de Antonio Fuentes y Zurita, gran torero sevillano que nació un 15 de marzo de 1869. La escultura luce al torero que lleva un par de banderillas, se ven de tamaño tan cortas que son casi nada y solamente quedan a la imaginación, por el deterioro que tiene la obra, pero va ligado con el toro que pasa por la espalda del diestro, es una muestra atractiva de dicha ejecución. ¡Cuánta falta hace el mantenimiento a todo el conjunto escultórico, incluso a la misma plaza! Fuentes, hizo gala a su apellido fluyendo y recreando su oficio, fue uno de esos toreros que la vida lo premió al tener gran elegancia, y versatilidad; vistió de seda y oro por primera vez a los 16 años en armonía con la edad un 16 de agosto de 1885 en Guillena, municipio de la localidad española de Sevilla, Andalucía ingresó en la cuadrilla de Raimundo Rodríguez Ayllón entre 1888-1889 Tuvo la experiencia trasatlántica de torear en La Habana en 1887. Como banderillero pisó Madrid el 31 de mayo de 1891, siempre fue un haz de los zarcillos. Estuvo algunas veces actuando bajo la dirección del Gallo, Alternó con Emilio Torres “Bombita” en la cuadrilla de Francisco Arjona Reyes (Currito) y más tarde en la de José Sánchez del Campo conocido como “Cara -Ancha”, 32 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

y Luis Mazzantini. Fuentes fue un torero completo, cubría los tres tercios extraordinariamente, hasta lo describían de la siguiente manera: él siempre está “paradito y sin titubeos”. Tomó la alternativa en Madrid, catedral del toreo el 17 de septiembre de 1893 con el toro “Corredor” del hierro de José Clemente que le cedió su padrino Fernando Gómez, “El Gallo” creador de la alada dinastía de altos revoloteos. Toreó la tarde en que el toro “Perdigón” arrebató la vida de Manuel García “El Espartero”. Alfredo Just adoraba la destreza y la clase en los diestros, Antonio Fuentes era un torero de esta talla, además vino a México en 1899 demostrando sus selectas habilidades, por ello, consiguió estar inmortalizado en el Coso de Insurgentes. Antonio dentro de su propia estima, no se daba el reconocimiento que merecía. Se dice que una tarde que acarició al cielo en una faena, rompió en llanto después de asustarse de sí mismo de lo que logró. ¡Viva entre la grandeza la sencillez de los toreros! Su gran rival de ruedos fue Rafael Guerra “El Guerra”, quien dijo: “¡Después de mi naiden y después de naiden Fuentes”! Y sí, sin dudad, Fuentes emanaba “fuentes” de creatividad, para que el ego del Guerra lo reconociera era por algo, de ahí que hiciera famosa una de sus grandes frases.


Antonio Fuentes, también llegó al cine y filmó la película “La Puñalada” en 1922, todo un melodrama rural.

Eternizó su alma el 9 de mayo de 1938, en su natal Sevilla, fue todo un torero de coleta trenzada al natural. Las esculturas de la Plaza México 33


Luis Castro Sandoval, “El Soldado”.

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tra de las esculturas que circundan, la plaza de toros México es la de Luis Castro Sandoval, “El Soldado”. La lograda obra muestra al toro que embiste en un simulado remate de capote que está por consumar, llevándolo con la mano izquierda, tiene tal finura que hasta los dedos levantados de la mano tomando el percal se pueden distinguir, mientras en la derecha lleva la montera. ¡Soberbios detalles del cincel de Just! Seguramente fue inspirado durante el tercio de quites que tanto se extrañan actualmente, puesto que han venido a menos, esta parte de la lidia era todo un espectáculo, lleno de creatividad y expresión colmado de belleza. El diestro nació en la ciudad de México, en el barrio taurino de Mixcoac, el 25 de agosto de 1912, cerca de su casa había un alojamiento de soldados, que, a sus amigos y a él, les causaba simpatía, a tal grado que ellos mismos lo provenían de insignias y uniformes, por lo que fue acreedor de un cierto aire de mando entre los niños con los que jugaba, juntos formaron un “pelotón”. Y como dice el dicho, “genio y figura” esta jerarquía, formó la personalidad del jovencito. Pero cuando llegó el momento en que por primera vez vio una corrida de toros en la plaza de El toreo de la Condesa, tocó su alma el arte de la tauromaquia y surgió en él, la decisión de ser torero. Se presentó por primera vez en la pequeña plaza de toros de Mixcoac una tarde del 3 de marzo de 1931 al año actuó en El Toreo de la Condesa, 34 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

llegando a la cúspide novilleril, logró conseguir la valiosa “oreja de plata”. Tomó la alternativa el 5 de marzo de 1933 en manos de Joaquín Rodríguez “Cagancho” y de testigo David Liceaga, con toros de Coaxamalucan. Se acarteló en España como novillero, puesto que renunció a su propia alternativa, pero actuó con muy buen éxito. El 29 de julio sucedió algo inusitado en aquellas tierras, alternando con Lorenzo Garza y después de que Cecilio Barral fue embestido por el primer toro, se quedó la tarde en mano a mano, cubrió los tres tercios sorprendentemente, cortando orejas y rabo. Entre ellos se dio una rivalidad, indiscutible, que con el tiempo se convirtieron en grandes figuras del toreo, y mejores amigos. El 24 de marzo de 1935 “El Soldado” tomó la alternativa en Castellón de la Plana, con el toro de nombre “Buenas Tardes” de la ganadería de Clairac, en manos de Rafael Gómez “El Gallo” y de Testigo Lorenzo Garza, otra ave, pero de las tempestades, después confirmó en Madrid el 2 de mayo de 1935 con el mismo padrino y de testigo, “Marcial Lalanda”. Se decía que entre los mejores toreros de capa estaba Luis Castro, fue el triunfador de la temporada 1943 haciendo una faena cumbre al toro “Rayito” de San Mateo y lanceando también soberbiamente a “Porrista” de Torrecilla”, el 5 marzo de 1944 en el añejo Toreo.


Tan fue un “figurón”, que daba cátedra en todos los tercios, inauguró la Plaza México aquel 5 de febrero de 1946, junto a su tocayo Luis Procuna “El Berrendito de San Juan” y Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”. Con este cúmulo de trayectoria profesional, bien mereció estar tan altivo y firme como un soldado en la Monumental de Insurgentes, pero solo de sobrenombre, ya que fue un torero de montera a zapatilla. Castro fue literalmente un ser de grandes batallas, superó cornadas

terribles, también petardos, y broncas apoteósicas, pero por su grandeza, se cotizaba muy alto, ¡pero porque lo valía! se le señalaba como “El torero más caro del mundo”. Partió en el mes más solemne del año para despedir a los entrañables, un 13 de noviembre del año 1990. Hoy, se aprecia su temperamento escultórico y visual en compañía con su mejor amigo, el toro de lidia.

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36 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra


Laurentino José López Rodríguez, “Joselillo”.

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na efigie más que engalana la plaza de toros más grande del mundo es la que lleva la fuerte personalidad de “Joselillo”, un torero cuyo inesperado destino fue el descanso eterno. Nació en Nocedo de Cureño, municipio leonés, España, en la plena calidez del verano, un 12 de Julio de 1925 Su suerte lo llevó desde preadolescente a vivir en México, empezó a torear en el año de 1945. Debutó un 25 de agosto de 1946 en el coso de la ciudad de los deportes, alternando con Manuel Jiménez “Chicuelo”, el mexicano Pepe Luis Vázquez y Fidel Rosales “Rosalito”. El percance fatal, se dio en México el 28 de septiembre de 1947 alternando con el mismo Pepe Luis Vázquez y Fernando López “El Torero de Canela”, el destino le dio una cita con el quinto de la tarde, de nombre “Ovaciones” de Santín que le partió la femoral al ejecutar la suerte por “manoletinas”. Su recuperación dada la magnitud del percance fue lenta; cuando ya parecía haber salvado la vida, falleció de una embolia pulmonar en el sanatorio de Guadalupe en la capital mexicana, un melancólico otoño del 14 de octubre de 1947.

fectamente liado y con la montera firme en la mano. El hecho de “liarse” es un instante de ritual, representa muchos significados me puedo atrever a considerar que a nivel inconsciente es como si los toreros fuesen a salvaguardarse al llevar a cabo cada pliegue del capote de paseo doblado y ajustado con tanto detenimiento e ir poco a poco recorriendo un profundo viaje hacia adentro de uno mismo, para después cruzar el otro extremo cubriéndose en sí, es un asunto totalmente introspectivo. La tauromaquia lleva mucha psicología. López Rodríguez “Joselillo”, impera en una alta grada de la plaza, junto a un hondo cimiento de esta estructura. Su fallecimiento fue un impacto fuerte en el mundo de los toros, pero su personalidad sigue en la memoria de esta fiesta de contrastes, vestida de luz y sombra en donde avasalla muchas veces el altanero silencio de la muerte en las rutas incógnitas que también nos lleva lo profundo del toreo.

