quellas personas y sus hijos. —Dime, muchacha. Por favor respóndeme ¿Eres feliz? ¿Eres feliz aquí? —dijo con un marcado acento terrícola en la lengua que había creado—. ¿Tu vida es feliz? La mujer lo miró con la tímida sugerencia de una duda en el rostro. La huella mínima de aquella expresión desapareció tan pronto como la había notado, dejándolo ahí varado, mirando a la chica directamente a los ojos, esos ojos grises sin emoción, los ojos de su creación. —¿Feliz? —respondió la joven sin dejar de
mirarlo—. ¿Qué función tiene preguntarse por eso? Las dos se marcharon. Lo dejaron solo frente a los atónitos ojos de los demás científicos. Nadie dijo nada, simplemente siguieron con su trabajo esquivándole, abandonándolo consigo mismo para que fuera testigo del producto de su intelecto, el resultado de todo el progreso que acababa de igualar a la raza humana bajo una misma categoría. La gente que veía andar con paso frágil era el producto de la lengua perfecta, una herramienta tan pura e invariable como el silencio del Universo. ¬
Clemente Gaytán, (2021).