un papel donde escribiste “Pequeña, prepara tu maleta, la mía ya está en el baúl del carro”. Gimotea buscando algo con la vista. Le tocas la cara para que te mire. Le haces las señas de que no se apure que ya la gata está en su cartera de viajes en el asiento trasero. Nica te abraza. Prosigues organizando cosas en la casa. Así pasan varias horas, cuando la ves en el balcón con un bidón de gasolina, el que usan para el generador cuando se va la luz. Le dices que lo suelte, que no lo van a necesitar. Nica lo deja frente a la puerta de la cocina y regresa a su habitación. Escuchas a tu padre vomitando y entras a su habitación. Allí está con la cabeza casi sumergida en el zafacón cercano a la cama. ―Mírame bien a la cara. No volverás a saber de mí. Tampoco de Nica ―le gruñes a tu padre, pero está tan mareado que sólo se gira levemente en la cama, eructa y se recuesta nuevamente. Te acercas a tu hermana. “Es hora. Vámonos”. Nica te abraza y hace gestos de que lo sigas, que va en unos minutos. Sales de la casa, terminas de meter algunas bolsas en el baúl. Ya no ves lo que hace Nica que se ha dirigido a la cocina. Luego la niña agarra el retrato de vuestra madre donde está Nica de bebé y tú a su lado. La única foto en que están las tres juntas, y él había escondido. Nica golpea al borracho con el marco, despertándolo por un momento de su delirio. El hombre la observa aturdido. Ella le enseña una de las paredes de la habitación: todas engrafitadas muestran primero cómo él envenenó a la madre enferma. Señala la pared contigua, donde él la asfixia con la almohada. El hombre trata de moverse, pero no puede. Finalmente lo vuelve a
golpear, rompiéndole la nariz y le señala un dibujo en el techo, la mamá con una antorcha y la casa en llamas. ―¡Hazlo, mamá! Arde, maldito. No soy sorda. Te odio. Nosotras. Escapar. Alma. Fuego. Tu hermanita llega contenta al carro. No recuerdas haberla visto tan feliz. Te entrega su maleta y una mochila. Le preguntas por qué se había demorado tanto. Te susurra, “Matilde, te quiero”. Escuchado en su voz, hace que te hinques de rodillas a lágrima viva y te abrazas a sus piernas. Nica te ayuda a levantarte. Te entrega la foto. No puedes controlar las lágrimas. Nica te besa la mano. ―Te quiero, Matilde. Mis palabras huyen también. Vámonos, mamá nos acompaña. ―Te quiero hermanita. Estaremos bien. ―Somos mujeres empoderadas, como dice Mariana en la televisión. ―Lo somos… Enciendes el carro y tu hermana te da golpecitos para que mires hacia la casa. Observas el fuego a través del espejo retrovisor: las siluetas del fuego besan libertades de humo. Bajas la ventana para escuchar cómo el crujir de la madera comienza a domesticar el terror impregnado en la piel, y lo convierte en valor. Le das una palmadita suave a tu hermanita abrazada a su gato de peluche, observas sus limpias manitas. Le das un beso en la frente. Aceptas en silencio, pero con orgullo, que ella también tenía derecho a tomar su decisión. Emprendes feliz la marcha hacia un nuevo destino, mientras ella escribe “libres” sobre la empañada ventana. ¬