Los toreros de apodo con terminación “illo”, siempre han sido leyenda, pertenecen a un temperamento de carácter fuerte, a la vez, son enigma, mismo halo que captó el escultor Alfredo Just al delinear el rostro de Joselillo en esta estatua, en donde se aprecia al diestro con el capote de paseo perLas esculturas de la Plaza México 37


Eduardo Liceaga Maciel.

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ació en la Ciudad de México en fecha emblemática de la historia nacional, un 20 de noviembre de 1922, hermano del matador de toros David y del banderillero Mauro, quienes sabían la difícil profesión que el menor de los tres hermanos también había escogido, lo llevaban en la vena artística. El joven antes de ser novillero llegó a cursar hasta el bachillerato, poco después decidió dedicarse a su verdadera vocación; se dio a conocer en El Toreo el 6 de agosto de 1944, fue el triunfador de la tarde, siendo merecedor de la soñada “oreja de plata” que siempre hacía tanta ilusión a los novilleros, logrando cortarle el rabo al que pastó en los campos de la casa ganadera de Santín de nombre “Cortesano”. Después viajó a España, para presentarse en Madrid en 1954 cortando una oreja a uno de sus ejemplares. Curiosa relación de números, para el año de 1946 llevaba la valiosa suma de 46 festejos, suma suficiente para ya planear la toma de alternativa en manos de Carlos Arruza; pero el destino lo llevó a tener un encuentro con un toro de Concha y Sierra de la que ya no salió vivo tras la sufrida cornada. Murió en la plaza de San Roque el 18 de agosto de 1946. Sus restos cruzaron el Atlántico en el barco portugués, “Foz do Douro” que significa “desembocadura del Duero”; llegando a la capital un 4 de octubre día de San Francisco; momento sumamente doloroso para toda la familia taurina, propia y extraña, que 38 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

lloró a su persona y lo veía consumado como una próxima figura del toreo. Su fina escultura se encuentra junto a una columna de la plaza, también del lado de las localidades de sol. Muestra a un torero bien plantado y con las piernas ligeramente separadas, lo que exhibe su traje de luces divinamente esculpido y rematado desde la chaquetilla hasta las moñas de las zapatillas, con todos los fragmentos que a Alfredo Just le gustaba demarcar. Su cabeza está hacia su lado derecho con esa mirada que abarca todo el perímetro resalta el cabello ondulado, la coleta y añadido sobresale en la nuca; su mano izquierda toma el capote de brega en lo alto de la esclavina que reposa hacia atrás de su propia pierna, con el distintivo que este trasto para torear lleva en su significado, siempre tan vivaz al darle cadencia en un lance o con su quietud serena, eterno percal fiel a su torero. En la mano diestra lleva su montera agarrada de uno de los machos, la reposa ligeramente en su muslo, toda una imagen de respeto por quienes ejercen el oficio de tan grande profesión y que cobra la vida de muchos de esos seres designados por la tauromaquia, cuyo destino imprevisto es la vía que conduce a los profundos silencios.


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Juan Belmonte García, “El Pasmo de Triana”.

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a escultura de Juan Belmonte es tal y como su sobrenombre lo indica, una representación de suspensión del tiempo, de pasmo. El toro con su embestida rodea la anatomía del torero, él ejecuta una personalísima media belmontina, mientras dobla la pierna izquierda y con la derecha marca la verticalidad que da dominio al pase. Toda una belleza que forma una nota de perfecto concierto. La escultura de Alfredo Just es tan minuciosa, que se pueden ver los rasgos inconfundibles del rostro como su pronunciada mandíbula; ese Juan único que el conocido banderillero Calderón llamaba “Er-Der-Monte”. Todo un “fenómeno”, “cataclismo” y “terremoto”, que se merece escribir un punto y aparte dentro de la historia del toreo, también por ser un hombre de enigmas. Nadie para describirlo como el escritor Manuel Chaves Nogales en su obra literaria Juan Belmonte, matador de toros. Él nació un 14 de abril de 1892 en la calle de Feria en Sevilla; sitio que se llamaba así desde antaño, por aquel mercadillo que existía desde el siglo XIII. Dicha vía se extendió en el barrio de Triana, el chaval creció en sus alrededores entre sus calles y su gente, acudía también por circunstancias diversas a los cafés merodeando entre las mesas, adquiriendo desde temprana edad una concepción de la vida de una manera muy amplia, vio lo que es el juego, las apuestas entre señores, mientras hablaban del arte de Cúcha40 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

res; por ello, desde pequeño aprendió la palabra, toro, plaza y muerte una serie de significados que lo llevó a tener muchos silencios reflexivos. Huérfano de madre desde los ocho años, se crió junto a su padre ayudándolo a trabajar, aprendiendo caló y algún rumor de flamenco; al integrase al mundo de la tauromaquia sumó varias becerradas, novilladas y también percances, llegó a ser acreedor para tomar la alternativa en Madrid, el 16 de octubre de 1913 en manos de Rafael González “Machaquito”, y de testigo Rafael “El Gallo”. Como dato curioso, esa tarde “Machaquito” se cortó la coleta. Belmonte fue un diestro que llegó a torear hasta 72 corridas en una temporada, algo que agota a cualquiera. El 21 de abril de 1914 viajó a México, siendo alcanzado en la corrida del 21 de diciembre por un toro de Tepeyahualco, que tuvo que matar Rodolfo Gaona. Juan de niño solo pudo estudiar cuatro años de nivel básico, logró aprender a leer y escribir lo suficiente para ser un gran lector; entre sus avíos, siempre tuvo el acierto de traer libros, se rodeó de artistas e intelectuales de la época, como Romero de Torres y Rafael del Valle Inclán que un día le dijo: ¡Juan a ti solo te falta morir en la plaza! -Él le contestó- “Se hará lo que se pueda Don Ramón”. Los toreros de entonces como


Rafael “El Guerra” decía: “El que quiera verlo, que se dé prisa”. La temporada del año 1915 fue la más comentada, Joselito y Belmonte eran los toreros más destacados de la época. El Cossío explica lo siguiente: “Belmonte propuso lograr el mayor efecto de belleza plástica con el exponente patético más exaltado, porque se aumentaba la proximidad al toro que ejecutaba la suerte, lo que hacía que el toro y el torero, llegaran a formar una unidad en la que armónicamente se correspondía en movimientos y esfuerzos, lo nunca antes visto”. Había Belmonte de romper con las normas del toreo conocidas hasta entonces, es posible que toda su carga emocional que traía desde niño lo canalizara de manera inconsciente en su estilo de torear, era un hombre que no ocultaba los sentimientos más tiranos del ser humano, como el miedo y el azar de muerte. Entre sus frases siguen vivas las siguientes:

“Se torea como se es”. “Para torear hay que olvidarse del cuerpo”. “Un día anterior a la corrida crece más la barba”. “El Pasmo de Triana”, decidió quitarse la vida en su finca de Utrera, Sevilla, no le dio el gusto a Rafael del Valle Inclán, aunque lo intentó, se llegó a poner de hinojos frente a un toro, diciéndole, “mátame asesino, mátame”, pero los mismos toros respetaron el culto que les rendía, quizá por ser un genio del toreo porque los enviaba al cosmos como nadie. Belmonte habita perpetuo en las alturas de la plaza Monumental de Insurgentes y en la libertad que da ser un alma nómada que va iluminado con la luna llena, esa que le dio complicidad en los campos bravos en las inciertas madrugadas.

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Carlos Arruza, “El Ciclón Mexicano”.

