El judío envidioso Vivían en cierto tiempo un viejo y una vieja que tenían muchos hijos: el infeliz viejo era zapatero y trabajaba con afán todo el día para sostener la familia á pan y agua: veía á los demás hombres ociosos y que el uno compraba carne, el otro pescado, mientras él nada podía dar á sus hijos más que unas olivas y un poco de queso; de modo que estaba afligido cuanto pueda decirse. Un día habla así á su vieja: −«Anciana, yo no puedo sufrir que cada cual lleve á su casa toda clase de comestibles, y yo huero entro, huero salgo: mi corazón me incita á pedir á nuestro vecino el judío (el cual era muy rico) veinte piastras para dar de comer mañana á mis hijos, y afianzaré la deuda con nuestra casa». −«Lo que quieras, viejo mío», le contesta la mujer. Levántase, pues, el buen viejo, va á casa del judío y le dice: −«Buenas noches, vecino. Vengo á pedirte veinte piastras que me hacen falta, y te daré en garantía mi casa». Pero el judío, que era hombre avaro, le contesta: −«Te haré este favor; pero te daré diecisiete y pondré en el recibo que te doy veinte». (Bien dicen que á los avaros los lleva el diablo á horcajadas en el pescuezo). −«Bien está lo que dices, vecino», exclama el infeliz viejo. Toma el anciano el dinero, y al día siguiente, levantándose de madrugada, compra en la plaza carne y pescado y lo lleva á su anciana: en el camino encuentra un hombre que vendía pollos y gallinas y le compra una. 207