Misión (relatos del Museo de la Memoria) Pedro Cadejo (Guatemala)
O VOS, QUI INTRATIS, omni spe auferte (Oh, tú que entras, abandona toda esperanza). Era la inscripción arriba de una gran puerta de un tono tan oscuro que se sentía envolvente, invasivo, penetrante y de un material indefinido, frío al tacto. Si se observa con cuidado, debajo de la inscripción principal también puede leerse: «Sólo quien ha vivido con honor podrá traspasar el umbral con esperanza». La puerta se abre lentamente con un siseo apagado y Xuan entra con paso inseguro. Dentro, en una atmósfera lúgubre, en pequeños cubículos iluminados apenas por lámparas de aceite, se observan figuras, siluetas de seres, muchos de ellos humanoides, aunque también otros con formas irreconocibles, como si la naturaleza hubiera perdido la cordura en el momento de crearlos. El opresivo silencio se interrumpe con exclamaciones de sorpresa, pero principalmente de angustia y terror, y se escuchan sollozos apagados. Quise acercarme, empujado por la curiosidad, pero una especie de pared invisible me impedía avanzar y sentía una fuerza que me empujaba a seguir adelante. Recorrimos así largos corredores en penumbras en donde se repetían las mismas imágenes difuminadas por la iluminación. Al ver hacia adelante, parecían pequeños fuegos de un campamento distribuidos en un gran valle oscuro. En algún momento del recorrido recordé a un poeta romántico italiano que leí por encima, en la escuela. Llegamos a lo que parecía una gran sala de conferencias con cómodas butacas distribuidas hasta donde la iluminación permitía percibir.
I.
El estimulador neural instalado en mi nuca emitió una pequeña vibración, de inmediato la oscuridad desapareció y me encontré en medio de un paraje selvático, húmedo. Una explosión ensordecedora y un golpe de calor me invade y de inmediato me veo encendido como una antorcha y un olor a combustible quemado que penetra mi cuerpo por todos los poros, al tiempo que un dolor insoportable invade mi cuerpo: estoy envuelto en llamas y mi ropa está fundida en mi piel, el calor insoportable penetra en todos mis órganos y empiezo a sentir cómo algo empieza a crecer dentro de mí; algo que explotará en cualquier momento, terminando con la agonía del fuego. Todo ocurre en unos segundos. Cuando estoy a punto de desmayarme, de pronto todo el escenario cambia. El dolor y las llamas desaparecen y me encuentro en una especie de bodega rodeado de gente desnuda y de rostros demacrados y sucios. Oigo algunos llantos, pero principalmente murmullos y palabras aisladas: comida, té, viaje. El lugar sigue llenándose de gente hasta que no queda espacio y nuestros cuerpos están pegados unos a otros. Siento el olor y el calor de otros cuerpos. Alguien me susurra al oído: tranquilo, todo pasará. Y al instante escucho un siseo sordo que viene de las paredes, percibo un olor acre, seco y mis pulmones se detienen como si hubieran desaparecido. Lucho por respirar, pero me causa un dolor insoportable. Abro la boca para buscar aire y la boca se llena instantáneamente de llagas. En medio de la agonía veo caer una tras otra a las personas que me acompañan… Negro. Flotando en el vacío. Aún con lágrimas en los ojos por la experiencia horripilante, estoy en la fila con algunas de