pesar de que el diestro de Saltillo sea una figura histórica del toreo. José Carlos figura en el cartel de este capítulo porque ha sido él mismo y es, una figura de los toros; “La Tauromaquia en tela de juicio”, expone los fundamentos para defender más de tres mil años de Tauromaquia, con muy claros argumentos y el propósito de informar a la UNESCO. AL RITMO DE LOS SUEÑOS Por Paco Aguado (*)
E
l toreo, el bueno se entiende, antes que hacerse se sueña. Todos aquellos que se ponen delante con una muleta, lo mismo de la más endeble becerra que del más serio cinqueño, han soñado o imaginado antes lo que les gustaría conseguir ante aquel inquietante animal. Todos, decimos, porque el toreo lo sueña hasta el aficionado práctico, que ahora tanto se prodiga; lo, sueña el chaval que da sus primeros pasos; lo sueña el novillero con ansias de gloria; lo sueña el matador que aspira a ascender en la estima del aficionado; lo sueña el maestro consagrado en busca de la perfección. Y por soñar, lo sigue soñando hasta el torero retirado, añorante de lo que le quedó por hacer en este arte de expresión infinita y volátil.
Y en esos sueños de todos, en esa película mental que recrea los deseos y las fantasías taurinas, las imágenes se suceden despacio, como se ama, como se reza, como se ha de vivir. Sí, despacio, a un ritmo ralentizado, casi perezoso, como es el toreo más hondo, el que, frenando la furia de la sangre brava, consigue detener el tiempo por unos instantes de efímera gloria que, tanto al que torea como al que lo presencia, nos hacen cree, por un momento irreal, en la inmortalidad. Torear despacio, apaciguar las embestidas hasta casi detenerlas, es el sueño de todo torero. Pero para conseguirlo, para llevar al toro en el cebo de la tela al ritmo lento que impongan muñecas, brazos y cintura exige, sobre todo, de un corazón que no se agite, de unas pulsaciones templadas por el valor y la convicción en uno mismo de aquel que, a sabiendas, pone toda su vida en el empeño. Y se necesita, claro, un toro que acepte el juego, que, como dijo el poeta de los erales, haya soñado también con “verónicas de alhelí”, el que salga al ruedo con la convicción de esa embestida lenta asimilada desde el ADN. Hablamos, entonces, del toro mexicano, de ese saltillo importado de España hace ya más de un siglo que Llaguno y los “godos” de Tlaxcala moldearon Javier Garfias 25