El salvaje Eranse rey y reina que tenían un hijo. Hallábase el rey muy triste porque carecía de ejército y de dinero, y comprendía que si otro monarca le declaraba la guerra se apoderaría fácilmente de su reino. Esta idea preocupaba constantemente su ánimo y apenas desplegaba sus labios, pero paseaba con frecuencia por el campo con objeto de distraer la tristeza que tenía en su corazón. Un día le salió al encuentro un monge, y viéndolo tan pensativo le preguntó: −«Rey y Señor, ¿qué tienes que estás tan triste? Todos se alarman por ver afligido á tu Señoría!» −«¡Ah, mi amado monge! le responde, cada leño con su humo. Pienso que cualquier día me veré perdido por carecer de ejército y que otros se apoderarán de mi reino». −«Desecha esa tristeza, rey mío: yo te diré lo que has de hacer. En esta comarca hay un salvaje á quien todos temen por su fuerza; haz pues lo posible para enviar hombres á cogerlo, y cuando lo tengas á tus órdenes, á nadie temerás». Reanimóse un poco el rey y le dijo: −«Monge de mi alma, la gracia que quieras te concederé así que tenga en mi presencia el hombre salvaje que dices». Llega presuroso á palacio, convoca al momento á los ministros y les refiere lo que le había manifestado el monge. Al oír sus palabras alegráronse los ministros, pero pensaban cómo traerían al salvaje, y contestaron al rey: 233