El padre bravo con su hijo bravo Había en cierta ocasión un anciano y una anciana que vivían felices con el único hijo que tenían; pero murió el viejo y quedó la vieja sola con el hijo, él cual, como honrado y laborioso que era, trabajaba cuanto podía, logrando con sus afanes alimentar á duras penas á su madre. Pasado algún tiempo, dijo un día: −«Madre mía, ¿qué consigo con estarme aquí trabajando como un perro sin ganar apenas para nuestro sustento? Había pensado que con la ayuda de Dios podía irme á país extranjero y buscar algún oficio que me produjera un salario decente, y entonces te enviaría cuanto pudiera para que te alimentases mejor que ahora, porque dicen mueve tus pies si quiere conocer tu destino. −«Bien me parece tu deseo, hijo mío, quiero contrariar tu suerte», le contestó la anciana. Despídese de su madre y busca algún barco que esté de marcha, pero no había ninguno. Ve lejos de la bahía un buque francés cargado que iba á Constantinopla, y resuelto se dirige á un promontorio, pone el pañuelo sobre un palo y lo agita. Lo observa el capitán del buque y exclama: −«Muchachos, algo debe pasar allí: empujemos para ver qué ocurre». Arrojan una barca hacia la playa, entrado en ella el jefe del cargamento, que hablaba el griego moderno, y dos ó tres marineros, y al desembarcar se aproxima el joven y les dice: −«¿No me llevareis con vosotros?» −«Hijo del diablo, contesta el jefe, ¿para esto nos distraes de nuestra ruta? Creíamos que ocurría alguna novedad. ¡Vaya, 177