comparable en la Tierra. Horowitz volvió a mirar la pantalla. El general continuó: ─Estimamos que llegarán en tres semanas. ¿Tiene idea de cómo debemos responder a esta situación? ─Pues yo pienso que una civilización capaz de desplegar esa tecnología debe de tener la suficiente inteligencia para venir en paz. ─Si sus intenciones son de una visita social, ¿no hubiera bastado una sola nave? Horowitz reparó en la formación en V invertida de las naves alienígenas y tuvo que apoyarse para no caer mientras musitaba: ─Qué he hecho… II Una semana antes de la llegada de las naves, el hermetismo con que el gobierno había rodeado el contacto fue roto, cuando un astrónomo aficionado detectó la formación, un poco más allá del cinturón de asteroides. En minutos, la noticia se propagó por las redes sociales y el pánico se apoderó de las personas en todos los rincones del planeta. A pesar de los llamados a la tranquilidad, las revueltas y los saqueos se sucedieron por todas partes, sin que las fuerzas policiales pudieran controlarlos. En Francia, Alemania, Estados Unidos y muchos otros países, miles de personas cometieron suicidio, mientras millones más se pusieron en vigilia y oración en torno de diferentes cultos alrededor del globo. El día del arribo el mundo se paralizó. Las doce naves con movimientos precisos y silenciosos ocuparon los cielos, a una altura de trescientos metros sobre las más grandes ciudades del planeta, cubriéndolas de penumbra. Se temía una catástrofe. Los gobiernos ordenaron cerco militar alrededor de las naves, apuntando con misiles, aviones y todo el arsenal disponible, mientras trataban por todos los medios de comunicarse con los visitantes para conocer sus intenciones o negociar. Pero las naves permanecieron allí durante días sin que hubiera el más leve movimiento,
señal de vida o intento de comunicación. III ─¿Se durmió? ─preguntó Robert. ─Sí ─contestó Linda, sentándose a su lado. Él le sirvió una taza de té, que ella agradeció con un gesto. ─¿Qué la despertó? ─La misma pesadilla de todas las noches. Ellos la sacan de la casa y la llevan a su nave; la acuestan en una especie de camilla y le hablan; ella no entiende nada, pero luego colocan un casco en su cabeza y puede entenderlos. —¿Y que le dicen? —No lo recuerda. ─¿Por qué soñará eso? ─No sé. Los hijos de Mary y Carla también tienen los mismos sueños. Robert guardó silencio. ─¿Quiénes son? ¿Por qué no se muestran? ¿Qué quieren? ─Nadie lo sabe. ─¿Crees que nos van a atacar? ─No lo sé. Pero de seguro el general Anderson y nuestro ejército no se quedarán de brazos cruzados. En cualquier caso, aquí estamos seguros. ─¿De verdad? ─Por supuesto. Dos metros de concreto a nuestro alrededor y sobre nuestras cabezas; agua y provisiones para cinco años ─aclaró él, señalando con orgullo el refugio que había construido para protegerse de ataques mundanos. Linda lo abrazó con fuerza. Estaba agradecida de que él hubiera dejado su puesto en la sala de control para estar con ellas. Robert vio unas pequeñas gotas que perlaban su frente y labio superior y, preocupado, tocó su cuello con la palma de la mano. ─¿Tienes fiebre? ─No, sólo que hace calor. Aliviado, dijo: ─Apagué el aire acondicionado para ahorrar combustible. Pero ya lo enciendo. ─No, déjalo. Tienes razón, debemos ahorrar. No sabemos cuánto tiempo estaremos aquí.