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arlos Ruíz Camino, mejor conocido en el medio de la tauromaquia como Carlos Arruza, nació un 17 de febrero de 1920 en la ciudad de México, su padre José Ruiz Arruza de origen español y su madre María Cristina Camino siempre lo llevaron a los toros, mejor herencia no pudo recibir. El sobrenombre que llevó lo fue construyendo poco a poco se hizo todo un “Ciclón” un calificativo que impone, porque en la fiesta de los toros también existen diestros que parecieran ser un intenso fenómeno natural, entre ellos han existido, “sismos”, “tempestades”, “volcanes”, pero todos ellos, seres de entrega y verdad que representan fuerte ímpetu hasta en sus apodos por la interpretación de su tauromaquia y cada una de sus ejecuciones; por supuesto que fue un torero completísimo, dominaba todas las suertes, capote, banderillas, muleta, ni qué decir en el dominio del arte del rejoneo; tuvo la fuerza para provocar los mismos efectos que dicha corriente atmosférica posee para llegar hasta el tendido y despeinar a cualquiera.

Arruza por ser haber sido un portento, también forma parte del marco histórico en que se llevó a cabo el conocido “boicot del miedo”, que tanta polémica y movilidad social trajo entre sus protagonistas, ya que los diestros aztecas, arrebataban con sus triunfos, sin importar perder los machos de la chaquetilla al cruzar “la puerta grande” entre aquellas multitudes, los apéndices ya los llevaban en las manos y el alma en estado de gracia, cosa que incomodaba a muchos.

Su biografía es basta, traía un peso literario de abolengo, al ser sobrino del poeta León Felipe, además destacó desde novillero mostrando gran destreza y un mosaico de aptitudes, hasta que tomó la alternativa en “El Toreo” un 1° de diciembre de 1940, en manos de Fermín Espinosa, “Armillita” que le cedió el toro “Oncito” de Piedras Negras, siendo testigo de ceremonia Paco Gorráez, “El cachorro de Querétaro”. Era hasta entonces, el único torero mexicano que pisaba el ruedo de Madrid, confirmando su grado el 18 de julio de 1944, en manos de Antonio Mejías, “Bienvenida” y “Morenito de Talavera”. Esa tarde desorejó a un toro de Vicente Muriel.

Cuando la tauromaquia recorre las arterias también se heredan grandes corduras mientras se conjuga con la vocación, Arruza hizo dinastía con sus dos hijos, Carlos y Manolo, que también incursionaron en los ruedos reafirmando el valor de las herencias educativas y artísticas.

42 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

Sumó tardes cumbre, como la del 19 de septiembre de 1944 en la ciudad de Valladolid, en la que se lució con su lúbrica del llamado “teléfono” desplante de dominio. El alternante con quien sumó más tardes fue con Manuel Rodríguez, “Manolete”, imagine usted un “Monstruo y un Ciclón” en las arenas, el público llegaba al frenesí, era una época aquilatada, ¡la de oro, sin más! Al final había mucha rivalidad en las plazas, pero también bordaron la amistad, que los llevaba hasta preparar juntos la mejor paella del mundo.

Era imposible no ser inmortalizado en la obra colosal de Alfredo Just, por tal motivo, continuando con el agradable recorrido de la Monumental de Insurgentes contamos con la presencia de este gran hombre junto a un toro que le embiste esplendoroso, uniendo el carácter de esta obra con el pase de su invención, “la arrucina”.


El detalle de Just es perfecto al esculpir el cuerpo del diestro en el que se denota su estatura, además podemos ver el rostro del maestro Arruza, que transmite el encanto que le producía sentir el toreo; sus brazos llevan toda una forma de maestría al tomar la muleta y marcar el pase, la otra mano acaricia el viento que pareciera ser un abanico abierto a la libertad, siempre su sonrisa gravitará en toda la plaza.

hay emoción en la plaza

“El Ciclón” dejó este mundo un 20 de mayo de 1966, en un trágico accidente que vistió de quebranto al mundo del toreo, pero reconforta recordarlo por su carisma aquel que conquistó los públicos nacionales e ibéricos, además también a través de la música que es otra de las bellas artes que abraza la fiesta, para ello, el compositor español Juan Legido, conocido como “El gitano señorón”, le compuso su propio pasodoble, cuya letra describe su esplendor en los ruedos, alguna de sus estrofas dicen lo siguiente:

alegre y brava

Tarde imponente de toros,

Carlos Arruza torea, y su silueta fina y gallarda en el paseo trae al recuerdo la “emperadora” del mundo entero. Así es Sevilla

es la escuela de Arruza la sevillana. Arruza pasó a un maestro, maravilla del toreo, dominador de las suertes, un matador de postín, con ansias de novillero. ¡Arruza, torero, torero, torero!

el sol brilla en la arena, Las esculturas de la Plaza México 43


Juan Silveti Mañón, “Juan sin Miedo”.

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a representación de la estatua de Juan Silveti Mañón es un emblema más de cómo la tauromaquia logró con el tiempo ser asimilada y representada con gran autenticidad por nuestros toreros mexicano; esta vez toca hablar de un hombre leyenda. ¿Quién puede reunir varios sobrenombres llenos de atrevimiento? Solamente la fuerza de un apellido lleno de carácter y tremendismo, un “Juan sin miedo”, “El tigre de Guanajuato”, “El Meco”, “El hombre de la regadera”, “El resucitado”, “El hombre del mechón”, “El Belmonte mexicano”, quién Nació en Guanajuato, el 8 de marzo de 1891, un joven que al cumplir 21 años ya ejercía en los ruedos como banderillero. Su trayectoria narra que el 16 de marzo de 1916 tomó la alternativa en El Toreo, de manos de Luis Freg, con astados de la inconfundible divisa bicolor rojo y negro, que nos remite a Piedras Negras, poco después cruzó el Atlántico para confirmar en tierras barcelonesas de nuevo con Freg, con toros de Joaquín Pérez de la Concha, viajando después a la capital española para grabar en su biografía el 8 de abril de 1917, llevando como padrino del ritual a Rafael Gómez Ortega, “El Gallo” siendo testigos, Castor Ibarra , “Cocherito de Bilbao” y Pacomio Peribáñez, con ganado de Salvador García de la Lama. Entre México y España, Silveti sobresalió incansable a lo largo de su trayectoria con éxito, desafiando a muchos y siendo único. Dicen que no hay torero sin miedo, pero Juan lo supo li44 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

diar, se lo quitó de encima, seguramente hasta lo pateó siempre fue de gran arrojo con extrema valentía, aunque a nivel humano, seguramente gravitó en su intimidad y entre aquellos sombreros de charro en que llevaba grabados los cráneos que lo decoraban colocando así un mecanismo de defensa ante el peligro y el recelo inconsciente a la muerte. Su vida llevaba impresa un género literario, el épico, era un personaje fuera de lo común; su toreo incluso fue rudo, eso sí, mataba muy bien y certero. Su característico mechón de pelo en la frente, cejas tupidas mirada intensa y su carácter intrépido se ganaron la simpatía de toda España entre ellos la del valenciano Just, que lo representa magnamente en la alta periferia de la plaza que dicen ha sido siempre, “la que da y quita”, seguramente el cincel del maestro intensificó el sonido de cada golpe de arte y creación, además al esculpir su forma humana y el instante con el toro que lo acompaña que dejaron la viveza de su espíritu hecho emblema. La obra muestra un pase de pecho muy particular, ya que lleva un sombrero de charro en la mano izquierda, un símbolo de su andar, elemento que demarca la mexicanidad de la fiesta que, para entonces, era totalmente arraigada en México, toda una identidad y sentimiento que el torero volcaba al torear; mientras el astado fiel a su embestida logra una creación única, digna de mirar, “El Meco” da relevancia al significado de uno de sus apodos, el que conserva sus costumbres y tradiciones.


Se retiró el 1° de mayo de 1942 en el Toreo, ese cartel lo habitaban Conchita Cintrón, Francisco Gorráez, “El Cachorro de Querétaro” y Carlos Vera “Cañitas” con Piedras Negras, después de vivir 32 cornadas, tardes apoteósicas y llenar de historias inverosímiles no solamente en las arenas de las plazas de varias latitudes, también entre las calles empedradas de los pueblos del México que se fue, pero el que retuvo con sus retratos, y en corridos achispados como el del compositor Oscar Chávez en su creativa, “Encerrona” en la que resume una faena de Silveti Mañón. El 11 de septiembre de 1956 fallece en la Ciudad de México, habien-

do sido cimiento de una gran dinastía con intensos perfiles temperamentales y psicológicos que ha vestido la seda y el oro hasta la posmodernidad, pasando por Juan Silveti Reynoso, David y Alejandro Silveti Barri, y Diego Silveti del Bosque. Cabe subrayar que Juan Silveti Mañón es sinónimo de un personaje que no le pide nada a los sobrenombres de míticos toreros y que sigue impresionando en pétrea obra señorial de Just Gimeno. No cabe duda que “El hombre de la regadera”, le pegó un baño a muchos y hasta hoy es un símbolo de nuestro México. ¡Vivan por siempre los Silveti! Las esculturas de la Plaza México 45


Rafael Gómez Ortega, “El Gallo”.

