El retorno Abraham Campos (México)
SÓLO OSCURIDAD, la mácula que se propaga por los restos de esta tierra. El aire es letal, basta succionar un poco para fundir la carne por dentro y volcarse contra el suelo arrojando el agua roja de nuestro interior, si no fuera por este rostro translúcido que portamos y que filtra ese veneno, no sobreviviríamos. Este mundo moribundo lleno de máquinas y artilugios es la realidad con la que erramos, en grupo o sombras solitarias confusas. Artefactos que no logramos interpretar del todo, olvidados por varias partes a la espera de ser operados, unos bulliciosos, otros peligrosos, pero todos mostrando caracteres incomprensibles. Una de las pocas cosas que me agradan es el sonido de mi respiración, otra es aquel artilugio: una enigmática caja que tiene ojos, y cada cosa que observa muestra un sin fin de sonidos y caracteres insondables. Pero en ocasiones viene acompañada de imágenes moviéndose, adultos eclipsados mostrando el camino para utilizar ciertas maquinarias. Esta caja me ha conducido desde que era un pequeño sobreviviente. Esta guía me instruyó desde la pérdida de los adultos, ellos simplemente se vaporizaron dejando sólo las huellas de sus inventos. Esa caja me ha ayudado a sortear por años las ciudades hasta que todos los errabundos crecimos y todo cambió. El mundo tenía estas máquinas, pero nadie sabía cómo recrearlas, y un día empezaron a verse niños de nuevo, pero únicamente en compañía de grupos (los más peligrosos), estos niños sin rostros, translúcidos, vomitando agua roja, otras veces inertes y germinando lombrices albinas de su carne. Fue entonces que nuestros rostros empezaron a ser codiciados. Las ciudades se convirtieron en trampas mortales para los viajantes solitarios y, aun cuando esa cacería llegaba a reu-
nir a más de uno de estos desdichados, poco podían hacer ante los grupos. Incluso entre grupos luchaban por obtener estos rostros. Algunas veces estuve a punto de ser cazado por grupos emergentes que parecían turbados en sus movimientos. Incluso se desataban entre ellos conflictos o solían ser presas de grupos mejor establecidos, otras veces no era el único al que cazaban, corría con la fortuna de que la otra alma perdía la batalla y yo podía ocultarme entre los escombros. Deambular sin un grupo no podía ser considerada la mejor opción en las ciudades, sin embargo, la caja me reveló una eventual elección. Avanzaba por el mar de arena en busca de alejarme de las ciudades, con la claridad de tropezar con almas solitarias. Para ese momento tenía la convicción de formar un grupo, pero sólo llegaron decepciones y pugnas por las discrepancias de tratar de plantear la idea misma de una alianza, para tener esa meta común de sobrevivir ante el embate de la creciente formación de grupos que, poco a poco, aumentaban en miembros. Lo más prometedor que encontré fue una pequeña alineación de personas que intentaban expresar sus ideas plasmando extraños dibujos sobre la arena. A través de esos rostros traslúcidos, sus ojos quedaban ofuscados por la nula interacción. Por más que asentaba la caja sobre esos bosquejos, sólo trasmitía sonidos y símbolos que seguían siendo acertijos, rompiendo toda posible coalición. Pero la discordia más violenta vino de aquella alma. El viento giraba alrededor de nuestros cuerpos y nos cubría de polvo. Inertes como estatuas nos contemplábamos tratando de descifrarnos. Rompí ese silencio con unas señas esperando entendiera el saludo. Él levantó su dedo apuntándome y emitió unos sonidos que