El príncipe y la extranjera Un rey, deseoso de que su hijo se educase sin los peligros de la vida de la Corte, lo encerró en una sala de cristal junto con un maestro que le enseñara las primeras letras. En la misma sala le servían milla, pero un día que le llevaron carne con hueso, el niño se admiró porque bien había oído á su maestro la palabra hueso, pero no lo había visto, y jugando con él rompió por desgracia un cristal, y primera vez vió el cielo, las montañas, los campos, los ríos y otras muchas cosas. Entró entonces en deseos de salir á pasear, pero el maestro no se atrevió á permitírselo sin consultar antes con el rey. Pedida la venía, accedió el rey, y saliendo el joven de la sala de cristales, dió un paseo y visitó á los grandes y á los magistrados, y después salió algunas veces de caza con los mismos y mataron muchas liebres, con lo cual se aficionó, y se iba muchos días solo y sin perro. Un día fué muy lejos por no haber encontrado caza, y viendo un judío preguntó: −«¿Sabes dónde hay caza?» −«Sobre aquel monte», le contestó. −«¿Cómo subiré?» −«Si llevas dinero, yo te subiré». −«Sí, llevo». −«Pues compra una piel de búfalo y te pondré dentro para que vengan los cuervos y te suban». −«Y cuando haya subido ¿cómo bajaré?» −«Ya encontrarás una escala». Elevado por los cuervos al monte, vió un campo inmenso, pero sin caza ni cosa alguna. Entonces gritó: −«Judío, ¡me has engañado! Aquí no hay nada: ¿por dónde he de bajar?» 119