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er torero de dinastías siempre es inspirado y pertenecer a un símbolo que lleva una carga arquetípica, con mayor razón, se trata de Rafael Gómez Ortega, un torero que ya llevaba un canto al alba, dotado de combatividad en los ruedos con un andar soberbio, todo un personaje que se distinguía así, por tan solo decir “El Gallo”, además de otras varias circunstancias, al ser hijo del matador de toros Fernando Gómez y de Gabriela Ortega, lo que también conjugaba un jondo enlace entre un torero y una bailaora. El diestro que con los años también se conoció como “El Divino Calvo”, nació en Madrid un 18 de julio de 1882, siendo hermano del excelente torero Fernando y el gran José Gómez, “Joselito”, considerando que también fue su tío el célebre banderillero José Gómez “Gallito”; por cualquier punto cardinal le llegaba la influencia taurómaca y un aire agitanado que lo hacía entonar la vida por “soleás”, “tangos” y “alegrías”. Su padre construyó en Gelves, pequeño pueblo junto a Sevilla un cortijo que llenaban de vida los chavales se llamaba “La Huerta”, y así, entre lo lúdico y lo serio, se formó un grupo de niños toreros; entre ellos Manuel García “Reventito”, sobrino de Antonio Reverte, en el año 1895 se anexó a ellos Rafael González, “Machaquito”, que en esta cuadrilla se apodada “Reondo”, en ella también figuraron, Rafael Molina “Lagartijo” y Manuel Rodríguez, “Manolete”. Rafael Gómez, tenía para entonces 9 años, era ya todo un emblemático y jactancioso, “Gallito”. Tomó la alternativa el 28 de septiembre de 1902 en la Real Maestranza de Sevilla en manos de Emilio Torres, “Bombita” y de testigo, Ricardo Torres, “Bombita Chico”. Lidió al toro “Repeloso” de Carlos 46 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

Otaolaurruchi. Viajó a América para presentarse en México, el 7 de diciembre de ese año con José García, “El Algabeño”, y “Manuel Jiménez, “Chicuelo”. Un toro de Piedras Negras le dio una cornada en la cara de las que llaman “de espejo” entre la nariz y la boca. Regresó a España a confirmar el 20 de marzo de 1904, siendo su padrino, Rafael Molina Martínez, “Lagartijo Chico”, con toros de Duque de Veragua. El toro de la solemnidad se llamó “Barbero”. También contrajo matrimonio el 20 de febrero de 1911, con la cantaora de flamenco Pastora Imperio, pero su matrimonio duró tan poco como un molinete en la arena. Entre sus tardes cúspides, fue una en Madrid, en el año de 1912, con el toro “Jerezano”. así como también al lidiar al astado “Peluquero” de Bañuelos, al que le cortó las auriculares, el 2 de mayo de ese mismo año. Se alejó de los ruedos el 10 de octubre de 1918, con su hermano José, Limeño y José Flores “Camará, después reapareció, y su hermano José; se dice que no quiso volver a alternar con él. Poco después muere Joselito en 1920, por el toro “Bailaor” en Talavera de la Reina, mucha coincidencia en el nombre de aquel toro, por toda la estrecha relación tauro-flamenca que había entre la familia, así es el destino. Siempre tuvo tardes de triunfos y algunas otras de lío, también el miedo, conocido en caló como el canguelo o la jinda lo hacían salir corriendo de aquellas famosas, “espantás”, unas de sus frases célebres son: “Inventar la espantá, lleva mucho arte”. “Prefiero una bronca a una corná”.


A este gallo de gran talla le debemos el lance de “la serpentina”, “el par del trapecio”, los cambios de mano por la espalda y “el pase del celeste imperio” que narran los historiadores expertos en tauromaquia que se convirtió con “Manolete” en “el estatuario”. Rafael Gómez, conocido también como “El Divino Calvo”, todo un símbolo del toreo, con peculiar personalidad, dotado de agilidad mental para crear lances, pases y frases memorables, cuyas alas fueron símbolo de una estirpe que llevó a tener aficionados “Gallistas” hasta nuestra época, merece estar en el pasaje cultural de las esculturas de la México, en donde forma esquina la calle de Maximino Ávila Camacho y Carolina, en un sitio solar, que hace perene su fuerza histórica, en una obra que representa un pase por la espalda con su muleta, con los brazos perfectamente colocados, el torero encaja el rostro en el pecho dándole sello propio,

el toro acomete la embestida cooperando para lograr la armonía del momento de la reunión, que conjuga su esencia tan cántica. Su terno luce impecable en cada bordado de alamar, los machos, y hasta el corbatín y la faja reflejan sus pliegues, una armonía en la que seguro Alfredo Just al rematar hasta suspiró. El arte de su toreo y su alma guardaron silencio para siempre el 25 de mayo de 1960 dejando huellas imborrables en los ecos de las plazas, cuando entraba una nueva época que revolucionaría las nuevas tauromaquias. Sus restos reposan junto a su hermano “Joselito”, en el cementerio de San Fernando de Sevilla, en un mausoleo que es otra obra de arte que esculpió el artista y también valenciano Mariano Benlliure. La inmensidad de la familia de “Los Gallos”, recubre en olés la historia del toreo. ¡Mil claveles en su gloria! Las esculturas de la Plaza México 47


Silverio Pérez Gutiérrez, “El Faraón de Texcoco”.

E

scuchar el nombre de Silverio Pérez lleva inmediatamente al recuerdo de un ser vestido de luces, todo un “Monarca del Trincherazo”, “El Faraón de Texcoco”, un hombre tan querido que también se recuerda como “El Compadre Silverio”, cuyo corazón y carisma lo llevaron a ser un torero verdaderamente querido por toda la afición mexicana. Silverio nació en Pentecostés Texcoco, Estado de México, un 20 de noviembre de 1915. Decidió ser Matador de toros después de haber vivido duelos muy profundos en su entorno familiar, como la pérdida de su hermano Carmelo, torero de falso nombre y con un toreo retinto de verdad, aquel que “espantaba” y se definía por tener un aire de incógnitas, un torero más plantado que un árbol y atípico en su desempeño que lo identificó como legítimo. Fallecido a consecuencia de las cornadas que recibió del toro “Michín”, de San Diego de los Padres, tragedia que cubrió con un velo de luto a la afición completa de aquellos años. ¡Qué temple se debe tener para recibir un hermano torero inerte y prometerse llevar el terno ahora él, solamente esto lo decide un “osado faraón”! Sus inicios van escribiendo poco a poco una abundante biografía, a los 17 años debutó en El Toreo, recinto espiritual que se encontraba en la colonia Condesa, con novillos de Albarrada. Emprende el viaje y cruza el Atlántico en el año 1935, en un preludio histórico difícil para España; actúa en plazas 48 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

como la de Tetuán de las Victorias y Madrid. Regresa a México para alternativarse el 6 de noviembre de 1938 en la ciudad de Puebla, con astados de “La Punta”, en manos de Fermín Espinosa “Armillita” su gran maestro y de testigo del ceremonial Paco Gorráez, “El Cachorro de Querétaro”. Si bien Silverio admitía el miedo que sentía con tanta honestidad, también lo supo calmar, quizá sin darse cuenta de la vocación que tenía y su profunda convicción, enfocado también al sentimiento que formulaba siendo más grande que cualquier angustia que lo espiara hasta en sus propios sueños. Una de las peculiaridades de este hombre tan natural, tan silvestre y tan Silverio es que porque era completo en el manejo de las suertes del toreo; espiritualmente supo fundirse en él mismo y su capote de percal, bajaba los brazos como un dios y con la muleta supo detener el tiempo con la levitación que lleva la tersura del arte, hacía de cada lance una verdadera oda que volvía loco a todo el tendido, dio un sello propio a la tauromaquia mexicana. Faenas hay innumerables, como la que logró en El Toreo la tarde que alternó con Fermín Espinosa “Armillita” que lidió en melodía a “Clarinero” y Antonio Velázquez, al toro “Andaluz”, pero en su lote con “Tanguito” del hierro de Pastejé, bordó y desbordó los olés como nunca, era el último día de enero de 1943.


