Fanzine Espejo Humeante. Edición 11.5 LENGUA FICCIÓN

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ubicados en el centro del extenso bosque de columnas. La estructura, constituida por concretos naturales, tenía al menos unos trescientos mil años terranos. Las excreciones del antiquísimo Q”t”r la conservaban en buen estado. Sabíamos que era uno de los ancianos debidos a las tres docenas de ramificaciones que se extendían del tronco común que era el cuerpo central. Por medio de él se alimentaba gracias a los rayos solares, la humedad del ambiente, algún organismo que se detenía sobre su superficie Además tenía una miríada de elementos ópticos orientados a su alrededor, que le permitían observar la sombra propia como las otras. Los miles de arcanos montados en sus columnas mantenían una conversación que había durado eones y aún continuaba moviendo lentamente sus ramificaciones y cuerpos. Los Q”t”r del común, jóvenes con una o dos ramas, rodeaban el bosque columnar ubicado en la elevada meseta, lo que permitía recibir directamente la luz solar. Esta apenas cambiaba en las tres estaciones planetarias dada la latitud y longitud. En su estudio, Eina concluyó que aún siendo incognoscible e indeterminista su enciclopedia planetaria, debido a la variación de la población, en la forma más simple, las sombras vistas desde órbita, en su conjunto, eran la gramática del alfa de los Q”t”r que, quizás, también sería un eterno polidiálogo mientras no se extinga su sistema planetario. —¿Cuánto tiempo tenemos? —susurró la voz de Eina D’al a mis espaldas. —No más de mil años —contesté fingiendo tranquilidad. —Un instante en su escala de tiempo —lamentó—, se evaporarán y quedarán en el olvido. ¿Quién recordará una civilización no tecnológica cuyo único registro es el presente? Ella, como Michael Gabrieli, habían coincidido en que no encontrábamos más civilizaciones porque sólo considerábamos las que podían dejar una huella tecnológica: objetos, ciudades, maquinaria. Sin embargo, estos no eran necesarios para la construcción de cultura en su máxima y más imaginativa extensión. La

percepción de los sapiens que formábamos parte de la Homósfera, estaba limitada a la realidad como un constructo de la falsación del humano tomado como único ejemplo y referencia. Por lo mismo, tras que ocurrió el punto omega y el ascenso kurzweiliano en múltiples y diferentes IAs, los sapiens, aún con extensiones y modificaciones tanto genéticas como cibernéticas, éramos tratados como tatarataratarabuelos seniles. Se nos quería, se nos toleraba y se nos dejaba hacer aun sabiendo que nunca comprenderíamos. Por eso inventamos el término de la Homósfera como si fuera suficiente para cobijar con una palabra una familia que ya no entendíamos. Era el único salvavidas racional que nos quedaba y nos aferrábamos a él, desesperados por no caer en el abismo del olvido del Universo. —Está bien, ayudaré y ojalá podamos lograr algo. Ferdinand… La frase quedó al aire. Mis sensoriales extendidos detectaron un alza en feromonas, serotonina y feniletilamina desde el cuerpo de ella. Había enviado un mensaje secreto que sólo los amantes, debido a su contacto piel a piel, podrían descifrar. Del cuerpo de Harfuch sólo surgió una hormona masculina fácil de interpretar: Sí. —Vámonos —susurró de nuevo Eina D’al. —¿Qué pasará con tu obra? —Continuaré cuando regrese. La universidad cuidará del lugar y lo mantendrá a oscuras, en pausa. Al salir su pálida desnudez fue opacada por el exoesqueleto dérmico cuando la recubrió de negro. Mientras llamaba un vehículo, le ofrecí mi abrigo que se negó a tomar. —¿Y Fe… —empecé pero, ante su enemistosa mirada, cambié el nombre— ¿Horpach nos acompañará? —Llegará dentro de un tiempo. Tiene que ir por unos planos a Hamburgo. —¿Cómo que a Hamburgo? Un día allí son como quinientos años aquí. —Así es, ¿nos vamos? Bien sabes que no tenemos tiempo.


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