Este soberano matador de toros llegó a dar hasta ocho vueltas al ruedo entre palmas y claveles, pero no se mareaba ni el mismo; eran aquellas corridas una verdadera fiesta de soles y palomas al viento, el reconocimiento a su gran profesionalismo, y el don de la sencillez jamás se alejó de él. El matador Silverio inspiró a muchos otros artistas entre ellos a Agustín Lara, que inmortalizó en su pasodoble al “Príncipe Milagro” que hasta repartió su arte entre los continentes al definirlo como “Azteca y Español”; del mismo modo lo hizo el escultor de Valencia Alfredo Just, al delimitar al querido torero en una obra en la que fulgura un inmenso derechazo, mientras el brazo izquierdo del diestro hace una perfecta escuadra que hasta los dedos de la mano muestran una fina celosía de tan detallado escoplo y cincel. También se puede apreciar lo delicado del terno en su delgado cuerpo, los bordados y los machos de la chaquetilla que parecen llevar movimiento; el toro rompe la embestida con armonía, metiendo la cabeza con bravura, las patas revelan fuerza y el rabo se ve suspendido en la fina escultura, el

matador y el astado logran la afinidad deseada para la obra. Silverio Pérez no solo glorificó grandes nombres de toros y les cortó apéndices, también puso en un sitio muy alto una tauromaquia excelsa bien ejecutada y sentida como parte de los protagonistas nacionales, en los años en que las grandes figuras se disputaban lo mejor de cada temporada en las plazas de máxima categoría universal. No hay tauromaquia sin Silverio, todo un emblema que la afición se solidarizó con la letra de Lara… “Silverio cuando toreas no cambio por un trono mi barrera de sol”. Tuvo el carácter de decidir cortarse la coleta en manos del maestro Armillita, en una de las despedidas más melancólicas para un diestro, las mismas “golondrinas” calaron el llanto, entre serpentinas enredadas de nostalgia que llevaba entre las zapatillas, pero siempre seguirá recordado como un torero de gran inmensidad. “El Monarca del Trincherazo” regresó al cosmos estando en su natal, Texcoco el 2 de septiembre de 2006. ¡Olé Silverio, por siempre olé! Las esculturas de la Plaza México 49


Lorenzo Garza Arrambide, “E

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ació en Monterrey, Nuevo León un 14 de noviembre de 1908 fue todo un ser de enormes alas que nació para sentir la libertad que dan los altos vuelos, sin intimidarle nada, por ello siempre será eterno, “El Ave de las Tempestades”. Como novillero de aquellos tiempos supo “correr la legua”, fue espontáneo; en una tarde de oportunidad logró cortar una valiosa oreja en la antigua plaza de La Condesa, el 3 de mayo de 1931, a un novillo de “La Punta”, misma que le valió la repetición. Al paso del tiempo fue sumando triunfos; corría el año de 1932 y mirando hacia la cumbre decide irse a España, toreó cinco novilladas básicas que le hicieron pronunciar su nombre entre la exigente afición. Tuvo dos alternativas, la primera la tomó el 6 de agosto de 1933 en Santander fungiendo como padrino Pepe Bienvenida y el madrileño Antonio García Bustamante, “Maravilla”, testigo del gran protocolo, con toros de Don Celso Cruz del Castillo. La suerte fue en reversa y al sumar tres tardes de fracaso, tuvo la honestidad de renunciar a ella y retomar el título de novillero, para después “ir por uvas” y repetir el hecho el 15 de septiembre de 1934 en Aranjuez, Juan Belmonte, “El Pasmo de Triana”, fue quien le cedió los trastos y Marcial Lalanda presenció el momento con una corrida de Ángel Sánchez de Salamanca. Los mexicanos daban cátedra del buen torear en tierras españolas, el destino lo llevó a alternar con Luis Castro, “El Soldado”, este mano a mano nacional hacía colgar el letrero de “no hay billetes”. Las arenas eran de ellos, lograban crear y recrear a la afición, Lorenzo hizo gala de la mano de cobrar, al torear por naturales, lo que le dio grandeza. 50 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

El regiomontano volvió a territorio nacional para confirmar su título de matador de toros en la plaza El Toreo, el 25 de noviembre de 1934 en un cartel que conformaban Jesús Solórzano y de nuevo Antonio García Bustamante “Maravilla”, con reses de Zotoluca, el toro se llamó “Tabaquero”, nombre que dio aroma a toda la plaza, Lorenzo, poco a poco fue abriéndose paso como todas las aves que reconocen sus rutas a pesar de los días de inclemencias. Dichosos aquellos que los hipnotizó con su personalidad y su toreo, pero que también humanamente mostró su genio, siempre contrapuesto, polémico, era capaz de tener una interacción muy intensa con el público, desafiaba a los tendidos, inolvidable fue aquella respuesta a una agresión de un espectador que lo insultó y le aventó una almohadilla que alcanzó a pegarle en la montera, él iracundo desenfundó el estoque sin ningún empacho, generaban ambas partes una sociología de bronca descomunal, entre cojinazos, lluvia de cerveza y un jaleo de taberna, eso demarcó su carácter sagaz, que lo llevó a ser “entorilado” en la misma cárcel de El Carmen vestido de luces. ¡Vaya circunstancia! Pero el mismo público que lo abucheaba, rompía en olés y le arrojaban claveles que en solidaridad con el ave, volaban como cardenales hasta sus brazos. Con el capote dibujaba los diversos lances y con la pañosa les daba trazo y largueza, misma que dominaba de manera ambidiestra y con un repertorio lleno de imaginación; por algo también fue llamado “Lorenzo el Magnífico”. Si el italiano Lorenzo de Médicis, llegó a la cúspide del renacimiento, el otro llevó el espíritu de la misma manera que fue la esencia de


El Ave de las Tempestades”. aquella corriente cultural y artística, por algo el tino de darle este otro alto sobrenombre, cada cual en su escenario fue mecenas de las artes. Garza regresa a México a consecuencia del gran pleito de los toreros españoles con los mexicanos, se vivía el famoso hecho histórico del toreo conocido como, “El boicot del miedo”; así entre crisis y crisoles en México se siguió desarrollando su tauromaquia, alternó con Alberto Balderas, en un recordado mano a mano el 3 de febrero de 1935, con los de la divisa de San Mateo, al ser herido su compañero en el primero de la tarde, se quedó prácticamente en encerrona, resolviendo la papeleta con gran destreza. A lo largo de su trayectoria dos veces ganó la oreja de oro. No podemos olvidar la tarde del 14 de marzo de 1937 que lidió a “Amapolo” del hierro de San Mateo. Sin dejar de mencionar la del 11 de diciembre de 1946 en la Plaza México con ganado de Pastejé, alternando con Manuel Rodríguez “Manolete” y Leopoldo Ramos, “El Ahijado del Matadero” que confirmó su alternativa. Garza se llevó todos los apéndices de su lote. Este torero de nombre recio y apellido elegante no podía quedar fuera del corredor escultórico del maestro de Valencia que le dio vida eterna con su extraordinario cincel, en el que rescató su inconfundible fisonomía, ese cabello peinado como un verdadero pájaro de vuelo todo hacía atrás, lo detalló minuciosamente, el terno lo bordó de nuevo, junto a ese toro de la embestida franca que da vida a uno de los mejores pases que él dominaba al torear al natural. La escultura se puede apreciar en

la parte exterior de la plaza, siguiendo el recorrido que envuelve el tendido de sol, en la cual se puede usted fugar por largos minutos en lo profundo del muletazo que, en vida, despertó la voz cántica de tanta afición a través de un largo ¡oooolé! Recordar a Lorenzo Garza Arrambide a través de esta obra, es confirmar que forma parte de una de las estructuras más sólidas de la tauromaquia mexicana, torero de orgullosa coleta, pisada firme, con arrojo, sentimiento y una que otra corriente de aire que llega de sus aleteos como ave y tempestad, quien un día emprendió el vuelo a la eternidad un 20 de septiembre de 1978, pero que sigue revoloteando en todos los cosos que conquistó. Gracias torero de buen cimiento hoy en día todavía quedan muy pocos aficionados del ayer que recuerdan haber visto en vida una de las faenas del maestro y vuelven a entusiasmarse con esa sensación que el toreo logra al alimentar la espiritualidad. Las esculturas de la Plaza México 51


52 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra


Banderillas.

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lfredo Just con su inventario escultórico en materia taurómaca compuso la fina representación de un par de banderillas. Se trata de un torero gallardo cuyo cuerpo esbelto resalta en los cielos de la plaza. La estatua lleva el rostro demarcado con firmeza, la mirada aguda y el remate a cincel con el que destacó el fino barroco del traje de luces; se observa con el compás abierto, la montera la lleva en la mano diestra y en la izquierda solamente se perciben vestigios de lo que un día fue un par de banderillas que nos deja a la imaginación dado el deterioro de la obra, que quizá también pudo haber sufrido algún altercado externo por la violencia que existe hacia la tauromaquia que siendo tan grande incomoda a los que no la conocen pero si arremeten contra ella. Engeneral varias obras requieren una profunda restauración. Las banderillas representan el segundo tercio de la lidia, son todo un objeto artesanal hecho de madera cuya medida estándar en forma real es de 70 centímetros de longitud con un rejón de hierro de 4 centímetros de largo, son hechas a mano y decoradas con papel de colores, conocidas también como zarzos, arpones, palos, palitroques, rehiletes, aretes, pendientes o garapullos. Todas alegres, coquetas, con esos rejones que llevan en la punta que también nos recuerdan lo agridulce de la fiesta, las espectaculares colocaciones a cuerpo limpio y ese andar con gallardía de los diestros al citar al toro con el par en la mano para

su lucida ejecución. Este instrumento inspira a muchos, desde su diseño, hechura y decoración, las hay cortas y largas, las que llaman de lujo que van revestidas de una borla de mayor embellecimiento y algunos listones que cuelgan; algún día las hubo de fuego, se usaron en el siglo XIX, otras llevan el color negro que son símbolo de castigo a determinada ganadería por el mal juego o la mansedumbre que pueden llegar a presentar en una corrida los toros; todas llevan un importante simbolismo. Los diestros bizarros de repertorio completo, como debe ser cuando las facultades físicas lo permiten, cubren el tercio con brillo y lucimiento ejecutando pares monumentales, ni que decir del toreo en corcel de los rejoneadores que las usan en diferentes tamaños a lo largo de su faena. Pero también un par de banderillas ha inspirado a varios poetas, por citar un corto fragmento de entre ellos, transcribo el siguiente: “…Por encima de las astas que buscan el pecho, las dos banderillas milagrosamente esquiva

clavando…

se

ágil, solo, alegre, sin perder la línea”. Manuel Machado Las esculturas de la Plaza México 53


Orejas y Rabo.

E

n una columna de la plaza de toros que pertenece a las entradas del tendido de sol, se encuentra la representación de un torero con la peculiar distinción de haber sido galardonado con las orejas y el rabo; máximos trofeos que se reciben al lograr una faena memorable; dichos apéndices los sostiene con la mano derecha elevando el brazo, en la otra, lleva el percal tomado refinadamente de la esclavina; los volantes son tan bien hechos que muestran los pliegues del capote que logran dar una presencia visual de la textura y su forma ondulada. El diestro, fue esculpido con la alta escuela que identifica al maestro Just, quien tuvo la influencia de Miguel Ángel, resaltando el embellecimiento de la anatomía humana que, además, dada la temática de su trabajo, la revistió de luces con ese fino cincelado que resalta hasta la lentejuela de este ajuar de lujo que lleva un canto en los caireles, machos y alamares. Pero vamos más a fondo, recibir las orejas y el rabo lleva una explicación arcaica con varios tópicos, que pueden ser comparativos con otras ceremonias de carácter ancestral en donde la persona elegida para llevar a cabo el sacrificio de una especie era quien también recibía la piel, el corazón u otra parte de un ser vivo que fue específicamente seleccionado para ser inmolado en comunidad, digamos que eran parte de algún ritual de iniciación; estas prácticas giran en torno al totemismo de tribus antiguas, es pertinente hacer esta analogía que nos exhorta 54 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

a pensar en el origen de estos trofeos y elevar en alto grado al torero que se juega la vida ante los pitones inciertos de un toro. El toro como especie es un animal totémico, venerado desde la antigüedad toda una representación histórica vista como un dios con varios atributos considerado así para varias civilizaciones a través de las culturas, sacrificado por un diestro mediante el derramamiento de sangre de cara al sol, en esas plazas de toros que quedan como escenarios vivos de esta singular puesta en escena de arenas inciertas que sobrevive en tiempos de la posmodernidad, en la que sus lidiadores pueden ser a la vez la víctima del acto ritual en igualdad sustantiva; recordemos la elegía a Manolete de Miguel Herrero: “Lo he visto morir matando, y le he visto matar muriendo”. La escultura por lo tanto representa el epílogo de una tarde de gloria para un torero, habiendo pasado por el orden de los tres tercios de la lidia, y el enfrentamiento intenso que cada uno de ellos conlleva, culminando con la llegada “hora de la verdad” esa estocada perfecta conocida también como “la suerte suprema” que lo hace merecedor al nombre de su profesión, matador de toros. Lograr obtener los fragmentos del burel mediante esos pañuelos que semejan palomas blancas y mostrarlos al pueblo reunido en la plaza con complicidad de júbilo y aplausos, es el reconocimiento a un héroe que estuvo en


combate y sale a hombros aclamado por la colectividad. En esta larga historia taurómaca, se han otorgado orejas, rabos, patas y hasta las criadillas en el caso suigéneris del maestro Fermín Espinosa “Armillita”, piezas representativas que simbolizan una tarde grandiosa, también son muestra de su trayectoria que a la vez conservan la profundidad y veneración hacia el toro y su tauromaquia que traslada signos antiquísimos que permanecen vivos y llevan un carácter antropológico y sociológico, además de dar toda una jerarquía hasta con cifras estadística para quienes se juegan la vida una tarde de corrida. La lidia al concluir con el sacrifico mediante el arte y la entrega compensado con estas emblemáticas gratifica-

ciones, suscribe algo más que un corte en las partes de un animal inmolado es insignia de culto, parte onírica en los andares nocturnos de todo torero que quiere verse con estos apéndices entre las manos y orgulloso mostrarlos, guardarlos y disecarlos como parte de sí. Esta imagen de consumación y triunfo ha inspirado una enorme cantidad de artistas que inmortalizan dicha escena que gravita en su mente, inspirados en el toreo, ya sea a través de la pintura, fotografía o la escultura, que en este caso el maestro Alfredo Just logró el momento hecho firme y bello emblema para decorar a la plaza más grande del mundo, la monumental Plaza de Toros México. Las esculturas de la Plaza México 55


Rafael Pere

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ada protagonista del toreo lleva variadas circunstancias, lo que le da un valor a cada uno de ellos, Perea nació en Madrid el 12 de noviembre de 1913, debutó como novillero en su misma ciudad, el 22 de agosto de 1940, después tomó la acertada decisión de viajar a América para incursionar en otros alberos, y así fue en su primera tarde, sonó el clarín el 24 de junio de 1945 dejando muy buena impresión entre la afición nacional al torear con el capote espléndidamente. Entre las páginas del Cossío se aclara que la alternativa la tomó el 18 de noviembre de ese año en Orizaba de manos de Luis Briones, pero la que le dio valides a su curricular fue en la Plaza México, en esta alteza citadina de arenas acaneladas y recientemente 56 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

inaugurada, además de tener la suerte de cambiar el percal por la pañosa en manos de Manuel Rodríguez “Manolete” y de testigo Luis Procuna, “El Berrendito de San Juan”, con ejemplares de Torrecilla, relato que marcó la historia para él y la misma plaza el 26 de febrero de 1946. Su figura quedó honrada por el experto escultor, que encantado por el estilo del madrileño, decidió mostrarlo en el lance fundamental del toreo, la verónica, el toro se ve grandioso con toda su romana, la cabeza metida en serio compromiso volcado en su papel de bravo, embistiendo al capote del diestro en un lance muy puro, que despliega compás, armonía y un dibujo en volantes que asemeja olas en el mar.


a, “El Boni”.

Rafael Perea que lleva la montera puesta está mirando al burel, se ve disfrutando a plenitud este estrecho encuentro; mientras se observa el listón de la divisa que acaricia el morrillo y se recuesta en la misma piel del toro que esta perfectamente recreada a similitud de su enorme estructura ósea y musculatura. “El Boni”, dejó parte de sus mejores momentos en México; decidió regresar a la tierra que lo vio nacer, y ahí mismo seguramente entró en profunda reflexión, decidió renunciar a su alternativa quedando solamente como protagonista de la seda y la plata, en una trayectoria que osciló entre presencias y ausencias. Perea, vive firme en la calle Maxi-

mino Ávila Camacho quien, desde entonces en tardes de corrida, es testigo de la afición que hace filas en las taquillas de sol, así como los artesanos que dan tanta vida al vender cuanto objeto se puede uno encontrar al igual que su variada comida en los alrededores de la plaza; a su izquierda alterna en situación de pétrea circunstancia con su padrino de alternativa, “El Monstruo de Córdoba”. Rafael Perea, es pasmosa pieza del legado escultórico del profesional Just en esta fresca colección al aire libre como parte de la historia de la ciudad de México y su acelerada vida, que en aquellos años cuarenta, era todo un referente de la tauromaquia nacional e internacional, con una perspectiva de catedral del toreo. Las esculturas de la Plaza México 57


Manuel Rodríguez Sánchez, “Manolete”.

N

o hay tauromaquia sin pronunciar el nombre de Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”, la solemne obra del maestro Just mantiene el recuerdo vivo de un hombre leyenda. Este califa del toreo nació en Córdoba, España el 4 de julio de 1917, poseedor de un entorno taurino de grandes referencias, con una biografía llena de intensidad y un aura de misterio por su profunda personalidad y sublime tauromaquia, toda una ruta que traza un destino intenso desde el nombre de su progenitora, Angustias, con quién tuvo una relación muy estrecha, además del resto de su familia compuesta por varias mujeres, también hijo de torero con el mismo sobre nombre, sin duda fue un niño que traía el arte congénito. Debutó como becerrita a los 12 años en festivales benéficos, y como novillero en el año de 1930. Alternó con Juanita Cruz en 1933; posteriormente viajó al sur de Francia para partir plaza por primera vez vestido de luces en las arenas de Arles en 1935, al año siguiente la tauromaquia se vio afectada por la guerra civil española. Llegado el 2 julio de 1939 toma la alternativa en Sevilla en manos de Rafael Jiménez Castro, “Chicuelo” con el toro “Mirador” de Clemente Tassara, al cual le cortó las dos orejas, el testigo fue Rafael Vega de los Reyes, “Gitanillo de Triana”, de ahí en adelante se fue dando el camino a la cumbre de su carrera, llega después a revalidar su doctorado en Madrid el 12 de octubre del mismo año, con Marcial Lalanda y Juan Belmonte Campoy, que confirmó 58 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

en esa fecha con toros de Antonio Pérez. Las estadísticas destacan ser un torero de altos rangos, base de carteles quien pisó la mayoría de las plazas de toros, siempre vanguardista y adelantado a su época con serena quietud y de un rostro que se decía haber sido dibujado por El Greco. Poco a poco fue llenando y superando las expectativas de todo lo que se espera de un torero al dominar las suertes, perfección, valor, arte, hondura, clase, estatuario, muchos adjetivos que lo hacían ser tan diferente. El 6 de julio de 1944 lidia la corrida de la prensa en Las Ventas, con el toro “Ratón” de Pinto Barreiros, da tres vueltas al ruedo en triunfo apoteósico. El tiempo pasa y tras intensa trayectoria. Manolete, no escapa de inevitables percances a los que se sobreponía con actitud; cada tarde se veía dotado de más habilidades, con mucha madurez en todos los sentidos que fueron dándole la grandeza y fama a su profesión. En su arribo a México lo reciben como un verdadero poder superior, todo un dios, siendo un “Monstruo” quien se presentó en El Toreo de la Condesa, recinto que ya quedaba chico para la multitudinaria afición que en aquel entonces existía, la fiesta era todo un fenómeno de masas, en el que se hablaba de toros todo el tiempo y más en esta tarde del 9 de diciembre de 1945 que partió plaza junto con Silverio Pérez y Eduardo Solórzano, con los bravos de Torrecilla. En España el público era exigen-


te e insaciable creó mucha presión previa al contexto de sus últimas corridas. Llegada la tarde del 29 de agosto de 1947, toreaba en la plaza de toros de Linares, ¡malaya sea la fama de los toros de Miura! Aquel “Islero” llevaba la firma del destino en sus astas, lo hirió de muerte la que hizo derramar el cante más jondo por saetas de Manolo Caracol, la poesía de Miguel Herrero, y vestir de azabache a mujeres y hombres de todo el mundo taurino, las mantillas en el mismo tono colgaban en los balcones cordobeses en señal de duelo, el silencio abrazaba en las calles retorcidas por el tiempo, mientras Manuel se elevaba de las arenas de la plaza de toros para seguir toreando en el infinito de los cielos. Los monstruos son silentes, no necesitan desparpajos para llamar la atención, su energía no se ve, se siente, son mito, llevan la mirada errante, y ofrendan su vida a su profesión, cuando la arena es candela y drama, los claveles palidecen, los relojes se callan, las luces de los ternos de las cuadrillas y todos los diestros se apagan, pero “Manolete” trascendió no solo en espíritu, también en las artes, la literatura y la música que hilvanan su nombre en un pasodoble, en una fotografía en sepia, además de los pinceles que al personificarlo al óleo, siguen motivando tantos olés, ni que decir de la obra de Alfredo Just, que el valenciano se inspiró recreando al “Monstruo” en un pase por “manoletinas” una colosal labor a cincel y aliento que le inspiró este ser que vivió para ser autenticó e insuperable, un verdadero espectro que dejaba pasmados a payos y gitanos. El gran Manuel Rodríguez, “Ma-

nolete” revestido de mito y oro sigue impresionando en las proximidades de la puerta principal de la Plaza México, la que lo recibió hecha otra intensa deformidad masiva y monstruosa, pero de afición, llena de entrega y asombro, desde la primera vez que sus zapatillas partieron plaza en cadencioso paseíllo el 5 de febrero de 1946. Mirar a “Manolete” en esta obra escultórica, es sentir un olé hecho oración, pensar en el enigma que lleva el arte de la vida efímera de los seres escogidos por la propia tauromaquia y que se van en un instante a vivir en todas partes en recóndito silencio. ¡Pero si no puede ser con estos ojos lo he visto y no lo puedo creer! ¿Sabe usted una cosa mare? ¡Hoy se ha muerto Manolete en la plaza de Linares! Qué momento más tremendo, lo he visto morir matando y le he visto matar muriendo… Miguel Herrero. Las esculturas de la Plaza México 59


Pedro Romero de Ronda.

H

ay matadores de toros que llevan ecos de historia, en este caso los Romero, en ellos hay una dinastía que viste a la tauromaquia del siglo XVIII e inicios del XIX; para ello, es necesario primero referirse a Francisco Romero Acevedo, creador de este ilustre linaje; su progenitor se llamó Juan de Dios Romero, padre de cuatro hijos, todos con inclinación hacia las hazañas taurómacas, Pedro, José, Gaspar y Antonio, pero entre ellos destacó el gran Pedro Romero, nació en Ronda un 19 de noviembre de 1754, desde niño siempre tuvo un desarrollo físico muy sano y fuerte, su padre le heredó el oficio de carpintero, pero traía en la vena la torería, y sobre todo una capacidad y percepción única para entender a los toros. Comenzó como todos por lidiar novillos, la primera vez fue en Jerez de la Frontera; poco a poco se enfrentó a corridas más fuertes; cada tarde que se presentaba sumaba la aprobación de los públicos, en todas las plazas, entre ellas La Real Maestranza de Sevilla, por los años de 1772, pisó la antigua plaza de Madrid en 1775, del mismo modo Granada, Alicante, Cádiz, Málaga y muchas más. Se le dio el crédito de ser maestro de la Escuela de Tauromaquia Sevillana, fundada en 1830, durante el reinado de Fernando VII de España, en ella dejó huella indeleble en estilos y formas de torear resaltando a los aprendices de la lidia, que el toreo es tener serenidad y saber tomar siempre la muleta y el estoque con mucha firmeza, misma que usaba en la suerte 60 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

suprema como nadie antes, la ejecutaba utilizando el arranque propio que llevan los cornúpetas para así, matar recibiendo, le puso poderío, era un gran estoqueador, además aportó variadas suertes con la pañosa; su propuesta siempre fue mejorar la lidia heredando nuevas técnicas a los toreros de esa época, entre sus discípulos están Francisco Arjona Cúchares y Francisco Montes Paquiro, pero quizá no imaginó que su destreza llegaría a ser tan importante incluso siglos después. Como rival de ruedos tuvo a Joaquín Rodríguez Costillares, y José Delgado, “Pepe-Hillo”, quién también escribió sus propias tauromaquias. Los apellidos marcan para siempre a las personas, la dinastía de los Romero, digamos que en natural similitud y complicidad con la planta mediterránea del mismo nombre “romero”, llevaron siempre un fino aroma, un pellizco de condimento hecho arte con efectos equivalentes y hasta antioxidantes puesto que siguen vigentes sus técnicas, estos toreros dejaron eso y más, un follaje de posibilidades que abrían el frasco de las esencias con sus paseíllos y faenas memorables, además de sus hermosos ajuares de época, Pedro Romero fue inspiración de algunos de los óleos sobre lienzo de Francisco de Goya y Lucientes, detallado con aquellos atuendo compuesto por camisolas blancas de amplias mangas, calzona y coleto de ante, correón ceñido, terciopelos finos, y redecillas de madroños, trajes majestuosos que siguen vivos en las coloridas corridas goyescas.


Romero de Ronda es uno de esos famosos lidiadores que entra como representante de las corridas de toros que tuvieron un periodo de transformación en su esencia a la que le aportó talento y dominio a la hora de enfrentar la intrépida embestida de los toros. Tras intenso recorrido y entrega en esta profesión, decidió retirarse de los ruedos en el año de 1799 habiendo estoqueado más de 5, 600 toros, una estadística llena de asombro. En el conjunto escultural de Alfredo Just, la imagen de Romero de Ronda pareciera ser anacrónico en relación a los otros toreros expuestos, posiblemente lo retomó y le dio un sitio especial por ser un hombre emblema en su innovación y propuestas en el marco histórico de su época, ofreció un nuevo firmamento en aras de una tauromaquia futurista, que impulsó a tener y lo logró repercutió en varias dimensiones generacionales, por algo el diestro también ocupa las páginas de todos los libros de la historia taurómaca, incluido el de la compilación de la obra de Just Gimeno, editado en 1995 por la Generalitat de Valencia.

a la altura en los muslos, con la rodilla derecha flexionada, y las zapatillas ausentes de moñas. Su cabeza voltea levemente al lado izquierdo, sereno y dueño de sí mismo, ha sido testigo de ver entrar y salir por la puerta principal a miles de aficionados durante los 75 años que tiene la plaza edificada además de los toreros que abren su puerta grande. El corazón de este representativo matador de toros dejó de latir un 10 de febrero de 1839 cuando tenía 84 años, siendo un ídolo del pueblo español, reconocido y admirado por su profesionalismo impar, por ser un diestro que puso en alto el nombre de su oficio, que deja abiertos muchos signos de interrogación al cuestionarnos lo siguiente: ¿cómo habiendo lidiado ese número de toros salió inexplicablemente ileso de cualquier cornada o percance que puede sufrir un coleta? ¡Es algo insólito, son los misterios que lleva la misma tauromaquia con referencia al azar y la suerte que da el romero!

Junto a la puerta principal de la Plaza México del lado izquierdo, en un plano vistoso notamos la escultura de Romero, la cual moldeó cuidadosamente con las características de su físico al ser muy alto, de rostro serio, frente amplia, y pronunciados rasgos, con desarrollados músculos, cuello alargado, de manos grandes, y vestido a la usanza goyesca, destacando las múltiples borlas de las hombreras, los holanes de la camisa, la redecilla en la cabeza; quien lleva el capote de brega por detrás de su cuerpo, los brazos colocados un poco debajo de la cintura Las esculturas de la Plaza México 61


Bibliografía y referencias: Coello Ugalde, José Francisco. Pepe Malasombra Los Nuestros. Toreros de México desde la conquista hasta el siglo XXI. Ed. Ficticia, México. 2002 De Cossío José María. Los Toros, Tratado Técnico e Histórico, Tomo IV. Espasa Calpe, S.A. 1961 García Lorca Federico, Obras Completas. Ediciones Aguilar, S. A. Madrid 1954 Blasco Carrascosa J.A. Córdova Just Arturo. Cruz, Orozco J.I. Alfredo Just. Artes Gráficas Soler, S.A. Valencia, 1985 Blasco Carrascosa Juan Ángel, (Coordinador). Alfredo Just, escultor entre Valencia y México. Editorial Universidad Politécnica de Valencia. Festividad de San Blas. 2000, Gràfiques Vimar. Agramunt Lacruz Francisco, Blasco Carrascosa, Juan Ángel, Córdova Just Arturo, Climent Beltrán, Juan Bautista, Cruz Orozco, José Ignacio, Forriols Ricardo, Peraza Humberto, Prats Rivelles, Rafael, Rueda Ortiz, Juan. Sales Encarnación, Eduardo, Sanchis González, Josep Manuel. Chávez Nogales Manuel, Juan Belmonte, matador de toros. Editorial Asteroide, S.L.U. Barcelona 2009. Linares Agustín, Toreros Mexicanos, Impresiones Modernas, S.A de C.V. México 1958 Peraza Ojeda, Humberto. Los toros en la plástica. Bibliófilos Taurinos de México. A.C. México, D.F. 1991 Colección, lecturas taurinas. Número. 8 Tapia Daniel, Historia del toreo Tomo I. De Pedro Romero a “Manolete”. Editorial Alianza, Madrid, 1992 Blog: Aportaciones Histórico-Taurinas, Coello Ugalde José Francisco. https://ahtm.wordpress.com

Créditos. Textos: Mary Carmen Chávez Rivadeneyra Fotografía: Mary Carmen Chávez Rivadeneyra y Oskar Ruizesparza Diseño: Oskar Ruizesparza Los derechos son reservados y propiedad de Mary Carmen Chávez Rivadeneyra, la reproducción total o parcial, por cualquier medio, ya sea impreso, digital, electrónico o calcado será sancionado conforme a la ley autoral. Sol y Sombra, Anguila No. 3745, Loma Bonita Residencial, Zapopan Jal., México, Tel. Oficina (33) 1581 4628, Cel. 044 333 440 4001, oskart@fcth.mx

copyright© 62 Mary Carmen Chávez Rivadeneyra


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Articles inside

Manuel Rodríguez, “Manolete”

4min
pages 58-59

Pedro Romero de Ronda

4min
pages 60-61

Bibliografía y referencias, créditos

1min
page 62

Rafael Perea, “El Boni”

2min
pages 56-57

Orejas y rabo

3min
pages 54-55

Silverio Pérez Gutiérrez, “El Faraón de Texcoco”

4min
pages 48-49

Lorenzo Garza, “El Ave de las Tempestades”

5min
pages 50-52

Banderillas

2min
page 53

Rafael Gómez, “El Gallo”

4min
pages 46-47

Carlos Arruza, “El Ciclón Mexicano”

3min
pages 42-43

Juan Silveti, “Juan Sin Miedo”

3min
pages 44-45

Juan Belmonte, “El Pasmo de Triana”

3min
pages 40-41

Eduardo Liceaga

2min
pages 38-39

Luis Castro, “El Soldado”

3min
pages 34-36

Antonio Fuentes y Zurita

2min
pages 32-33

Manuel Jiménez Moreno, “Chicuelo”

4min
pages 28-29

Laurentino Rodríguez, “Joselillo”

2min
page 37

Luis Briones Siller, “De Seda y Oro”

3min
pages 30-31

Manuel Granero

3min
pages 26-27

Luis Procuna, “El Berrendito de San Juan”

3min
pages 24-25

Dedicatoria

0
page 9

Alberto Balderas, “El Torero de México”

3min
pages 16-18

Prólogo

3min
pages 7-8

Rodolfo Gaona, “El Indio Grande”

2min
pages 14-15

Larga cordobesa

2min
pages 22-23

Alfredo Just Gimeno

5min
pages 10-11

Toro con sombrero

1min
pages 19-20

El Encierro

2min
pages 12-13
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